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Huida hacia adelante

*Por Joaquín Morales Solá. "Me gustaría explicarles todo esto", repitió ayer varias veces Amado Boudou en su larga y asombrosa diatriba, por momentos autoincriminatoria.

Y nunca explicó nada. Se envolvió en banderas de "lucha popular" (que no le sientan bien) para pasar luego por la vieja historia de las viejas AFJP, por la trillada ley de medios, por sus desconocidas batallas en el G-20, por la impresión de la boleta única en Santa Fe, por el negocio del juego en la provincia de Buenos Aires, por las supuestas amistades de Mauricio Macri (que nada tienen que ver con Ciccone) y hasta deambuló por una rocambolesca historia de narcotraficantes yugoslavos. Nunca se detuvo para explicar con solvencia qué hace su nombre entre los sospechosos de haber interferido para tomar el control de la imprenta de billetes más importante del país.

Un día después de que la Justicia se hiciera de una primera prueba que vincularía a Boudou con el actual presidente de Ciccone, Alejandro Vandenbroele, el vicepresidente lanzó su más dura ofensiva contra el juez de la causa, Daniel Rafecas, y contra el propio fiscal, Carlos Rívolo. No son funcionarios judiciales fáciles de injuriar porque cuentan con el respeto de sus colegas.

¿Qué quiso hacer entonces? Es probable que haya buscado que el juez se excusara de seguir en la causa y que explicara que ha sido moralmente presionado por el desenfreno vicepresidencial. Es posible, del mismo modo, que haya estado juntando argumentos para sentar a Rafecas frente al tribunal del Consejo de la Magistratura. El proceso del juicio contra el juez será iniciado por el vicepresidente y contará, seguramente, con el respaldo del kirchnerismo en el Consejo de la Magistratura. Pero nadie tiene ahí, ni el oficialismo ni la oposición, la mayoría especial necesaria como para destituir a ningún juez, mucho menos por razones tan arbitrarias. La estrategia de Boudou es sólo una manera directa de presionar sobre la independencia y la tranquilidad de un juez.

Sin embargo, la razón más práctica podría ser otra: la Justicia cuenta ya con otros elementos de prueba que incriminarían a Boudou, según dijeron inmejorables fuentes judiciales. Esos elementos se mantienen en estricta reserva, por ahora, pero estarían en conocimiento del vicepresidente. "Huyó hacia adelante", dijeron en los tribunales las mismas fuentes que, no obstante, descartaron que hayan estado en preparación medidas importantes que justificaran la ofensiva del vicepresidente.

Tan incoherente como inconexo en la exposición de sus ideas, Boudou fue sólo descifrable para los que conocen la causa o han leído todos los días la información que lo inculpa. Habló de "Núñez" (por su amigo José María Núñez Carmona) como si fuera una figura del famoseo vernáculo, que no lo es. Recurrió de manera insultante al nombre del CEO de Clarín, Héctor Magnetto, convertido ya a estas alturas en el pretexto de todas las desgracias kirchneristas. Mintió sobre las posiciones históricas de los dos grandes diarios para explicar por qué la Justicia está en estos días cerca de sus talones. Al final, y en un último desvarío de su inteligencia, llamó "esbirros" a los propios periodistas que él mismo había convocado. Algunas cosas parecidas, no iguales, solía hacer Néstor Kirchner (y, a veces, le salían bien), pero el ex presidente tenía, sin duda, otro manejo de los tiempos y otra envergadura política.

Boudou empezaba a desplegar una idea, pero otra idea se lo llevaba por ramas, árboles y bosques hasta que al final volvía a la línea original. El argentino común no pudo seguir, aun cuando lo hubiera querido, esa sucesión interminable de discordancias. Fueron las expresiones de manual de un hombre estresado, acorralado por papeles que contradicen sus palabras y, quizás, escéptico de su propio destino.

Llegó a la autoinculpación cuando contó que el presidente de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, lo fue a ver para ofrecerle una coima en nombre de la empresa Boldt, competidora del fondo que preside Vandenbroele por el control de Ciccone. Si no lo conoce a Vandenbroele, como asegura, ¿para qué le ofrecerían una coima? ¿Por qué harían eso si él no hubiera sido una figura central en el proceso de cambio de la propiedad de Ciccone? ¿Justificaría un enorme soborno, como él deslizó, su firma en un expediente sobre la quiebra de Ciccone cuya resolución final fue siempre potestad de la AFIP? ¿Por qué, en última instancia, no fue en su momento a la Justicia y denunció a Gabbi y a Boldt por intento de soborno?

Boudou estuvo ayer patéticamente solo. Ningún kirchnerista, funcionario o legislador, se sentó a su lado o fue a escuchar su sermón. Otros síntomas son, con todo, más expresivos de su soledad. Como si se hubiera desprovisto ya de ambiciones y de esperanzas, disparó contra el corazón del peronismo y contra el sistema judicial más cercano al oficialismo. Fue cuando veladamente acusó de implacable lobby al estudio jurídico de la familia del jefe de los fiscales, Esteban Righi. Righi, que como procurador general integra la Corte Suprema de Justicia, es un hombre cercano al kirchnerismo y comprensivo de sus problemas. Ha sido siempre un reaseguro de última instancia, no en cualquier caso, al que los actuales gobernantes podían recurrir.

AMISTADES

El problema de Righi con Boudou consiste en que es amigo de Rafecas y que éste fue alumno y ayudante de cátedra del actual jefe de los fiscales. Agredir a Righi no podría resultar nunca gratuito en el universo kirchnerista. Righi fue, en los años 70, el más emblemático ministro del ex presidente Héctor Cámpora, cuyo apellido lleva ahora el nombre de la organización kirchnerista más influyente (La Cámpora), liderada por el hijo de la Presidenta, Máximo Kirchner. El vástago presidencial es un confeso admirador de Cámpora y de todo lo que significó en sus pocos días de poder, con Righi incluido.

Otro disparo de Boudou pegó en el núcleo duro del peronismo: la provincia de Buenos Aires. Acusó a todos los gobiernos bonaerenses desde 1993 (todos peronistas) de haber hecho negocios con su odiada Boldt. Una cosa es Eduardo Duhalde, que ya no maneja nada, y otra cosa es el peronismo bonaerense. Ningún peronista que se precie aceptará nunca una provocación generalizada contra el mayor bastión electoral del justicialismo. La intención de Boudou fue doble: atacar a Duhalde y a Daniel Scioli. Duhalde ya no está; es como pegarle a una sombra. Pero Scioli sigue convocando en la provincia más adhesiones que cualquier otro kirchnerista, salvo Cristina Kirchner. El peronismo histórico no se equivocó cuando entrevió, desde el principio de las cosas, que el problema de Boudou era sólo de Boudou.

El conflicto nuevo es que Boudou no acepta esa situación. A fin de cuentas, lo que pareció decir ayer es que nunca caerá solo y que otros, ex amigos o viejos enemigos, lo acompañarán en la pendiente. Esa es una cuestión política, que ya desborda al poder de los jueces.