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Javier Milei: luces y sombras de un liderazgo carismático

Aquí nos centraremos en las razones a favor y en contra de la candidatura de Javier Milei.

La idea de la elección de tercios se reveló efectiva en el resultado de los PASO. Luego de aquella sentencia de Cristina Kichner de hace algunos meses, formulamos una predicción correcta: Los tres tercios tenían nombre y eran Sergio, Patricia y Milei. No nos equivocamos.

Cuando restan 55 días para las elecciones generales tenemos varias incertidumbres y una certeza. Respecto de lo primero, no sabemos si habrá definición en primera vuelta o en ballotage, y si hubiera ballotage no sabemos quién quedaría afuera y, tampoco, quién resultaría electo presidente. Pero respecto de lo segundo no tenemos dudas: Sergio, Patricia y Milei son candidatos fuertes con hambre de poder y sed de gloria. En el barrio lo diríamos sin eufemismos: los tres “se la bancan”.

 Aquí nos centraremos en las razones a favor y en contra de la candidatura de Javier Milei.

 

La Mileimanía es casi una experiencia religiosa

Desarrollaré la semblanza de Javier Milei remitiéndome a algunos fragmentos de mi reciente artículo “La Mileimanía es casi una experiencia religiosa”.

Una de cal

¿Por qué ganó Milei? Creo que aquí se aplica aquello de la multicausalidad. Un esbozo asistemático, incluiría alguno de los siguientes motivos:

La gente está harta de la política y de los políticos. Milei representa a la anti política o a la anticasta. Milei era la mejor opción más allá de la grieta. Milei legitimó el valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del clóset de lo políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o de derecha (i.e. “Si, soy liberal y de derecha, ¡¿y qué?!”)

Milei consiguió mostrar la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y el estatismo, desde donde —y con el “yeite” de proclamar la justicia social del campo nacional y popular— solo se ha logrado degradar a los ciudadanos argentinos a la categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres, lúmpenes, marginales y/o zombis sociales.

Milei es un economista que sabe de economía y dice con seguridad lo que debería hacerse. Por ende, va a ser capaz de solucionar los problemas endémicos de la economía, donde sus predecesores solo acumularon promesas, fracasos y excusas.

En el marco de su teorización sobre la figura del psicoanalista, Jacques Lacan teorizó sobre la noción de un “sujeto supuesto saber” para referirse al hecho simple de que las personas tendemos a atribuir saberes particulares de algún tipo a otras personas. Aunque dichas atribuciones resultan a veces desmedidas. En tal sentido, parte de los votantes de Milei lo han elegido justamente porque lo han puesto en ese lugar del saber. “No sé si entiendo mucho eso de la dolarización, la base monetaria, el circulante, la emisión y la Escuela Austríaca; pero de lo que sí estoy seguro es que este tipo sabe de lo que estaba hablando. Y me confío a él para que me saqué de las penurias de la inflación que me carcome el sueldo y la vida. Y le creo a él y no otros porque en eso o ya fracasaron o no parece que sepan como sí sabe Milei.

Otro motivo tras el voto de Milei es casi existencial. Como si fuera un gurú de la autoayuda, acaso sin proponérselo, Milei invita a quienes lo quieran oír a liberarse del yugo del “deber ser progresista” o, sin eufemismos de la “Progredictadura”. Esa “entelequia opresiva” que pretende prescribir cómo se debe hablar (i.e. el lenguaje inclusivo), qué dogmas deben seguirse (i.e. “las 45 verdades del Estado que nos protege”), qué contenidos deben consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas en los espacios ESI, a efectos de salvaguardar su salud sexual futura, etc. O que nos revela, para pulverizarlo, el listado de los mandamientos opresores de la libertad: “la patria es el otro”, “debés ser solidario”, “no debés ser exitoso”, “no debes perseguir tu mérito”, “no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar dinero” etc.)

Como contrapartida, Milei nos ofrece algo análogo a una tabla de “Libertamientos”. Por ejemplo: “busca el reino de la Libertad y todo los demás llegará para añadidura”; “intenta ser propietario, antes que proletario” (Adelina Dalesio de Viola, dixit.); “no es pecado ser exitoso”; “ganar dinero brindando servicios para el prójimo no es solo bueno para vos, sino para la sociedad”; “no sucumbas a las trampas del “zurdaje esclavizante”, “no dejes que la casta te robe el fruto de tu trabajo exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios”, etc.

