Heridas que el tiempo no cierra
Hace 30 años, cuando el verano terminaba y empezaban a correr las tardes frescas de otoño, nos llegó la noticia del conflicto de Malvinas.
¡Qué tristeza! Una noticia jamás esperada. En ese momento yo estaba de novia con Juan Carlos (conscripto infante de Marina), hoy veterano de Malvinas, con quien comparto mi vida y a quienes Dios nos dio tres hijos.
Su destino fue la Base Naval Baterías, ubicada en Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca; toda esa zona ya se la consideraba hasta las islas Malvinas zona de exclusión, es decir, zona de guerra.
Allí, ellos custodiaban toda esa región y la base operativa, de posibles ataques ingleses. En varias oportunidades, Juan Carlos estuvo preparado para partir hacia el sur. Gracias a Dios ese día nunca llegó para él, pero sí para cientos de jóvenes, sí jóvenes, que algunos eran estudiantes y otros no, obligados a ir.
Nuestras comunicaciones eran algunas veces telefónicas y a través de cartas enviadas por correo certificado para que llegaran más rápido y seguro. La angustia y la tristeza nos embargaban tanto a mí como a la familia.
Los días no pasaban y estábamos pendientes de los comunicados que iban transmitiendo, creyendo en lo que nos decían y después no eran así. Fue una experiencia que no quisiera que nadie la pasara.
Hoy Malvinas en nuestra casa nos produce estupor, lágrimas que se escapan y el recuerdo permanente de lo que pasó tanto Juan Carlos desde su lugar como tantos chicos entre 18 y 20 años que lo único que ofrecían para defenderse era su vida sin saber lo que era usar un arma, un fusil, un cañón de guerra, etc. Lo único que podían sentir era el orgullo de defender la patria.
Es un recuerdo inolvidable, una herida abierta, un pensar de lo que fue o podría haber sido; es el recuerdo de lo que vio y vivió, compañeros que nunca volvieron, otros mutilados y otros tantos más afectados psicológicamente.
Costó mucho minimizar el horror de la guerra, el miedo, la soledad; solamente con el amor, la espera, el tiempo que pasaba y pasó, su espíritu y su forma de ser, pudimos tener un proyecto de vida y formar la hermosa familia que hoy tenemos.
Como siempre y lo sigo haciendo ahora, le pido a Dios por todos los chicos de aquel trágico momento que hoy son veteranos de Malvinas y soldados que perdieron su identidad y su vida por defender la patria.
Que esto no vuelva a ocurrir, porque el dolor, el vacío, la espera sin saber lo que va a suceder nos abrió una herida en el corazón que, aunque pase, el tiempo no cierra.
Esto es solamente una parte de un testimonio de las mil historias que hoy podríamos contar.
Su destino fue la Base Naval Baterías, ubicada en Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca; toda esa zona ya se la consideraba hasta las islas Malvinas zona de exclusión, es decir, zona de guerra.
Allí, ellos custodiaban toda esa región y la base operativa, de posibles ataques ingleses. En varias oportunidades, Juan Carlos estuvo preparado para partir hacia el sur. Gracias a Dios ese día nunca llegó para él, pero sí para cientos de jóvenes, sí jóvenes, que algunos eran estudiantes y otros no, obligados a ir.
Nuestras comunicaciones eran algunas veces telefónicas y a través de cartas enviadas por correo certificado para que llegaran más rápido y seguro. La angustia y la tristeza nos embargaban tanto a mí como a la familia.
Los días no pasaban y estábamos pendientes de los comunicados que iban transmitiendo, creyendo en lo que nos decían y después no eran así. Fue una experiencia que no quisiera que nadie la pasara.
Hoy Malvinas en nuestra casa nos produce estupor, lágrimas que se escapan y el recuerdo permanente de lo que pasó tanto Juan Carlos desde su lugar como tantos chicos entre 18 y 20 años que lo único que ofrecían para defenderse era su vida sin saber lo que era usar un arma, un fusil, un cañón de guerra, etc. Lo único que podían sentir era el orgullo de defender la patria.
Es un recuerdo inolvidable, una herida abierta, un pensar de lo que fue o podría haber sido; es el recuerdo de lo que vio y vivió, compañeros que nunca volvieron, otros mutilados y otros tantos más afectados psicológicamente.
Costó mucho minimizar el horror de la guerra, el miedo, la soledad; solamente con el amor, la espera, el tiempo que pasaba y pasó, su espíritu y su forma de ser, pudimos tener un proyecto de vida y formar la hermosa familia que hoy tenemos.
Como siempre y lo sigo haciendo ahora, le pido a Dios por todos los chicos de aquel trágico momento que hoy son veteranos de Malvinas y soldados que perdieron su identidad y su vida por defender la patria.
Que esto no vuelva a ocurrir, porque el dolor, el vacío, la espera sin saber lo que va a suceder nos abrió una herida en el corazón que, aunque pase, el tiempo no cierra.
Esto es solamente una parte de un testimonio de las mil historias que hoy podríamos contar.