Internet y el control de calidad
*Por Evgeny Morozov. Desde sus comienzos, la Red ha sido imaginada como una central de información global, un nuevo tipo de biblioteca, con la suma total del conocimiento humano al alcance de nuestros dedos.
Y todo eso ha sucedido, con un detalle adicional: además de los elementos existentes ofrecidos en sus vastas recopilaciones, los usuarios también podemos depositar en ella nuestros propios libros, folletos o garabatos sin ningún, o muy poco, control de calidad.
Tal reunión de información así democratizada —cuando está dotada de inteligentes ajustes institucionales y tecnológicos— ha sido tremendamente útil, dándonos Wikipedia y Twitter. Pero también ha diseminado miles de sitios web que socavan el consenso científico, invalidan datos firmemente acreditados y promueven teorías conspiratorias. ¿No habrá llegado ya el momento de establecer algún sistema de control de calidad?
La gente que niega el calentamiento global, se opone a la versión darwiniana de la evolución, rechaza la relación entre el VIH y el sida o cree que en el 11-S hubo complicidad del Estado, ha encontrado en Internet una gran utilidad. Inicialmente, Internet les ayudó a encontrar y reclutar a personas de ideas afines y a promover actos y peticiones favorables a sus causas. Pero han procedido a la manipulación de motores de búsqueda, o a editar entradas en Wikipedia, hostigando a los científicos que se opongan a cualesquiera de las caprichosas teorías en las que se dé el caso que crean y acumulando migajas digitalizadas de "pruebas" que presentan orgullosamente a sus potenciales neófitos.
Un reciente artículo en la revista médica "Vaccine" arroja luz sobre las prácticas online de uno de esos grupos, el movimiento global antivacunación, consistente en una difusa coalición de falsos científicos, periodistas, padres y famosos que creen que las vacunas pueden originar trastornos como el autismo, afirmación que ha sido rigurosamente desacreditada por la ciencia moderna.
Aunque el movimiento antivacunación no es algo nuevo —las primeras reacciones religiosas a la vacunación se produjeron a comienzos del siglo XVIII— la facilidad de autopublicación y de búsqueda facilitadas por Internet le ha proporcionado un impulso significativo. Así, Jenny McCarthy, una actriz norteamericana que se ha convertido en el rostro público del movimiento, ha admitido abiertamente que buena parte de lo que sabe acerca de los males de la vacunación procede de "la universidad de Google". Un "conocimiento" que comparte con cerca de su medio millón de seguidores en Twitter. Ese es el tipo de influencia online con el que los científicos ganadores de Premios Nobel solamente pueden soñar. Richard Dawkins, quizá el científico más famoso en activo, tan solo tiene 300.000 seguidores.
El artículo de "Vaccine" contiene varias aportaciones importantes. Primero, el seguidor de la antivacunación es un blanco móvil: cuando los científicos atacan la vinculación entre autismo y mercurio (presente en algunas vacunas), los activistas abandonan su teoría del mercurio y en su lugar apuntan al aluminio.
En segundo lugar, no está claro que los científicos puedan desacreditar por completo las falsas afirmaciones del movimiento: sus miembros son escépticos acerca de lo que los científicos tengan que decir, debido a que sospechan que hay conexiones ocultas entre el ámbito académico y las compañías farmacéuticas que fabrican las vacunas.
En otras palabras, la mera exposición del estado actual del consenso científico no convencerá a los oponentes a ultranza de la vacunación. Están demasiado interesados en mantener sus teorías contra corriente; algunos se juegan perder consultorías y conferencias mientras que otros simplemente disfrutan de la sensación de pertenencia a una comunidad, por extravagante que sea.
¿Qué hacer, entonces? Bien, quizá haya llegado el momento de aceptar que muchas de esas comunidades no van a perder a sus miembros por mucha ciencia o por mucha evidencia con que se les inunde. En vez de ello, los recursos deberían emplearse en desbaratar su crecimiento teniendo como objetivo a sus miembros potenciales más que a los ya existentes.