Sigamos en otra línea:

La “verdadera” razón del voto a Milei es su carácter de “experiencia casi religiosa”.

El periodista me inquirió sobre lo básico: “Entonces: ¿Por qué ganó a Milei?” Y mi mente febril, casi involuntariamente, evocó “Es una experiencia casi religiosa”, el título de aquella canción de Enrique Iglesias donde se compara al amor con el sentimiento religioso. Inmediatamente mi mente descarriada transmutó aquello del asesor de Bill Clinton “Es la economía, estúpido, por “Es la religión, estúpido” Entonces esbocé esta micro tesis:

A modo de provocación operativa sentenciaré: “Milei ganó porque una parte importante del 30% de sus votantes estableció con él un vínculo cuasi religioso”.

En términos de liderazgo podría decirse que Milei es un líder carismático. Según el ChatGPT de openai, se trata de lo siguiente:

El liderazgo carismático es un estilo de liderazgo en el cual un líder ejerce una influencia significativa sobre sus seguidores debido a su carisma personal, carácter magnético y habilidades de comunicación convincentes. Los líderes carismáticos tienen la capacidad de inspirar y motivar a las personas a través de su presencia, discursos apasionados y visión inspiradora. Su atractivo y habilidades de persuasión les permiten generar seguidores leales y comprometidos que se sienten emocionalmente conectados con la causa o visión del líder. Este tipo de liderazgo se basa en gran medida en la personalidad y las características individuales del líder, más que en estructuras formales de poder. Los líderes carismáticos a menudo son percibidos como visionarios y agentes de cambio que pueden desafiar el statu quo y movilizar a las personas hacia metas comunes.

La cita es más que elocuente: parece que estuviera definiendo a Milei. Pero, podría objetarse: ¿Qué es lo que torna cuasi religioso a un líder carismático? La respuesta es sencilla: la devoción, la idolatría, los rituales, la liturgia celebratoria, la incapacidad de percibir sus errores, la paranoia sobres las consecuencias de cuestionarlo, la aceptación cómplice de sus veleidades, caprichos y transgresiones, el aplauso obsecuente de sus extravagancias, la sumisión a acatar sus mandatos, etc.

Pero acaso se preguntará el lector: “Perdón, ¿está hablando sobre Milei o sobre Cristina?”

Si, efectivamente, se hizo la pregunta, entonces creo que ha captado el punto de mi tesis.

El hilo invisible que une a un Javier Milei con una Cristina Kirchner es que ambos son líderes carismáticos que propician experiencias cuasi religiosas en el vínculo con sus seguidores.

Desde que el anti kirchnerismo se hartó de Cristina, ha estado buscando el mejor vehículo para ganarle y deshacer lo que supone un hechizo perverso pergeñado por ella y que pesa sobre una parte de la sociedad. Primero probó con Sergio Massa en 2013. Luego, en 2015, entendió que Mauricio Macri era más efectivo. Pero eso anduvo cierto tiempo hasta que dejó de funcionar. Y, entonces, ahora, apareció Milei.

Cuando Jaime Durán Barba le recomendó a Mauricio en 2011 que desistiera de presentarse como candidato, su argumento fue lapidario: “Es imposible ganarle a una viuda”

Aggiornada a estos tiempos una sentencia análoga a la del consultor ecuatoriano podría ser: “Es imposible ganarle a una religión, sin oponerle otra”.

El refrán popular lo dice con elocuencia: “un clavo saca a otro clavo”. Obviamente, aquí no se pretende decir que Cristina ni Milei sean clavo alguno. Solo pretende afirmarse una consecuencia obvia: “¡La única forma de erradicar de cuajo una religión es creando otra!”. No era la economía, no siquiera la Libertad (¡Viva la Libertad, carajo!). Era la religión.

Porque la religión es aquel encuentro mágico que ocurre en las sutiles esferas de la idealización. El amor es una experiencia religiosa porque es único, místico, extasiante, pasional. Y porque, como dice la sabiduría popular, es irremediablemente ciego. Es loco y es ciego. Una folie à deux. Una locura compartida, Acaso un profundo mal entendido que solo se revela cuando finaliza su hechizo y caen las máscaras.

La sentencia fácil y acrítica sostiene una simplificación: El voto de Milei tiene la cara del enojo o de la bronca. Pero eso es apenas uno de los ingredientes de un cóctel mayor.

