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Inteligencia perruna

*Por Arnaldo Pérez Wat. a vida normal conserva el pasado. El país que ignora su historia marcha a quedarse sin futuro, pero el constante recuerdo que alimenta la venganza es un odio improductivo.

Stefan Zweig, en su libro Celos, confusión de sentimientos , dice que mientras entregamos la mayor parte de nuestros sentimientos e ideas por medio de palabras, el animal, que no posee el habla, está obligado a concentrar sus expresiones en sus pupilas. A muchas personas se les oye decir que su perro tiene una mirada tierna, de terror o inquisitiva, pero atribuir cualidades humanas a los animales es un vicio denominado antropomorfismo.

Ese ser irracional no tiene sentimientos sino emociones; no posee voluntad, sino tendencias. Tampoco es celoso, aunque los psicólogos aconsejan adquirirlo cuando el hogar ya está formado con niños; así no se sentirá desplazado porque no es el centro y no ocurriría lo que sucede en la citada novela.

A saber: la señora Limpley da a luz y, orgullosa, aparece con la bebita en brazos. El perro mira como diciendo: "¡Ajá! Con que ése era el enemigo oculto". Al poco tiempo, la nenita está en su cochecito en el jardín y el animal lo empuja hasta una pendiente que va a la orilla de un canal. Cuando llegan los que corren a auxiliarla, ya está el coche invertido en el agua y la pequeña ahogada. El comisario, al observar las huellas de las ruedas, deduce que nunca pudo el coche rodar por el césped sin que alguna fuerza lo empujara. La obra concluye cuando al tiempo aparece el animal, altivo, y con mirada de seguridad. Una señora, amiga de la casa dice: "Fue él. Él lo hizo".
Innatos o culturales

Todavía se discute sobre si los celos son innatos o culturales en el hombre, pero los muy celosos resultan apasionados, ansiosos, sádicos, inaccesibles a los argumentos razonables y hasta emparentados con la envidia y la venganza.

El perro no razona; por eso, no habla: por no poder abstraer en símbolos las palabras. Su inteligencia sólo puede relacionar objetos presentes: calcula distancias o espera el rebote de una pelota, pero no más. Le mostramos la camiseta de Boca y ve (con el mayor respeto) un trapo; no llega a imaginar la institución. Ahora bien, si el amo toma del ropero la camiseta de su club, el can se planta en la puerta cerrando el paso. Tiene prospección, sabe que se va a ir a la cancha: inspecciona el futuro y el pasado sobre observaciones presentes. No pasa de allí. No puede prometer ni comprometerse; por ello no lleva anillo ni se mete en política.

Se afirma que el comportamiento del irracional es instintivo: la hormiga guarda para el invierno, el perro entierra un hueso. Es una manera de ahorrar, pero los inferiores no saben lo que hacen ni para qué, pues si uno les roba el objeto, siguen atesorando. El hombre razona y concluye que obran sólo por instintos. Pero si una abeja en la peatonal observa a los que pasan hablando por su celular, también va a decir: "Estos humanos hablan por instinto. ¿Para qué hacen ademanes si en la otra punta no los pueden ver?"

El recuerdo de lo negativo traba nuestro progreso. Un pinche es nombrado a dedo gerente general en una institución burocrática y se acuerda de aquel jefe que lo sancionaba por llegar tarde. Piensa: "A ése lo voy a mandar a limpiar los baños". Allí radica nuestro mal, deberían ascenderlo a gerente, si cumplía celosamente con su deber. La marcha de la empresa está por sobre las cuestiones personales. En el perro no existe la venganza.

La vida normal conserva el pasado. El país que ignora su historia marcha a quedarse sin futuro. Pero el constante recuerdo que alimenta la venganza en el racional es un odio improductivo que borra muchos buenos recuerdos, toda vez que el olvido de las cosas hermosas implica la muerte del corazón.