Imperdible y única entrevista al milagroso padre Ignacio
Por primera vez, el prestigioso sacerdote que reúne miles de seguidores de todo el país dio una entrevista en la que habló de todo. Conocé al hombre detrás del milagro.
Creer o reventar. De eso se trata la fe y en el caso del padre Ignacio, son miles las personas que se congregan cada día y aguardan horas porque creen en él y sus milagros.
Pero el padre Ignacio no es adepto a la prensa y prefiere comunicarse por medio de videos que se suben a la página oficial de la iglesia o por medio de sus seguidores.
Desde un pequeño comedor junto a la parroquia Natividad del Señor, en el corazón del barrio Rucci en Rosario, el milagroso padre concedió su primer entrevista al periódico La Capital.
Ser nada más y nada menos que portador de un don de Dios, es un peso enorme, pero pese a esto y a su creciente fama, el padre Ignacio Peries es sencillo, humilde, no se siente el centro de nada, ni lo quiere ser, reniega del rótulo de "cura sanador" y todo el tiempo remarca que él es sólo "un instrumento" para ayudar a los demás.
"Sí, sé que Dios me dio una gracia, pero no puedo explicar en qué consiste. Va más allá de mis conocimientos. Soy un instrumento, yo nunca sané a nadie. El que cura es Dios. Yo invoco la gracia y luego la fe de la persona interviene. Es como dijo Jesús: "Tu fe te salva". Yo nunca dije que soy sanador, nunca. Sé que digo cosas a la gente o que toco el lugar donde hay un problema, y hay muchos testimonios de sanación y de gente que viene a agradecer, pero la sanación la hace Dios y depende en gran medida de la fe de esa persona", explica.
A la hora de "curar" la percepción es importante pero también es fundamental la fe y la palabra de la persona.
"Hay cosas que puedo percibir, pero también muchos me dicen lo que necesitan: si están enfermos de cáncer, si buscan trabajo o si quieren un bebé. Yo puedo darme cuenta si se trata de un dolor físico, psíquico o espiritual. Después actúa Dios. Mi vocación es despertar la fe para que a través de ella la persona encuentre la solución que necesita. No se trata de abrazar, consolar, emocionar o desmayar. No es un consuelo físico lo que puedo dar sino espiritual. Lo más importante es eso, lo demás (desmayos, lágrimas) es secundario", sostuvo.
El padre de Ignacio se inició a muy temprana edad en el ámbito religioso y desde muy joven se dio cuenta que era especial.
"Me di cuenta... cuando tenía 12 ó 14 años, pero no fui totalmente consciente. Me pasaron varias cosas con los enfermos de mi pueblo. Cuando tenía 12 el párroco me invitó a visitar a los enfermos y cuando yo los tocaba me decían "padre, padre". La primera vez fue con una viejita ciega que nos conocía de toda la vida, pero cuando yo la toqué me dijo "padre". Le respondí: "No, no soy el padre", pero ella me contestó: "Tu mano tiene calor sacerdotal". Yo me asusté y no quise volver. Pero un año más tarde me pasó lo mismo con otro señor que estaba medio ciego. Otra vez, lo toqué y dijo "padre". Esta vez el párroco estaba conmigo y le dije que el padre estaba allí, que yo sólo era un amigo. El viejito me dijo: "Tu mano tienen calor sacerdotal". Entonces el cura fue muy bueno y me explicó que tal vez Dios tenía una vocación para mí y que podría ser el sacerdocio".
Pese a los augurios y a las experiencias vividas decidirse por un rol sacerdotal no fue tarea fácil.
"Yo tenía ciertos miedos. Cuando entré a la facultad (estudiaba derecho) me fui a otra ciudad y volvía a mi casa en vacaciones. Una vez mi papá me pidió que ayudara a los chicos del pueblo en las materias escolares porque no podían pagar una maestra particular. No me gustó y me enojé. Y ahí fue cuando mi papá me miró y me dijo: "Dios te dio tanto... Aprende a compartir al menos así" (hace un gesto para indicar un poquito). No hablé más y lo hice", contó.
Y añadió: "Cumplí porque me lo había pedido mi padre, le tenía mucho respeto. Cuando volví a la facultad un día recibí un sobre muy grande que tenía 40 cartas. Eran de los chicos que me agradecían lo que les había enseñado. Todos habían aprobado matemática y lengua con buenas notas. Esa experiencia me cambió. Ahí me di cuenta que podía dar algo de mí para mejorar la vida del otro y ahí empezó mi proceso vocacional. Me fui a Inglaterra al seminario y desde el día en que me ordené sacerdote, en Gales, comenzó a desarrollarse más este don".
Hoy en día el milagroso padre congrega a miles de personas que esperan horas para escuchar sus palabras, y sanar sus penas y dolores.
"El ser humano sufre mentalmente, psíquicamente, emocionalmente y también hay muchos problemas familiares que producen dolor. En cierta medida todos estamos enfermos porque sufrimos por algo, un cáncer, la falta de trabajo, un hijo con algún problema...", señaló.
Así todo, el padre asegura que después de ver tanto dolor, no termina afectado.