Una persona que ha perdido su rumbo existencial transita solitaria por una plaza de barrio. Y de pronto algún pastor de turno narra la retahíla de siempre: “Yo estaba perdido, desesperanzado, angustiado, deprimido, hasta que el Señor se me reveló. Y lo dejé entrar en mi corazón. Y, entonces, conocí su gloria”. La persona perdida no puede dejar de sucumbir al relato. Porque está herida, porque se siente vencida. Y transmuta así su decepción en ilusión. Tal como lo dijo magistralmente Carlos Pagni en su reciente editorial: “Milei está totalmente fisurado y por eso ganó, porque la gente está igual”. Lo que nos recuerda la sabia simpleza de los refranes populares: “Nunca falta un roto para un descosido”

En magníficos párrafos Ernesto Sábato reflexionaba: “Los desesperanzados se reclutan entre los ex esperanzados. Porque para ser un desesperanzado es necesario haber tenido antes alguna esperanza y, luego, haberla perdido”. Y, curiosamente, agregaba Sábato, “los desesperanzados, de tanto en tanto, necesitan volver a renovar su esperanza. Tal vez por aquello de que (¡menos mal!) la ilusión es lo que ultimo que se pierde.

Mi profesor de marketing me lo explicó alguna vez en una síntesis magistral: El marketing es el arte de propiciar el encuentro entre la oferta y la demanda. En términos psicológicos, la oferta equivale a la promesa. Y la demanda a la ilusión. Y agregaba que, en esencia, no hay una diferencia estructural entre vender, seducir y hacer política: todas son variantes de propiciar ese encuentro entre promesa e ilusión. Entre alguien que quiere querer y alguien que ofrece lo que aquel quiere.

En mis cursos de liderazgo político lo tomo como punto de partida: “Sin promesa, no hay campaña”. Porque si el candidato no es capaz de tocar en el votante algo del orden de la ilusión, entonces no habrá voto. Las ilusiones pueden ser muchas y variadas. Pero todas derivan de una fundamental: el deseo legítimo de aspirar a una vida mejor. Lo demás son detalles. En marketing, por ejemplo, se tratan las “razones para creer”. Porque sin razones para creer, sin argumentos de verosimilitud, las promesas se tornan esotéricas. En cambio, con el ropaje argumental del qué, el cómo, el cuándo, el para qué y el con qué, las promesas se transforman en propuestas. Y Milei formuló sus propuestas. Marcando el pulso y la agenda de la campaña.

Una última versión: La Mileimanía, o de la política en clave de rockstar:

Suele decirse que Milei es como un rockstar: la gente se le acerca, se aglomera para verlo, para tocarlo, para pedirle una selfie. No es causal que Milei deba andar con guardaespaldas. Como los rockstars. Porque las pasiones de los fanáticos pueden desbordarse.

Quizás resulte abusivo decir que la idolatría es una experiencia religiosa. Cambiemos entonces la proposición operativa:

“Javier Milei es un personaje. Como un rockstar. Como un ídolo deportivo”.

Sus seguidores entonces se comportan con “pasión tribunera”. Con el entusiasmo envolvente de ser uno con la cofradía. Sea la de los fans, sea la de la hinchada, lo cierto es que la idolatría se alimenta de puestas en escena, de rituales, de emblemas, de lemas. ¡Viva la libertad carajo! Y los aprendices de leones rugen.

El festejo del domingo 13 de agosto en el bunker de Milei trasmitía esa esencia. Alegría desbordante, bailes, música, movimiento. Semejaba a los rituales celebratorios, allá lejos y hace tiempo, donde abundaban los globos amarillos y los bailecitos exultantes. O a los actos de Cristina, saturados de mística y aplausos. Ya lo sabemos. Sin cánticos no hay hinchada. Y sin hinchada no hay partido.

Me tocó ser de una generación cercana a la Beatlemanía. Aunque era un niño, alcanzaba a intuir la naturaleza y dimensión del fenómeno. Gritos, histerias, emulación, veneración. La Beatlemanía, como tantos otros fenómenos sociales masivos, se propagó por el mundo. Y cambió la juventud para siempre.

Por cierto, Milei no es Lennon ni McCartney. Tampoco Messi ni “El Dibu”. Pero su onda expansiva tiñó de violeta el mapa argentino. No es poco. Su viralidad fue capilar, no concentrada. Llegó a las grandes urbes, a los pequeños pueblos y a los ignotos barrios. Y no se sabe en qué momento de su ciclo de propagación se encuentra. Por eso es difícil determinar el potencial probable entre su piso y su techo.

