Hola Wargon: catálogo de amores
Lamentablemente, algunas mujeres quedan adictas a los "amores piojos", como mi amiga, que se entrega al sufrimiento amoroso con la avidez de Drácula en un banco de sangre.
Suena el teléfono
- Hola Wargon
¡Uy Dios es Cecilia! me quedo callada como una rata sorprendida con un pedazo de queso en la heladera. Espero secretamente que Cecilia se dé cuenta que no quiero hablar. Es inútil. Si mi amiga es inmune a las palabras, menos aun puede percibir un silencio, así que avanza como si nada. Con voz de triunfo cuenta: "Se me pasó, ¿vas a creer? Me levanté esta mañana y se me había pasado".
Si mi amiga fuera sensata podría imaginar que se le pasó una terrible gripe o algún insoportable dolor de espalda. Pero mi amiga no es sensata y como este era el milésimo llamado que recibía con pormenores de la historia, supe en el acto que se le había pasado su último el amor. Doy fe que fue más molesto que la gripe y más insoportable que el dolor de ciática. Mi amiga se entrega al sufrimiento amoroso con la avidez de Drácula en un banco de sangre. Creo que es un caso de lecturas equivocadas.
Por suerte el romanticismo paso de moda, junto con la lectura, pero todas las mujeres que leímos "Cumbres Borrascosas" quedamos propensa a esa infección y algunas, quedan adictas a los "amores piojosos". Mientras pienso, mi amiga sigue contándome los síntomas de esa cura milagrosa. No me interesan en lo más mínimo así que con un "aja", salpicado en su relato, ella avanza sin darse cuenta que mi cabeza se ha ido por los inciertos caminos del amor.
Quizás -pienso- los únicos amores gloriosos son lo que se terminan con la muerte súbita de uno de los enamorados. Pero según nos enseñara Hollywood, los amantes deben ser jóvenes y bellos y la causa del deceso no debe contener ninguno de los ingredientes asquerosos que trae consigo la muerte en la vida real, en esa escala que provisoria que iba construyendo mientras mi amiga se desangraba en palabras, ubiqué los amores sonsos, los que generalmente terminan en el matrimonio, y de tan calmos, es difícil de ubicar como "amor". Son los menos. A veces duran hasta que la muerte los separa cuando ya se han convertido hace décadas en una sociedad de socorros mutuos.
La gente tiende a idealizar a las parejas de viejitos, yo en cambio veo en ellos una patología que me resulta indescifrable. Entre esos dos extremos están los amores de footing, los que preparan para una carrera de más largo alcance como un matrimonio o una convivencia seria.
En su momento (plena juventud) suelen ser equivocados, estrepitosos, frustrantes y, para las chicas que les cuesta aprender o les gusta divertirse, suelen ser muchos. Dejan el corazón con mínimas marcas y de él no queda ni el nombre de pila, Sin mucha cronología vienen los amores clandestinos que sostienen a un buen matrimonio. Esa ráfaga de adrenalina melosa, ese juego al límite de las escondidas, esa imposibilidad terminal que los separa y que, por supuesto, jamás es como se declara.
Uno o ambos juran que su cónyuge moriría si se los abandona, cuando con un poco de sinceridad , los dos que saben que es más posible que el abandonado engorde del alivio a que se suicide.
Finalmente vienen los "amores piojosos". Para las mujeres esto significa un brutal ataque de pasión por alguna rata de albañal a la que exaltan a categorías míticas. Lo ponen en un pedestal y le rinden tributo. Les hacen regalos en los que revientan la tarjeta en tres mil cuotas (él jamás ni un chupetín), les dan plata, pagan todos los gastos que el amor demande, desde un telo a un perfume, les dan ideas, palabras, libros, su tiempo y la totalidad de su cabeza. Se trasforman en un bolero ambulante derramado sobre un personaje de bajo estofa, que jamás les retribuye tanto amor y hasta, para el bien de ellos, es difícil que puedan sentirlo.
Durante el tránsito de esta pasión, las amigas padecemos .nos hartamos y no estamos seguras de a quien habría que retorcerle el pescuezo primero, si a él o a ella, pero terminamos por pensar que a ella, porque al menos él no nos habla por teléfono.
Finalmente un día que parece "de pronto". Ella se levanta sana. Y otras vez nos habla para contar la absurda manera en que se le pasó.
Retomo el trastornado relato de Cecilia cuando con algo de asombro se pregunta: "Te das cuenta Wargon, ¿qué me habrá pasado?". No se detiene a esperar la respuesta , ni yo en darla. ¿Para los amores piojosos? ¡Peine fino!