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Inseguridad, democracia y desarrollo

*Por David Czarny. La democracia debe asegurar el orden y el respeto a los bienes y las personas, pero priorizando un Estado de Derecho con capacidad para una distribución equitativa de la riqueza y para contener la criminalidad.

El mapa de la violencia no coincide con el mapa del hambre, y hay muchos ejemplos de zonas pobres en el mundo con bajos índices de violencia:

La pobreza no es la fuente de la delincuencia y de la inseguridad, pero sí lo son el empobrecimiento y la exclusión social, la pérdida de empleo, la disgregación familiar y la falta de un marco de pertenencia, especialmente en la sociedades donde se juntan el lujo obsceno y la miseria, los pudientes y los sin empleo, los ciudadanos integrados y los subciudadanos excluidos.

Estas son las situaciones que inducen conductas violentas hacia la criminalidad, el narcotráfico y la prostitución.

El avance de la violencia también se da en períodos de prosperidad, debido a un crecimiento sin equidad.

Las actividades criminales se beneficiaron con la globalización de los capitales, la tecnología y la información, en cuanto al tráfico y la distribución de drogas, y otros delitos.

La corrupción política y policial es uno de los resortes del funcionamiento de la criminalidad, así como la fragmentación de los cuerpos de seguridad. No existe coordinación entre las diferentes policías y fuerzas del orden.

Estas policías privilegian las acciones espectaculares para impactar a la opinión pública y descuidan el trabajo de prevención y de información, sin esclarecer la mayoría de los crímenes y delitos, lo que garantiza la impunidad.

Lamentablemente la policía no merece la confianza y el respeto de los ciudadanos, que tienen la sensación que el Estado no los protege, lo que fragiliza aún más a nuestra democracia tan difícilmente recuperada y con un ejemplo al mundo en la lucha contra la impunidad por los crímenes de lesa humanidad, con juicios a los responsables y a los cómplices de un Estado represor contra los ciudadanos que pensaban diferente.

En este siglo XXI, los intereses sectoriales y los objetivos partidarios están subordinados a la estabilidad política y la coexistencia social.

Los sectores políticos buscan convergencias programáticas y consensos, se privilegian las alianzas para consolidar las instituciones, pero sin un proyecto de Nación. Cuando se quiere consensuar demasiado se corre el riesgo de engendrar la confusión, se rompe el atractivo de las ideas y de los sueños, generando la apatía de los ciudadanos.

La poca diferenciación de los programas hace intercambiables a los partidos e inútil la competencia electoral.

Pero hoy la ciudadanía se define por el derecho a tener derechos, y rechaza los avatares políticos temporales. El Estado para ser eficaz, requiere una función pública competente y honesta.

Cuando la influencia partidaria toma la delantera y el servicio público está politizado, el Estado ya no puede ser garante de la seguridad.

Las fuertes desigualdades y la debilidad de las medidas adoptadas para reducirlas, mas allá de los discursos electorales, son el corazón del desencanto democrático, a pesar de los gastos demagógicos para los más desfavorecidos, sin una fiscalidad más justa.

En lugar de declamar "el retroceso de la pobreza" como una estadística; debemos planificar estrategias para una mayor igualdad y movilidad social.

Pero la democracia seguirá avanzando, porque las sociedades se transforman. Son más urbanizadas y secularizadas, y las fronteras de clases son más inciertas; además, la movilidad geográfica, la educación y la información crean nuevas posibilidades y la exclusión retrocede.
Aumenta la participación tanto horizontal como vertical.

¿Quién hubiera imaginado hace 30 años, un presidente democrático como el obrero Lula, el indígena Evo o el afroamericano Obama ?

Las elecciones por sí solas no son la democracia, porque también produjeron dictaduras, sin embargo, la valorización del acto electoral es una manifestación de los progresos de la democracia para sancionar a los gobernantes, para separar a los malos dirigentes y hasta para cambiar de régimen.

Aparecen nuevas formaciones políticas y una sociedad civil que incluye universidades, investigadores, etcétera, que se ponen en movimiento con una infinidad de demandas, que sirven de pasarela entre la esfera social y el espacio político formal, con propuestas inteligentes para un nuevo proyecto de desarrollo nacional.

Surgen la esperanza y la sospecha como elementos complementarios de la vida democrática, y como un sistema político siempre insatisfactorio e imperfecto.

Ese desencanto debe ser el motor de la alternativa y del cambio, pero siempre para más democracia y para mejor democracia.

Celebramos nuestros 200 años de historia, con luces y con sombras, con golpes y con fraudes, con mentiras y grandes decepciones, debacles económicas, alternancias dramatizadas y presidencias truncas; pero el fuego de la democracia nunca se apagó y es nuestro mejor espejo de ciudadanos libres.