Informe UCA: un oscuro espejo donde mirarnos
Por Guillermo Whpei. Las cifras de este informe son claras, vivimos en un país que, lejos de las promesas electorales, ha agudizado la dramática situación de los sectores más vulnerables.
Por Guillermo Whpei - Presidente de @fundaciondemo
Un incremento de la pobreza estructural, nuevos hogares que ya no logran cubrir la canasta básica y un fuerte impacto social por la inflación o la pérdida de empleo en millones de argentinos. En medio de este escenario de grave crisis socioeconómica, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) dio a conocer los últimos números de pobreza multidimensional que arrojan resultados alarmantes: la pobreza medida por diferentes derechos sociales -más allá del índice por ingreso- aumentó del 26,6% al 31,3% de la población en la Argentina, del 2017 al 2018, lo que implica que hoy existen 12,7 millones de personas con carencias importantes para su vida.
Las cifras de este informe son claras, vivimos en un país que, lejos de las promesas electorales, ha agudizado la dramática situación de los sectores más vulnerables, lo que se traduce en una ampliación de la franja de exclusión y por ende de personas que viven en condiciones de indignidad.
El problema de la pobreza y la indigencia no es nuevo. Desde la recuperación democrática, todas y cada una de las administraciones, se propuso bajar estos índices declarando verdaderos combates, pero lo cierto es que ni este ni los gobiernos que le precedieron, lograron alcanzar esa conquista. El aumento de las partidas de los planes y las asignaciones sociales si bien es un paliativo al drama cotidiano que viven esas millones personas, es eso, solo un paliativo que nunca sirve para revertir una situación poniendo en marcha la virtuosa rueda del desarrollo económico.
La Argentina, un país que en el pasado se enorgullecía de su equilibrio social, hoy se aleja a pasos agigantados de ese lugar referencial. Y cada una de las crisis económicas, cada uno de los procesos devaluatorios , cada uno de los fracasos en sus políticas económicas, no ha hecho otra cosa que ampliar la dramática brecha entre los que más y los que menos tienen. La multiplicación de personas arrojadas a vivir en villas miserias, las miles de personas que hoy malviven en la calle o que sobreviven rebuscando alimentos en los contenedores de residuo, los miles de niños condenados a asistir a los comedores comunitarios, el deterioro de nuestro sistema educativo, sumado al aumento exponencial de la violencia que tiene su origen tantas veces en la desesperada situación de sobrevivencia y en el quiebre de la cadena de valores, son solo algunos de los rostros de este derrumbe social al que tristemente nos hemos ido acostumbrando como si ya fuera parte sustancial de nuestra vida nacional.
Revertir esta situación es tarea de la política, es trabajo de la clase dirigente que debe, de una vez por todas, asumir la necesidad de crear consensos mínimos para enfrentar este drama haciendo a un lado la mezquindad de sus intereses. Una clase política a la que la sociedad le exige cada día, de manera desesperada, que sus discursos se reflejen en actos de gobierno; pero esto es algo que no sucede, salvo honrosas excepciones.
El informe de la UCA es un oscuro espejo donde mirarnos. La imagen allí reflejada es la nuestra, la de nuestra incapacidad y nuestro fracaso como sociedad para lograr salir de un estancamiento que ya lleva décadas.
Es hora de hacer algo. Es hora de dejar de ilusionarnos en que una nueva elección habrá de ser la llave de ingreso inmediato al seguro bienestar. Es hora de exigir a las futuras administraciones políticas la presentación de un plan urgente de emergencia social que reúna los acuerdos de las grandes mayorías. Es hora de exigir menos discursos y más decisión política que se traduzca en acciones claras.
Es hora de que entendamos, no solo que este drama no se resuelve de un día para otro sino que es necesario, absolutamente necesario que todos, absolutamente todos los argentinos nos comprometamos en poner lo mejor de nosotros para lograr tener aquel país por el que soñaron y trabajaron las generaciones que nos precedieron.