Hugo Varela: "Siempre me sentí un pibe distinto"
*Por Silvina Lamazares. Cuenta que cuando sus amigos jugaban al fútbol, él prefería armar títeres. Y dice que "era el cómico del grupo".
Cordobés y humorista. Combinación semántica que llevaría a más de uno -a más de uno de los que no lo conocen, claro- a una conclusión equivocada. No es de los que se suben a una palabra para usarla de disparador de un chiste temático, tipo suegras , borrachos, superhéroes.
Hugo Varela parece venir de otro molde. Es como si la comicidad se le fuera cayendo al andar, al decir, al mirar. Al cantar. Mezcla armónica de músico y gracioso, es capaz de tallar un instrumento sobre lo que uno menos imagine. Ahora, por caso, acaba de fabricar un contrabajo con un lavarropas en desuso (ver El instrumento ). En su casa sobran los ejemplos y, en esa misma casa, el dueño se sincera: "Siempre me sentí un pibe distinto".
El pibe ha crecido -"digamos que tengo más de 50 años"- y la diferencia con el pelotón se sigue notando. El toca una guitarra enorme, que está en un rincón de su refugio de la Paternal, construida con maderas de un viejo piso. Y cuando la rasguea, suena de maravillas. Y mientras toca, improvisa una humorada. Como cuando la amable señora que trabaja en la casa asoma con torta de manzanas y mermelada recién horneada: "Que no quede precedente de esto, por favor, porque después van a querer venir todos los días y van a organizar falsas notas sólo para comer aquí".
Hermoso lugar, por otra parte, para volver: tras la puerta, un jardín con horno de barro y parrilla. Luego, la vivienda, con una cocina vidriada, un living amplio, un escenario "para que toquen los amigos", arriba los cuartos y en el fondo, tras una red que divide pero permite espiar, está su búnker, el taller. En ese espacio conceptual, que ha montado en cada sitio donde ha vivido, fue formándose el artista que anoche estrenó 33 son mejores, treinta y tres años que dan risa , el espectáculo que durante tres semanas presentará en el Astral, de jueves a domingo. Cada noche tendrá un invitado diferente, que es una manera de reflejar su ecléctico abanico artístico: subirán a ese escenario, desde el Puma Goity a Sandra Mihanovich, pasando por Jorge Navarro y Paz Martínez, entre otros.
"Llevo una vida, como se dice comúnmente, dedicada a esto, pero nunca supe muy bien de dónde me venía el humor... Yo era un chico introvertido, me pasaba horas dibujando, tocando la guitarra o fabricando cosas. Y mientras mis amigos jugaban a la pelota, yo armaba títeres, unos personajes medio deformes", recuerda con timidez. Y entiende, mientras repasa su historia, que "en mi barrita yo era el que provocaba la gracia. Pero lo hacía sin proponérmelo. Tal vez, como no era bueno para el fútbol, me dejaba ver por el lado del humor. En el colegio era el cómico del grupo y era el alumno que hacía las clásicas imitaciones de los profesores".
Rodeado de instrumentos -convencionales y no tanto- y de objetos a los que quizás él sólo sea capaz de robarles sonidos, reconoce que "tomé conciencia de ese rol de cómico mucho tiempo después. Volviendo a Córdoba -nació en la capital serrana y creció cerca de allí, en la ciudad de San Francisco- y reencontrándome con esos viejos personajes. Percibí que me ubicaban como el tipo que los hacía reír, pero para mí era una cosa normal, como natural".
Hijo de una profesora superior de Bellas Artes -su incondicional fan de 95 años-, impulsado por su pasión por el dibujo "empecé a estudiar arquitectura. Luego me metí con el teatro, de ahí derivé hacia el mimo, la pantomima, me formé unos años en esas cosas y terminé largando la facultad. Al tiempito me junté con unos amigos músicos, abrimos un boliche en Villa Gesell, una especie de peña rarísima, El grillo afónico . Era un lugar abierto para el que supiera y quisiera hacer algo. Ahí empecé con esto de hacer juegos con la gente, de combinar música y humor. Y cuando Los grillos -así se llamaba su grupo- se desarmó, me mandé solo".
Su camino en los medios se abrió con Domingos para la juventud , siguió con De lo nuestro con humor ("un ciclo folclórico en Canal 11, en el que yo hacía cosas muy surrealistas") y "más adelante llegó Badía y compañía ... Si hubo un personaje fundamental en mi desarrollo ése fue (Juan Alberto) Badía. Todos los sábados me desafiaba a construir un instrumento distinto, a partir de una manguera, una madera o lo que fuera, que debía llevar terminado la semana siguiente. Esa fue una gran etapa".