 

Una de arena

En “La Creatividad, el genio y otros mitos”, el psicólogo Robert Weinsberg se refiere a un curioso fenómeno al que no bautizó, pero cabría denominar “el punto de inflexión de las virtudes”. Traducido a lo simple, refiere al hecho de que algunas virtudes (si no todas) esconden una especie de lado B. La misma razón que las constituye como tales, puede transformarlas en lo contrario. Así, ejemplifica Weismberg, la misma cosmovisión de un universo ordenado y determinístico que condujo a Einstein a formular la teoría de la relatividad, le impidió aceptar la mecánica cuántica, el otro gran descubrimiento de la física decimonónica. Porque Einstein no podía concebir un universo con leyes probabilísticas y azarosas. Chocaba con su espíritu.

Así, en su lado “A”, hoy por hoy el más conocido y admirado, Milei es una especie de revolucionario del bien que viene a liberarnos del yugo de una casta perversa, opresiva y esclavizante. Pero, en su lado “B”, Milei siempre parece al borde de transformarse en un “loquito incendiario”, en “Un delirante trasnochado”.

Cuando Milei juega al villano querible y tacha ministerio tras ministerio, la tribuna lo festeja y aplaude a carcajadas (acaso imaginándolo con la motosierra). Pero cuando Milei se descontrola y agrede vociferando como un desaforado, resulta más patético que simpático.

Cuando Milei denuncia las trapisondas de la casta que lo quiere desbancar porque le tiene miedo, parece creíble y verosímil. Pero cuando sentencia con certeza que detrás del episodio poco feliz que padeció en el acto de la AMIA, está “la gente de Bullrich”, no parece un lúcido lector de la política, sino más bien un paranoide descarriado que teje teorías conspirativas ante cualquier adversidad.

A veces Milei es un “loco lindo”, una especie de genio con la personalidad desopilante de un Federico Peralta Ramos, aquel talento simpático que supo brillar junto a Tato Bores. Pero a veces no parece simpático, sino apenas un “payaso” que causa menos gracia que vergüenza ajena.

Cuando expone con solvencia las ideas de Hayeck o las paradojas de la omnisciencia que habría que invocar para determinar a priori el precio de un producto, Milei parece una mente brillante. Pero cuando fuerza sus argumentos libertarios (al responder a un Grabois que lo interpelaba con razón) para terminar sosteniendo la legitimidad del comercio de órganos; Milei deja de ser un académico brillante, para convertirse en un negador caprichoso que defiende absurdos epistemológicamente injustificables y moralmente reprochables.

Y así, podrían agregarse múltiples versiones de la misma dualidad. Como el yin y el yang. O como el colesterol bueno y el malo. Milei es, claramente, un político bifronte.

Un viejo amigo lo decía con meridiana claridad, en referencia a una persona exaltada capaz de “saltar como leche hervida” cuando se sentía “tocada” en su integridad o narcisismo personales: “Lo tocás y patea”. Como cuando se mete en dedo en el enchufe.

Es obvio que, a veces, Milei no controla sus emociones y, por ende, sucumbe a sus impulsos. Diego Maradona lo habría dicho sin anestesia: “A Milei se le escapa la tortuga”. Pero lo que no es tan obvio es que lo que parece desencadenar su desenfreno es cuando se siente tocado en su ego, en su narcicismo inflado. Y esto es lo que lo hace especialmente vulnerable.

En “Voces”, esa magistral obra sobre la existencia humana su autor, Antonio Porchia, aquel poeta sabio de las frases cortas y la reflexión profunda; lo dijo con contundencia: “Quién hace un paraíso de su pan, de su hambre hará un infierno”.

Dime de qué alardeas y te diré de qué careces. La fortaleza personal de Milei parece estar edificada sobre su saber económico. Milei se autopercibe como un sabio en economía. Pero el ego de Milei semeja más a un narcisismo construido por compensación que a una auténtica convicción que brotara de lo profundo de su ser. Y eso lo hace vulnerable. Porque Milei es tan sensible como dependiente del festejo de la tribuna. Pero se pone nervioso cuando alguien lo cuestiona. Para Milei, quien cuestiona su idea le cuestiona su Ser. Y ese es talón de Aquiles.

