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Impunidad discursiva

Diatriba. Sergio Burstein, en el acto en memoria de las víctimas del atentado de la AMIA.

Extendidas concepciones sobre lo políticamente correcto fomentan en la Argentina la generalización de una impunidad discursiva en la que sufrimientos o antiguas glorias habilitan para decir cualquier cosa y atacar e insultar a cualquiera sin la más mínima consideración. En el último acto en memoria de las víctimas del atentado a la AMIA, ocurrido hace ya 13 años, el dirigente de la organización Familiares y Amigos de las Víctimas, Sergio Burstein, se despachó con una durísima filípica en la que cayeron el gobierno de Irán, el jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, el en ese momento candidato a diputado del PRO Sergio Bergman, el dirigente piquetero Luis D'Elía, el presidente de Bolivia Evo Morales, el ex presidente Carlos Menem y hasta el periodista José "Pepe" Eliaschev, entre otros. Las palabras de Burstein originaron una fuerte polémica, potenciada porque fueron pronunciadas en vísperas de la primera vuelta de las elecciones para Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En esta polémica, sin embargo, los blancos de la diatriba de Burstein corrieron con desventaja porque debían responder a una "víctima" a la que se tiende a darle la razón sin entrar en mayores análisis. Es preciso separar los tantos: es legítimo el reclamo de justicia de las víctimas de la AMIA, pero ello no habilita al ataque gratuito y a las catarsis viscerales. El dolor no constituye una patente de corso para agraviar. Ni las presunciones y sospechas adquieren carácter de certeza, ni las broncas y apetitos resultan inmediatamente justificables, por el sólo hecho de que sean expresadas por víctimas de algo.

Lo de Burstein, no obstante, se inscribe en una larga tradición nacional en la que determinados personajes adquieren la impunidad discursiva para avanzar incluso más allá de las circunstancias que podrían proporcionarles -y también esto es relativo- alguna autoridad para que su opinión mereciera una valoración superior a la de los demás y, además, sea excusada hasta del análisis lógico. Sobre la AMIA puede decirse que el atentado sigue impune y que las mayores inquietudes giran en torno de supuestos complots de encubrimiento, en lugar del esclarecimiento del hecho concreto. Y esto ocurre en gran medida porque las investigaciones se contaminan con las presiones de las víctimas, las internas entre ellas y los diversas hipótesis que, desde el atril que le proporciona la tragedia sufrida, exponen como verdades incuestionables, ayunas de pruebas y sólo sostenidas por sus pareceres y posicionamientos.

Así, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, por ejemplo, se permiten aseverar cualquier cosa, enlodar honras y disparar sospechas a diestra y siniestra. Famosas son en este sentido las manifestaciones de Hebe de Bonafini, a las que en los últimos años se plegó la titular de Abuelas, Estela de Carlotto, que mantenía una línea más serena. ¡Ay de quien ose esgrimir una tibia crítica contra alguna de las dos! Será objeto de las peores imputaciones, incorporado sin más a la galería de los mefistofélicos conspiradores y enemigos de la humanidad, en un perverso mecanismo que clausura la posibilidad del disenso y condena a la condición de canalla a quien se atreva a emitir que tal vez lo que dicen las víctimas no sea cierto o razonable. Resultado: como no se podía objetar desde ningún ángulo a las Madres, la Fundación de la organización terminó tansformada en tapadera de negociados gracias a la falta de controles; y como no es lícito dudar de las Abuelas, hay que seguir manteniendo las dudas sobre los análisis de ADN que determinaron que los hijos de Ernestina Herrera de Noble no son hijos de desaparecidos, como se sostuvo durante años.

El otro caso emblemático de impunidad discursiva es el de Diego Armando Maradona. Como ha sido el mejor jugador de fútbol del mundo y le dio grandes alegrías deportivas al pueblo argentino, se le excusa cualquier exabrupto, cualquier barbaridad en contra de cualquiera. Solamente serán de recibo objeciones de alguien que también sea o haya sido el mejor jugador del mundo, y hasta por ahí no más. No importa que Diego opine sobre geopolítica, filosofía o física cuántica. La gloria pasada se reconoce y la felicidad futbolera se agradece. De ahí a la justificación de cualquier cosa hay un paso muy grande, excesivo, que sin embargo se da.