Intentar borrar la historia es un esfuerzo inútil
*Por Sarah Bond. Un tribunal de El Cairo dispuso en abril que se retiraran de todas las plazas, calles, bibliotecas y otras instituciones públicas del país las imágenes del presidente egipcio depuesto Hosni Mubarak y de su esposa Suzanne, así como los nombres de ambos.
El borramiento dispuesto tiene por objeto servir como un cierre para la población egipcia luego de tres décadas de gobierno de Mubarak.
¿Pero ayudará a la sociedad a cicatrizar las heridas y avanzar? Deberíamos estudiar la antigüedad.
El Libro Egipcio de los Muertos recomienda a quienes viajan al mundo subterráneo que enfrenten a los demonios que guardan las puertas diciéndoles: "Déjenme pasar, ya que los conozco. Sé su nombre", antes de continuar su camino al más allá.
En la cultura egipcia, los nombres tienen un poder intrínseco y pueden ser una forma de control . Cuando el faraón Akenatón trató de instituir su propio tipo de monoteísmo, hizo que retiraran el nombre del dios rival, Amón, de todos los monumentos de Egipto.
La destrucción de imágenes por decreto gubernamental en el mundo romano se llama "damnatio memoriae" . Ese decreto significaba que el nombre proscrito se eliminaba de las inscripciones, que su rostro se borraba de las estatuas, y que éstas eran objeto de violencia como si se tratara de personas reales. Se pasaba pintura por encima de sus imágenes representadas en frescos, se eliminaba su efigie de las monedas, se destruían sus escritos.
Los romanos consideraban que el relegamiento al olvido era un castigo peor que la ejecución misma.
La práctica de prohibir imágenes floreció también en la cristiandad , si bien se la usó más por venganza, humillación o para la promoción de la ortodoxia religiosa que en aras de la justicia o de una catarsis. En la Florencia renacentista, se impuso la damnatio memoriae a los enemigos políticos de los Medici. La iglesia bizantina retiraba a los herejes de los dípticos patriarcales, mientras que en la Iglesia Católica Romana los sucesores de los papas impopulares eliminaban a éstos de toda documentación.
Es obvio que buena parte de esa destrucción no logró su objetivo.
La historia no constituye un paralelo exacto del Egipto actual. Mubarak y su esposa siguen con vida, y sus imágenes están pegadas a las paredes, no talladas en obeliscos. De todos modos, al disponer la eliminación pública del nombre y las imágenes de Mubarak, los tribunales egipcios – de forma muy similar a los faraones egipcios y el Senado romano- sentaron un precedente. En lugar de hacer borrón y cuenta nueva, la disposición bien puede servir para perpetuar los errores del pasado.
Cuesta no percibir en el nuevo régimen ecos de las prácticas represivas de Mubarak . En lugar de establecer prohibiciones, Egipto debería permitir que las personas e instituciones que tengan imágenes del ex presidente decidan por sí mismas si prefieren conservarlas o no.
Tal vez sea mejor que se le evite a la población de Egipto la amnesia compulsiva y que se le permita conservar algunos recuerdos de su ex presidente. Borrar los crímenes del pasado no nos ayuda a evitarlos en el futuro.