Hola, ¿Cris?
Me estremecí, nadie más que ella me dice Cris en este mundo, porque ella es tan suave, tan frágil y temerosa que quizás Wargon le resulte demasiado viril.
"Hola Rubí, ¿cómo estás?", repliqué resignada. Hay amigas que una arrastra del secundario sin saber por qué.
"Bien, bien", dice Rubí, que se las ingenia para que una escuche: "Mal, mal, vengo del sicólogo que me mandó al siquiatra para que me cambien las pastillas"
"Ah", contesto sin preguntar nada, pero igual sé que viene la historia
"Es que sabés Cris, yo tuve un problema con el Mario, ¿te acordás no?"
¡Cómo no acordarse! "El" Mario era un brillante escribano, digno padre de familia numerosa y de pronto cayó en el pecado!!! Una niñera morena, de caderas tormentosas y meneos impúdicos entró en la casa para ayudar con los tres críos que tenían por entonces y, ya que estaba, terminó de darle unas lecciones al Mario. La lujuria transcurrió en puntillas. Vivieron algunos años silenciosamente.
Rubí tuvo dos hijos más y se puso a dieta de una lechuga por día. Quedó con una figura etérea. Mientras tanto la niñera se puso más rolliza y salerosa. Y allí intervino el diablo. Nunca supimos los detalles por los cuales mi amiga Rubí entró en tan mal momento pero allí estaban los dos, pecando como dos chanchitos felices.
"Esos" detalles no los tuvimos pero lo demás lo supo todo Córdoba porque Rubí se fue al Colegio de Escribanos y le armó un escándalo de gritos y llantos que conmovió hasta las estatuas. La niñera fue echada y el Mario fue humillado frente a sus pares, de un modo tal que, cada vez que cruzaba una esquina, había un dedo subrepticio que lo señalaba con una risita contenida (y hasta es probable que sus críos, instados por su madre, estuvieran listos para pincharle los ojos con un tenedor).
Cuando me enteré, aunque casi no conocía al Mario, odié a Rubí. Me parecía legítimo que, frente a una falta de semejante magnitud, Rubí le hubiera roto una silla en la cabeza, o cualquier cosa que se le hubiera ocurrido en la intimidad, como en la intimidad fue la falta. Lejos de eso, ella le cortó un simbólico testículo y lo colgó en la puerta de la casa, a la vista y maledicencia de toda la aldea. El Mario se puso flaco y su amplia sonrisa de buena fe, se transformó en una mueca, y hubo un tiempo que hasta su sombra pedía permiso para andar por las calles.
"No me digas", continué el dialogo poniendo distancia - ¿Y eso que tiene que ver? -¡¡Qué boluda, y había preguntado no mas!!
El silencio del otro lado era el de una boa constrictora que terminaba de comerse un canario. Se tomó su tiempo y arrancó: "Y... es todo por lo mismo, por lo que me hizo el Mario, quedé mal de los nervios".
"Nena, fue hace años! Si no le diste un balazo entonces... que se yo, buscate un amante vos..."
"Noooooooooo", la voz de Rubí oscilaba entre el escándalo y la anemia. "Si yo ya no funciono más como mujer".
"Te la cociste!!!", me puse guarra porque me había indignado.
Ni se rió, su voz sonaba ya decididamente dramática: "¡Es que no entendés. Le tengo asco, me dan ataques de pánico...!"
Y en ese instante decidí perder una amiga: "Y... si me hablás a Buenos Aires para contarme, seguro que lo publicaste en la Voz del Interior. Yo pensé que con lo del Colegio de Escribanos le habías cortado un testículo, pero con esta historieta del sicólogo, los ataques de pánico más la chucha cerrada, veo que le cortaste los dos"
Rubí, tan buena madre, tan buena esposa, tan buena victima sacó de su esófago una voz de bruja: "Ja, ja, pero ese no la mete más en ningún lado, aprendió bien la lección!"
"¡Error, que pena que no sepas que hasta un castrado también puede! Y bien que te lo merecés!"
Le corté; ¡tanto joder por un par de cuernos!