A Milei le gusta repartir epítetos salvajes a sus adversarios: “burro”, “ignorante”, “colectivista aberrante”, “zurdo de mierda”. Pero lo pasa mal cuando alguien osa cuestionarlo. A Milei lo tocás y patea.

Cuando el maestro de la entrevista Luis Novaresio le pregunto a la brillante Mayra Arena; “Por ahí entra Milei, ¿qué le decís?” Mayra respondió con un dejo de ternura: ¡“Le daría una chocolatada”! Porque “Milei, en el fondo, es como un chico”; agregó. Un “chico frágil” diría Carlos Pagni. Un ego impostado, expresado en clave de autosuficiencia maníaca, pero que esconde aquel ser fisurado que reveló Pagni.

El psicólogo Alfred Adler, ya lo expresó certeramente en su clásica tesis sobre sobre la compensación psicológica: la lucha del ser humano radica en los sucesivos intentos de superar un sentimiento de inferioridad preliminar real o imaginaria (v.g. nacemos desvalidos y dependientes de otros para sobrevivir) y se logra a partir de la «compensación», en la cual nos fijamos metas para superar nuestra adversidad. Pero cuando la compensación no se logra a tiempo, agrega Adler, podemos caer prisioneros de un complejo de inferioridad. Y para paliarlo, a veces podemos incurrir en su contrario: el complejo de superioridad. Donde se exageran los logros y se edifica la fortaleza de un ego formidable, pero asentado sobre las arenas movedizas de la insuficiencia. Porque quizás el ego ampuloso no aspira finalmente a querer sentirse más que los demás, sino tan solo a no querer sentirse menos que nadie.

Un buen técnico de boxeo lo sabe: hay que estudiar al rival para anticipar cuándo bajará la guardia. Toda fortaleza puede encubrir una profunda debilidad. ¿Qué pasaría si en el fragor de un debate que están viendo millones de votantes, Patricia, Sergio o Myriam Bregman le dijeran a Milei, que es él el burro, el ignorante, el que no sabe ¿Le bajarían la guardia? ¿Le harían soltar la cadena del control?, ¿Lo pondrían groggy? Porque a Milei “Lo tocás y patea”. Quizás.

Entonces, llegado el caso, un frío intenso podría helar la sangre de quien asiste al debate, ¿Y si Milei “se saca” durante una reunión de gabinete, o en un cónclave de gobernadores o en una cumbre internacional de presidentes?

Milei juega a ser un político formidable que alcanza a ver lo que nadie puede: la estructura de la economía. Como el Profesor John Nash, inmortalizado en el film “Una mente brillante”, Javier Milei parece ser el único político capaz de divisar los patrones ocultos de la economía que nadie es capaz de percibir.

¿Quién será el verdadero Milei? ¿El genio o el loco? ¿Quién nos podría salvar y conducirnos hacia el maná de la abundancia y la riqueza económica?, ¿O el que nos llevará más temprano que tarde a un escalón más abajo en el largo camino de la decadencia?

Javier Milei nos invita a tirarnos a la formidable pileta de la Libertad. Pero tenemos el atendible temor de que quizás no haya agua.

Acaso, aunque sea en clave de metáfora, haya que considerar más seriamente al personaje de John Nash de aquella “Mente brillante”: era capaz de visualizar patrones matemáticos ocultos, pero también de ver puras visiones.

Y esto es lo que alumbra unos de los destinos posibles (posible, no quiere decir probable) más sombríos para Milei. Quienes ejercen el arte de denostarlo suelen comparar a Milei con Donald Trump o con Jair Bolsonaro. Pero hasta ahora nadie parece haber recordado un caso paradigmáticamente mucho más grave:

Abdalá Bucaram fue el presidente de Ecuador destituido por el Congreso de ese país en 1997, bajo el cargo de incapacidad mental para gobernar. Bucaram era mediático, estridente, ampuloso, farandulesco y populista. Pero no le fue bien. Durante su fugaz gobierno, implementó un plan económico diseñado por Domingo Cavallo. Según Wikipedia, dicho plan “se asentaba en la convertibilidad de cuatro nuevos sucres por dólar estadounidense y respaldados totalmente por la reserva monetaria internacional. Curiosidades de la historia.

 

Una figura identificatoria. Léase, ¿A quién creemos que, secreta o explícitamente, quisiera parecerse Javier Milei?: A Donald Trump.

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