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Intimidad de los muertos

*Por Miguel Wiñazki. Ese desfile mediático de los occisos que suele invadir páginas y pantallas sensacionalistas después de las tragedias no tuvo lugar esta vez tras la catástrofe de Once.

La policía alejó a la prensa de los difuntos, y prolijamente los depositó rápido en esas bolsas negras destinadas a alojar cuerpos sin vida y a quitarlos de la luz pública.

Los manuales de ética periodística indican que si la exhibición de los muertos no agrega información sobre cuestiones esenciales es superfluo y morboso mostrarlos en las pantallas o en las páginas de los diarios o revistas.

Ese principio moral es sin embargo discutible y se discute siempre.

¿Por qué no exhibir cadáveres si son hipnóticos y convocan la mirada de casi todos?

Efectivamente, todo cadáver resulta magnético para las audiencias. Pero ese magnetismo no necesariamente es periodismo. En general es voyeurismo y punto . Es que se trata de no matar dos veces al muerto, profanando su intimidad. La intimidad de los muertos corre peligro tras la voracidad de las lentes que los persiguen. Las víctimas no tienen la posibilidad de defender su derecho a la privacidad. Además, como enseña la antropología, los vivos sentimos atracción y a la vez repulsión por los cadáveres. Si rozamos sin intención a un muerto, la sensación es de espanto. Las disciplinas forenses operan intencionalmente sobre la carne de los difuntos a los efectos de extraer datos necesarios para desocultar las razones de los decesos.

Pero no se toca a un muerto gratuitamente. La necrofilia es el placer enfermizo de coquetear, mirar o manipular el cuerpo yerto de quienes ya no viven . Es una erótica patológica. ¿Por qué el periodismo debiera ser cómplice de esas desviaciones? No hay ninguna justificación para ello.
El tema esencial es otro: son los derechos humanos.

Los muertos del trágico tren que no frenó en Once cayeron víctimas de esa máquina de aplastar derechos humanos cada día: los ferrocarriles argentinos . El tren de la muerte, esa boa que los liquidó por compresión, es el problema.

La mirada periodística debe apuntar a los responsables de la tragedia , por su corrupción, indolencia y soberbia fatal. Y no a los cuerpos de los muertos. Que tristemente, ya no tienen nada que decir.