Italia le muestra el abismo a Europa
*Por Gianfranco PasquIno. Una eventual quiebra de la economía italiana provocaría consecuencias devastadoras no sólo para la UE, sino también EE.UU. y los países emergentes. Al país de Maquiavelo le toca una vez más exponer la relevancia del liderazgo político.
Había una vez un país con una gran historia cultural: monumentos, iglesias, frescos, poesías, que gran parte del mundo admiraba y hasta envidiaba. En ese país, empero, desde hacía mucho tiempo, la política no era una actividad apreciada.
Es más, los ciudadanos sentían poquísima estima por los políticos y los mejores generalmente se dedicaban a otras actividades. La consecuencia inevitable fue que la política en ese país tuviera una calidad muy baja, con frecuencia criticable y criticada con justa razón.
En suma, la política era una parte del problema de ese país, rara vez una solución.
Cuando algunos políticos previsores decidieron incorporar Italia a Europa, lo hicieron también porque Europa parecía ser la mejor opción tanto para el crecimiento de la economía italiana como para medirse con la política de los otros Estados.
Los políticos italianos parecían, sin embargo, mucho más interesados en sus cargos, en sus carreras, en sus privilegios que en gobernar el país de manera sabia y previsora y actuar activamente en la escena y las instituciones europeas. Algunas crisis se superaron, siguiendo a Maquiavelo, gracias a un poco de virtud y un poco de suerte.
Los políticos italianos nunca supieron controlar la deuda pública y hacer pagar los impuestos a sus ciudadanos.
Más aún, todos esos políticos utilizaban en cierto modo el dinero del Estado y las exenciones fiscales para favorecer a sus grupos de referencia.
Hacia el final del año 2010 fue evidente para todos que la crisis económica se había tornado muy grave. Indiferente a todos los mensajes que los mercados y los analistas le enviaban, el entonces Presidente del Consejo Silvio Berlusconi siguió exhibiendo optimismo, declarando que la situación económica estaba esencialmente bajo control y sosteniendo que Italia estaba mucho mejor que los otros países.
Comprometido en demasiadas ocupaciones vinculadas a sus asuntos personales, a sus intereses privados, a sus conflictos con la justicia, el Presidente del Consejo nunca dedicó suficiente tiempo a la crisis económica . Su mayoría parlamentaria parecía sólida, pese a que uno de sus aliados, la Liga del viejo dirigente Bossi, expresaba a menudo opiniones diferentes y parecía dar apoyo a un ministro, el de Economía, Giulio Tremonti, por quien el jefe de gobierno mostraba gran desconfianza.
La mayoría berlusconiana era numéricamente sólida, pero incapaz de producir decisiones significativas . Cuando la Unión Europea, o mejor dicho Alemania y Francia, impusieron a Italia realizar un ajuste de las cuentas públicas, la mayoría berlusconiana necesitó cuatro borradores y un lapso de cinco semanas.
La crisis avanzaba, se ahondaba, empujaba a Italia hacia el precipicio.
Los mercados no mostraban ninguna confianza en el jefe de gobierno italiano. Alemania y Francia pretendieron de Berlusconi una "carta de compromisos". Berlusconi, muy reacio, escribió una decena de compromisos muy vagos, sin indicación de plazos ni ejecución.
La respuesta de los mercados fue durísima. Casi todos los actores políticamente relevantes -Confindustria (asociación de industriales), el Vaticano, las asociaciones profesionales, los cuatro diarios nacionales más importantes- decidieron que había llegado el momento de pedir al Presidente del Consejo que abandonara su cargo.
También a nivel europeo el Presidente del Consejo había perdido toda credibilidad política. Se tornó evidente que los problemas de la deuda pública italiana eran muy serios, pero que el verdadero problema de la República italiana era el jefe de gobierno . Mientras Silvio Berlusconi mantuviera su cargo, todos tendrían dudas sobre su capacidad para afrontar la crisis, cumplir los compromisos, llevar a cabo las reformas. De una manera totalmente amistosa, el presidente Giorgio Napolitano comenzó a consultar a todos los jefes de partido para analizar la posibilidad de un nuevo gobierno que reuniera lo mejor (que, por desgracia no es mucho) de los políticos italianos.
La crisis era tan grave que ni siquiera las intervenciones del Banco Central Europeo lograron aliviar la situación. Se empezó a hablar de una acción extraordinaria realizada por el Fondo Monetario Internacional. Dadas las dimensiones de Italia, su eventual quiebra provocaría consecuencias devastadoras en la economía no sólo europea , sino también estadounidense y quizá de los países BRIC.
En tanto hasta los restos de la famosa ciudad de Pompeya se caían a pedazos por negligencia, Silvio Berlusconi insistía en quedarse al frente del gobierno, de un gobierno que ya estaba paralizado.
También sin quererlo, de esa manera, él, que es el campeón de la antipolítica, demostraba lo importante que es la política . De hecho, la mala política que había liderado durante más de quince años estaba haciendo hundir un sistema económico y a Italia, esa Italia a la que había declarado amar.