"Creo que Dios me dio la gracia de sentir el amor del otro, también por cosas que pasé en la vida. A veces me duele ver tanta gente que sufre, que busca la última esperanza de vida, pero no me afecta mi estado físico ni psíquico; al contrario, me produce una gran alegría poder ayudar a la gente, a la que atiendo con todo amor".
Pero el padre Ignacio no es adepto a la prensa y prefiere comunicarse por medio de videos que se suben a la página oficial de la iglesia o por medio de sus seguidores.
Desde un pequeño comedor junto a la parroquia Natividad del Señor, en el corazón del barrio Rucci en Rosario, el milagroso padre concedió su primer entrevista al periódico La Capital.
Ser nada más y nada menos que portador de un don de Dios, es un peso enorme, pero pese a esto y a su creciente fama, el padre Ignacio Peries es sencillo, humilde, no se siente el centro de nada, ni lo quiere ser, reniega del rótulo de "cura sanador" y todo el tiempo remarca que él es sólo "un instrumento" para ayudar a los demás.
"Sí, sé que Dios me dio una gracia, pero no puedo explicar en qué consiste. Va más allá de mis conocimientos. Soy un instrumento, yo nunca sané a nadie. El que cura es Dios. Yo invoco la gracia y luego la fe de la persona interviene. Es como dijo Jesús: "Tu fe te salva". Yo nunca dije que soy sanador, nunca. Sé que digo cosas a la gente o que toco el lugar donde hay un problema, y hay muchos testimonios de sanación y de gente que viene a agradecer, pero la sanación la hace Dios y depende en gran medida de la fe de esa persona", explica.
A la hora de "curar" la percepción es importante pero también es fundamental la fe y la palabra de la persona.
"Hay cosas que puedo percibir, pero también muchos me dicen lo que necesitan: si están enfermos de cáncer, si buscan trabajo o si quieren un bebé. Yo puedo darme cuenta si se trata de un dolor físico, psíquico o espiritual. Después actúa Dios. Mi vocación es despertar la fe para que a través de ella la persona encuentre la solución que necesita. No se trata de abrazar, consolar, emocionar o desmayar. No es un consuelo físico lo que puedo dar sino espiritual. Lo más importante es eso, lo demás (desmayos, lágrimas) es secundario", sostuvo.
El padre de Ignacio se inició a muy temprana edad en el ámbito religioso y desde muy joven se dio cuenta que era especial.
"Me di cuenta... cuando tenía 12 ó 14 años, pero no fui totalmente consciente. Me pasaron varias cosas con los enfermos de mi pueblo. Cuando tenía 12 el párroco me invitó a visitar a los enfermos y cuando yo los tocaba me decían "padre, padre". La primera vez fue con una viejita ciega que nos conocía de toda la vida, pero cuando yo la toqué me dijo "padre". Le respondí: "No, no soy el padre", pero ella me contestó: "Tu mano tiene calor sacerdotal". Yo me asusté y no quise volver. Pero un año más tarde me pasó lo mismo con otro señor que estaba medio ciego. Otra vez, lo toqué y dijo "padre". Esta vez el párroco estaba conmigo y le dije que el padre estaba allí, que yo sólo era un amigo. El viejito me dijo: "Tu mano tienen calor sacerdotal". Entonces el cura fue muy bueno y me explicó que tal vez Dios tenía una vocación para mí y que podría ser el sacerdocio".
Pese a los augurios y a las experiencias vividas decidirse por un rol sacerdotal no fue tarea fácil.
"Yo tenía ciertos miedos. Cuando entré a la facultad (estudiaba derecho) me fui a otra ciudad y volvía a mi casa en vacaciones. Una vez mi papá me pidió que ayudara a los chicos del pueblo en las materias escolares porque no podían pagar una maestra particular. No me gustó y me enojé. Y ahí fue cuando mi papá me miró y me dijo: "Dios te dio tanto... Aprende a compartir al menos así" (hace un gesto para indicar un poquito). No hablé más y lo hice", contó.
Y añadió: "Cumplí porque me lo había pedido mi padre, le tenía mucho respeto. Cuando volví a la facultad un día recibí un sobre muy grande que tenía 40 cartas. Eran de los chicos que me agradecían lo que les había enseñado. Todos habían aprobado matemática y lengua con buenas notas. Esa experiencia me cambió. Ahí me di cuenta que podía dar algo de mí para mejorar la vida del otro y ahí empezó mi proceso vocacional. Me fui a Inglaterra al seminario y desde el día en que me ordené sacerdote, en Gales, comenzó a desarrollarse más este don".
Hoy en día el milagroso padre congrega a miles de personas que esperan horas para escuchar sus palabras, y sanar sus penas y dolores.
"El ser humano sufre mentalmente, psíquicamente, emocionalmente y también hay muchos problemas familiares que producen dolor. En cierta medida todos estamos enfermos porque sufrimos por algo, un cáncer, la falta de trabajo, un hijo con algún problema...", señaló.
Así todo, el padre asegura que después de ver tanto dolor, no termina afectado.
"Creo que Dios me dio la gracia de sentir el amor del otro, también por cosas que pasé en la vida. A veces me duele ver tanta gente que sufre, que busca la última esperanza de vida, pero no me afecta mi estado físico ni psíquico; al contrario, me produce una gran alegría poder ayudar a la gente, a la que atiendo con todo amor".