Innovación y tecnología privada
*Por Martín Carranza Torres. No hay por qué permitir que el morbo farandulesco se abra paso pero como el final, a pedido de los productores y guionistas hollywoodenses, fue apto para todo público, es noble pensar qué hubiera sido de los 33 mineros atrapados a 622 metros de profundidad en la mina San José hace 20 ó 30 años atrás.
¿Hubiera habido posibilidad alguna de rescate? La respuesta es categórica: no. Y hoy, seguramente, estaríamos recordando aquella tragedia con cierto ahogo y fastidio. O, en el mejor de los casos, los familiares de los trabajadores chilenos gozarían de unas frías placas recordatorias en pleno desierto de Atacama.
¿Pero qué sucedió?, ¿qué cambió para que la posibilidad de un rescate dejara de ser un verbo en potencia y pasara a ser un hecho? Simplemente dos cosas: innovación privada y políticas de Estado a la altura de las circunstancias. En otras palabras: una lección cabal y arrolladora de capitalismo. Porque convengamos que la tecnología que revolucionó a la humanidad en los últimos tiempos no floreció en un sistema cerrado y de espaldas al mundo, ni de la abulia imperante de los que no arriesgan su capital económico e intelectual; sino de los que apuestan por un futuro para todos. Sin esa gente los mineros hoy estarían muertos.
No habría habido milagro posible. Aunque es cierto que para la ciencia los milagros son parte del folclore popular. Y aquí hubo un rumbo tangible. Una decisión política que, muy a pesar de los detractores del liberalismo, confió a Astilleros y Maestranzas de la Armada chilena el diseño de la Fénix 2, una versión mejorada de la llamada "bomba-Dahlbusch", un tubo de metal que fue ideado, en 1955, por ingenieros de la mina alemana Dahlbusch, en Gelsenkirchen. La cápsula, construida en los talleres de la sureña localidad de Talcahuano, comenzó, el 13 de octubre, a dar vida nuevamente al primero de los 33 mineros encallados en una arteria de la Tierra.
¿Podríamos considerar a la Fénix una creación de la magnitud del microchip? Probablemente sea desproporcionada la comparación. Pero si no tuviéramos año tras año un sistema que apunta al progreso a partir de este tipo de innovaciones, nada hubiera sido posible. Y eso hicieron conjuntamente los profesionales del Estado trasandino con los técnicos de la NASA. Innovaron, mejoraron una idea, agregaron valor. Porque para innovar no se necesita ser nuevo ni pertenecer al cuadro más calificado de una multinacional, sino rutinizar los procesos de innovación.
Y si no, basta con citar un segundo tópico en este tramado logístico: el taladro Center Rock Inc., cuya plataforma es de la firma Schramm Inc., que lideró el Plan B y logró llegar, el 9 de octubre, al taller de los trabajadores. Ambas empresas privadas residen en Pennsylvania, EE. UU. Center Rock está integrada por sólo 74 personas. Un grupo de esos trabajadores fue el que desarrolló la pieza cuya resistencia abrió ese esperanzador surco en la Tierra. La firma es pequeña y trabaja por encargo. Si tienen ganancias, pueden hacer más innovaciones. Capitalismo puro: final feliz.
Porque nada de lo que hoy se ve como algo natural de la evolución humana hubiera sido posible sin la decisiva participación de la iniciativa privada, del capital en riesgo, del ánimo de lucro y de gloria que se encierran dentro de cada invención, creación y emprendimiento. En otras palabras: tecnotropismo, que no es otra cosa que esa invariable tendencia cultural de la humanidad hacia la generación y aplicación de la tecnología que permite hacernos la vida más simple y confortable.
En esta extraordinaria saga que se inició el 5 de agosto del año pasado con un derrumbe en la mina San José, a 800 km al norte de Santiago de Chile, los ejemplos abundan:
• Samsung de Corea del Sur proveyó un teléfono celular que tiene incorporado su propio proyector y en donde veían películas y videos familiares.
• Jeffrey Gabbay, fundador de Cupron Inc. de Richmond, Virginia, fue quien proveyó las medias hechas con la fibra de cobre que eliminaba las bacterias de los pies y evitaban el riesgo de infección.
• El cable fibra óptica mantuvo la conectividad con el mundo exterior a partir de un joint venture entre Codelco (la compañía nacional de cobre de Chile) y la japonesa Nippon Telegraph & Telephone Corp.
• El cable de alta resistencia que soportó los 78 viajes y que recorrió en total unos 48.516 metros fue traído de Alemania.
• Por su parte las mineras privadas Collahuasi, Escondida y Anglo American, entre otras, financiaron equipos y dispusieron de expertos para rescate.
¿Y por qué abundan estos ejemplos? Porque en el entramado de una economía de libre mercado la innovación es la herramienta de supervivencia y distinción que encierra cada industria. Y ese desafío que implica vivir en un sistema abierto como el descrito hizo que los mineros atrapados transcurrieran las ocho semanas de encierro en mejores y más tolerables condiciones.
Los avances tecnológicos que disfrutamos en la actualidad nunca hubieran existido sin un sistema jurídico e institucional que proteja la creación de conocimiento, con reglas de juego suficientemente estables como para permitir importantes inversiones en investigación y desarrollo.
Los 33 mineros hallados con vida el 22 de agosto y rescatados el 13 de octubre pasado comenzaron otra vida. Impensada. Por mucho tiempo las productoras hollywoodenses, las editoriales, las crónicas periodísticas y el cibermundo se encargarán de vestirlos de héroes. Aunque, y muy a pesar del éxito por venir, no habrá que olvidar jamás que los finales emotivos los crea la industria y que la industria innovó, arriesgó, invirtió para que hoy ellos puedan contarla