Hoy, cualquiera que busque en Google temas como "¿es real el calentamiento global?" o "riesgos de la vacunación" o "¿quién causó el 11-S?" está a pocos clics de entrar en una de esas comunidades. Dado que la censura existente en esos motores de búsqueda no es una opción atractiva, ¿qué se puede hacer para asegurarse de que los usuarios sean conscientes de que todo el asesoramiento seudocientífico con que probablemente se van a encontrar podría no estar respaldado por la ciencia?
Las opciones no son muchas. Una es la de capacitar a nuestros navegadores para que señalen la información que pueda ser sospechosa o cuestionada. Así, cuando una afirmación como "la vacunación causa autismo" aparezca en nuestros navegadores, esa frase podría estar marcada en rojo, lo que nos aconsejaría consultar una fuente más autorizada. La clave es conseguir una base de datos de afirmaciones polémicas que se corresponda con el consenso más actualizado posible de la ciencia moderna, todo un reto que proyectos como Dispute Finder están abordando decididamente.
La segunda opción, no excluyente de la anterior, es la de ir haciendo que los motores de búsqueda asuman una mayor responsabilidad con relación a sus índices y ejerzan un control más riguroso al presentar los resultados de búsqueda de temas tales como "calentamiento global" o "vacunación". Google ya dispone de una lista de solicitudes de búsqueda que envían mucho tráfico a sitios que contienen falsa ciencia y teorías de la conspiración: ¿por qué no tratarlos de modo diferente a las solicitudes normales?
Por desgracia, la reciente adopción por parte de Google de la búsqueda social -mediante la cual los vínculos compartidos por nuestros amigos de la red social de Google de repente adquieren prominencia en nuestros resultados de búsqueda- hace que la compañía se mueva en la dirección contraria. Es razonable pensar que los negacionistas —del calentamiento global o de los beneficios de la vacunación- sean amigos on line de otros negacionistas. Por consiguiente, encontrar información que contradiga los propios puntos de vista será aún más difícil. Esta es una razón más para que Google expíe sus pecados y garantice que los temas dominados por la seudociencia y las teorías de la conspiración sean objeto de un tratamiento rigurosamente documentado y socialmente responsable.
Tal reunión de información así democratizada —cuando está dotada de inteligentes ajustes institucionales y tecnológicos— ha sido tremendamente útil, dándonos Wikipedia y Twitter. Pero también ha diseminado miles de sitios web que socavan el consenso científico, invalidan datos firmemente acreditados y promueven teorías conspiratorias. ¿No habrá llegado ya el momento de establecer algún sistema de control de calidad?
La gente que niega el calentamiento global, se opone a la versión darwiniana de la evolución, rechaza la relación entre el VIH y el sida o cree que en el 11-S hubo complicidad del Estado, ha encontrado en Internet una gran utilidad. Inicialmente, Internet les ayudó a encontrar y reclutar a personas de ideas afines y a promover actos y peticiones favorables a sus causas. Pero han procedido a la manipulación de motores de búsqueda, o a editar entradas en Wikipedia, hostigando a los científicos que se opongan a cualesquiera de las caprichosas teorías en las que se dé el caso que crean y acumulando migajas digitalizadas de "pruebas" que presentan orgullosamente a sus potenciales neófitos.
Un reciente artículo en la revista médica "Vaccine" arroja luz sobre las prácticas online de uno de esos grupos, el movimiento global antivacunación, consistente en una difusa coalición de falsos científicos, periodistas, padres y famosos que creen que las vacunas pueden originar trastornos como el autismo, afirmación que ha sido rigurosamente desacreditada por la ciencia moderna.