Hubo varias etapas en el andar de este hombre que hace las cosas como quien silba bajito. "De chico me decían que debía hacer algo serio, que el resto eran pavadas. Que la arquitectura era seria, lo demás eran pavadas. Hasta que un día me di cuenta de que las pavadas que hacía eran, en realidad, mi eje. Y me jugué". Y jugó seriamente, como se lo pedían de pibe.
Hugo Varela parece venir de otro molde. Es como si la comicidad se le fuera cayendo al andar, al decir, al mirar. Al cantar. Mezcla armónica de músico y gracioso, es capaz de tallar un instrumento sobre lo que uno menos imagine. Ahora, por caso, acaba de fabricar un contrabajo con un lavarropas en desuso (ver El instrumento ). En su casa sobran los ejemplos y, en esa misma casa, el dueño se sincera: "Siempre me sentí un pibe distinto".
El pibe ha crecido -"digamos que tengo más de 50 años"- y la diferencia con el pelotón se sigue notando. El toca una guitarra enorme, que está en un rincón de su refugio de la Paternal, construida con maderas de un viejo piso. Y cuando la rasguea, suena de maravillas. Y mientras toca, improvisa una humorada. Como cuando la amable señora que trabaja en la casa asoma con torta de manzanas y mermelada recién horneada: "Que no quede precedente de esto, por favor, porque después van a querer venir todos los días y van a organizar falsas notas sólo para comer aquí".
Hermoso lugar, por otra parte, para volver: tras la puerta, un jardín con horno de barro y parrilla. Luego, la vivienda, con una cocina vidriada, un living amplio, un escenario "para que toquen los amigos", arriba los cuartos y en el fondo, tras una red que divide pero permite espiar, está su búnker, el taller. En ese espacio conceptual, que ha montado en cada sitio donde ha vivido, fue formándose el artista que anoche estrenó 33 son mejores, treinta y tres años que dan risa , el espectáculo que durante tres semanas presentará en el Astral, de jueves a domingo. Cada noche tendrá un invitado diferente, que es una manera de reflejar su ecléctico abanico artístico: subirán a ese escenario, desde el Puma Goity a Sandra Mihanovich, pasando por Jorge Navarro y Paz Martínez, entre otros.
"Llevo una vida, como se dice comúnmente, dedicada a esto, pero nunca supe muy bien de dónde me venía el humor... Yo era un chico introvertido, me pasaba horas dibujando, tocando la guitarra o fabricando cosas. Y mientras mis amigos jugaban a la pelota, yo armaba títeres, unos personajes medio deformes", recuerda con timidez. Y entiende, mientras repasa su historia, que "en mi barrita yo era el que provocaba la gracia. Pero lo hacía sin proponérmelo. Tal vez, como no era bueno para el fútbol, me dejaba ver por el lado del humor. En el colegio era el cómico del grupo y era el alumno que hacía las clásicas imitaciones de los profesores".
Rodeado de instrumentos -convencionales y no tanto- y de objetos a los que quizás él sólo sea capaz de robarles sonidos, reconoce que "tomé conciencia de ese rol de cómico mucho tiempo después. Volviendo a Córdoba -nació en la capital serrana y creció cerca de allí, en la ciudad de San Francisco- y reencontrándome con esos viejos personajes. Percibí que me ubicaban como el tipo que los hacía reír, pero para mí era una cosa normal, como natural".
Hijo de una profesora superior de Bellas Artes -su incondicional fan de 95 años-, impulsado por su pasión por el dibujo "empecé a estudiar arquitectura. Luego me metí con el teatro, de ahí derivé hacia el mimo, la pantomima, me formé unos años en esas cosas y terminé largando la facultad. Al tiempito me junté con unos amigos músicos, abrimos un boliche en Villa Gesell, una especie de peña rarísima, El grillo afónico . Era un lugar abierto para el que supiera y quisiera hacer algo. Ahí empecé con esto de hacer juegos con la gente, de combinar música y humor. Y cuando Los grillos -así se llamaba su grupo- se desarmó, me mandé solo".
Su camino en los medios se abrió con Domingos para la juventud , siguió con De lo nuestro con humor ("un ciclo folclórico en Canal 11, en el que yo hacía cosas muy surrealistas") y "más adelante llegó Badía y compañía ... Si hubo un personaje fundamental en mi desarrollo ése fue (Juan Alberto) Badía. Todos los sábados me desafiaba a construir un instrumento distinto, a partir de una manguera, una madera o lo que fuera, que debía llevar terminado la semana siguiente. Esa fue una gran etapa".
Hubo varias etapas en el andar de este hombre que hace las cosas como quien silba bajito. "De chico me decían que debía hacer algo serio, que el resto eran pavadas. Que la arquitectura era seria, lo demás eran pavadas. Hasta que un día me di cuenta de que las pavadas que hacía eran, en realidad, mi eje. Y me jugué". Y jugó seriamente, como se lo pedían de pibe.