¡Hola Wargon!
Suena el teléfono y es la inconfundible voz de Marcela, la antropóloga que andaba con el ingeniero agrónomo de Chañar Ladeado, donde se hace el Festival del Chancho.
Una relación paralelamente adúltera y muy sufriente, porque él aducía no poder verla por estar custodiado de cerca por su mujer, sus tres hijos y todas las fuerzas vivas del pueblo y hasta los chanchos. Nuestra charla anterior se cortó abruptamente, cuando intenté explicarle que hay misiones cuasi imposibles, como que un apacible y pueblerino señor, largue todo en pos de una mina que viaja constantemente por el mundo...
- "Marce, ¿cómo va todo?", mi pregunta era un leve tanteo. Para una mujer siempre "todo" es el varón que tienen entre las manos o entre las piernas. No me equivoqué.
- "Bárbaro", respondió Marce, "por fin conseguimos vernos con cierta regularidad".
Su voz no me sonaba a triunfo
- "¿Y, cómo hicieron?"
- "Tengo una amiga del alma que nos presta el departamento una vez por mes", acusé el golpe. Yo no era su amiga del alma y no pensaba contarle que la única manera en mi casa de albergar a una pareja es que se acostaran entre mi esposo y yo, y ninguno de los dos andamos para esos trotes. Nos duele la espalda. Me ahorré la penosa explicación, y ella siguió:
- "Entonces él le dice a su mujer que viene a un Congreso y tenemos unas horas para nosotros"
- "¡Maravilloso! Lo conseguiste!"
- "Sí, pero... (en esa vacilación estaba el problema) resultó un maricón!"
Mi silencio debe haber trasuntado mi malestar- "¿Un gay querés decir?"
- "Dije maricón"- la voz de ella se había endurecido también- "yo te cuento y vos le ponés la palabra que te guste: tiene tanto pero tanto miedo que lo pesquen que cada encuentro es una tortura. Debe hablar a su casa".
- "Marcela, sé que viajas mucho pero la gente normal habla a su casa cuando está de viaje... más si hay chicos"
- "Si pero él habla cada cuarenta minutos de reloj. Puede suspender o interrumpir cualquier cosa pero tiene que hacer ese llamado ¿Vos cómo le llamás a eso?"
- "Coitus interruptus! Y sí, es una situación puta!, dije quemándome en los fuegos del INADI. Me quedé un ratito en silencio pensando en la paradoja de esa esposa que pensaba que tenía bajo control a un tipo que hablaba desde la cama de la otra. Me estremecí por los tres.
- "Y eso no es todo", siguió Marcela, que estaba recalentando el teléfono de su indignación- "Tiene que enviar por su celular una foto cada hora para demostrar dónde anda. La llamada puede pasar porque no nos tenemos que levantar de la cama pero para la foto tiene que vestirse, salir corriendo, encontrar la toma... ¿te das cuenta?"
- "¿Y?, ¿qué se te ocurre?", Marcela se impacientaba. Creía que yo tenía una solución, pero yo solo tenía una descripción del problema.
- Mmmmmmmmmm- dije con voz de Ana Freud- "¿Lo querés?"
- "Qué se yo", dijo Marcela con voz de telgopor contra un vidrio - "Me tiene tan angustiada, que ni siquiera me doy cuenta"
- "Obvio que él tendría que ir a un analista, pero no va ir ni a palos"
- "¿Por qué estás tan segura?", saltó Marcela en su defensa
- "Porque conozco Chañar Ladeado. Allí no tienen inconsciente". Mi respuesta era tan surrealista como la situación. Tomé aire y avancé sabiendo que todo era inútil .Con voz didáctica le expliqué: "Los hombres vienen en dos formatos: los infieles y los que no se animan (son los menos). Los infieles son un infierno, con una sola ventaja: son cancheros, serenos, mienten o callan con naturalidad, no tienen lealtades a ninguna mujer y por ende, la palabra remordimiento les es ajena".
"Son divertidos, pero básicamente son valientes: se arriesgan a la ira de una mujer. Los no infieles, desean tanto como los otros pero efectivamente son cobardes. Ni unos ni otros cambian jamás. La única respuesta es tómalo o déjalo. Quizás te convenga hacer un curso de fotografías"
¡Me cortó un vez más! ¡Ufa! ¡No sé para que me habla!