Aunque el movimiento antivacunación no es algo nuevo —las primeras reacciones religiosas a la vacunación se produjeron a comienzos del siglo XVIII— la facilidad de autopublicación y de búsqueda facilitadas por Internet le ha proporcionado un impulso significativo. Así, Jenny McCarthy, una actriz norteamericana que se ha convertido en el rostro público del movimiento, ha admitido abiertamente que buena parte de lo que sabe acerca de los males de la vacunación procede de "la universidad de Google". Un "conocimiento" que comparte con cerca de su medio millón de seguidores en Twitter. Ese es el tipo de influencia online con el que los científicos ganadores de Premios Nobel solamente pueden soñar. Richard Dawkins, quizá el científico más famoso en activo, tan solo tiene 300.000 seguidores.
El artículo de "Vaccine" contiene varias aportaciones importantes. Primero, el seguidor de la antivacunación es un blanco móvil: cuando los científicos atacan la vinculación entre autismo y mercurio (presente en algunas vacunas), los activistas abandonan su teoría del mercurio y en su lugar apuntan al aluminio.
En segundo lugar, no está claro que los científicos puedan desacreditar por completo las falsas afirmaciones del movimiento: sus miembros son escépticos acerca de lo que los científicos tengan que decir, debido a que sospechan que hay conexiones ocultas entre el ámbito académico y las compañías farmacéuticas que fabrican las vacunas.
En otras palabras, la mera exposición del estado actual del consenso científico no convencerá a los oponentes a ultranza de la vacunación. Están demasiado interesados en mantener sus teorías contra corriente; algunos se juegan perder consultorías y conferencias mientras que otros simplemente disfrutan de la sensación de pertenencia a una comunidad, por extravagante que sea.
¿Qué hacer, entonces? Bien, quizá haya llegado el momento de aceptar que muchas de esas comunidades no van a perder a sus miembros por mucha ciencia o por mucha evidencia con que se les inunde. En vez de ello, los recursos deberían emplearse en desbaratar su crecimiento teniendo como objetivo a sus miembros potenciales más que a los ya existentes.
Hoy, cualquiera que busque en Google temas como "¿es real el calentamiento global?" o "riesgos de la vacunación" o "¿quién causó el 11-S?" está a pocos clics de entrar en una de esas comunidades. Dado que la censura existente en esos motores de búsqueda no es una opción atractiva, ¿qué se puede hacer para asegurarse de que los usuarios sean conscientes de que todo el asesoramiento seudocientífico con que probablemente se van a encontrar podría no estar respaldado por la ciencia?
Las opciones no son muchas. Una es la de capacitar a nuestros navegadores para que señalen la información que pueda ser sospechosa o cuestionada. Así, cuando una afirmación como "la vacunación causa autismo" aparezca en nuestros navegadores, esa frase podría estar marcada en rojo, lo que nos aconsejaría consultar una fuente más autorizada. La clave es conseguir una base de datos de afirmaciones polémicas que se corresponda con el consenso más actualizado posible de la ciencia moderna, todo un reto que proyectos como Dispute Finder están abordando decididamente.
La segunda opción, no excluyente de la anterior, es la de ir haciendo que los motores de búsqueda asuman una mayor responsabilidad con relación a sus índices y ejerzan un control más riguroso al presentar los resultados de búsqueda de temas tales como "calentamiento global" o "vacunación". Google ya dispone de una lista de solicitudes de búsqueda que envían mucho tráfico a sitios que contienen falsa ciencia y teorías de la conspiración: ¿por qué no tratarlos de modo diferente a las solicitudes normales?
Por desgracia, la reciente adopción por parte de Google de la búsqueda social -mediante la cual los vínculos compartidos por nuestros amigos de la red social de Google de repente adquieren prominencia en nuestros resultados de búsqueda- hace que la compañía se mueva en la dirección contraria. Es razonable pensar que los negacionistas —del calentamiento global o de los beneficios de la vacunación- sean amigos on line de otros negacionistas. Por consiguiente, encontrar información que contradiga los propios puntos de vista será aún más difícil. Esta es una razón más para que Google expíe sus pecados y garantice que los temas dominados por la seudociencia y las teorías de la conspiración sean objeto de un tratamiento rigurosamente documentado y socialmente responsable.