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Hebe, los disfraces y aquellas fotos

*Por Pablo Sirvén. Ver a Bonafini como Maléfica y a Schoklender como cardenal fue un impacto. La retina de la memoria guarda imágenes emblemáticas

De todo el torrente de cuestiones desagradables y gravísimas que trascendieron en torno de Sergio Schoklender, con o sin conocimiento de Hebe de Bonafini, probablemente las fotos de ambos disfrazados en una fiesta es lo menos importante.

Pero, sin duda, fueron de las cosas que más impactaron en la opinión pública. No por remanido, el dicho "una imagen puede más que mil palabras" volvió a demostrar su validez. El tiempo valorará cuál será su significación definitiva.

El miércoles último a la noche, al mismo tiempo que en 6, 7,8 el periodista Enrique Vázquez execraba a Chiche Gelblung, en Twitter circulaba intensamente una foto donde se veía a aquél estrechando la mano del dictador Augusto Pinochet, entrevista que hizo para la revista Somos. El dato no es menor porque esa publicación era vecina, pared de por medio, de Gente , la revista que dirigía Gelblung. Los que entonces éramos principiantes en el periodismo nos acostumbramos bien pronto a las repetidas bromas pesadas que solían gastarse amistosamente, y entre carcajadas, ambos jefes. Las imágenes que venían del pasado -la foto con Pinochet, los recuerdos de quienes estuvimos allí y los vimos con nuestros propios ojos- sirvieron para completar el mensaje con flagrantes omisiones de Vázquez. Podría, incluso, haber sido el doble de grave al juzgar a Gelblung, si lo creía sinceramente, pero al menos en el contexto de su propia e imprescindible autocrítica por haber sido jerárquico de una publicación que proclamaba a la dictadura como una panacea. Hoy ya es imposible tapar el cielo con las manos. Por más que Vázquez se aludió difusamente a sí mismo como trabajando en aquella época en "medios comerciales", faltó lo que en las redes sociales se decía a gritos: en Somos .
* * *

Las miradas son caprichosas y selectivas, arrasan lo reflexivo y se nos instalan subliminalmente en las profundidades de nuestro ser haciéndonos evidente lo que permanecía oculto?o al revés.

En los 70, por ejemplo, cuando la corrupción estatal no era todavía tan evidente, la foto de Raúl Alberto Lastiri (yerno de José López Rega y presidente provisional de la Nación, tras la renuncia de Héctor J. Cámpora) mostrando sus 300 corbatas, precisamente en la revista Gente , fue motivo de escándalo por el exceso de lujo que eso suponía.

La glamorosa imagen de María Julia Alsogaray, enfundada en un tapado, que ni siquiera era de ella (y tampoco era la única prenda que tenía encima, como la leyenda repitió por mucho tiempo), estableció el ícono por excelencia de la década de los 90, incluso más que aquella otra foto donde el entonces presidente Carlos Menem aparecía al lado de la Ferrari que le habían regalado y que pretendía retener.

Hay fotos emblemáticas que, como una melodía musical o una fragancia, remiten con exactitud a un momento particular del pasado. Son latidos de viejas pasiones que activan la retina de la memoria: Evita votando moribunda, el soldado que llora al paso de la cureña con los restos de Perón, el helicóptero con Isabel Perón en su última noche como presidenta o el que llevaba a Fernando de la Rúa, ya renunciado, rumbo a Olivos. Son fotos que no revelan nada, pero que funcionan como potente síntesis de lo ya sabido.

En cambio, hay otras que resumen cuestiones difíciles o imposibles de verbalizar. Las más logradas suelen ser producto de un flash casual y tienen la eficacia de una caricatura, pero con la ventaja superlativa de ser reales. Hay también otras fotos que en vez de remitir al pasado, pueden condicionar el futuro (como la del cajón incendiado por Herminio Iglesias, que sepultó las aspiraciones presidenciales de Italo Luder). Y hay fotos/boomerang como las que, en octubre de 2010, imprimieron un giro de 180 grados a la operación del Gobierno cuando trató de involucrar a Eduardo Duhalde como inspirador del asesinato de Mariano Ferreyra. Ver al principal implicado, Cristian Favale, pocos días antes, risueño en instantáneas junto a Amado Boudou o Sandra Russo, por cierto no los incrimina, pero ayudó a archivar aquel debate insensato que se pretendía instalar.
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Tardaron las usinas oficialistas en ponerse en movimiento tras el estupor que causaron las fotos de la fiesta de disfraces de Bonafini/Schoklender. Mariana Moyano, desde Visión 7 habló de la "prensa canalla" (sin darle el crédito a Eduardo Varela Cid que hace décadas publicó con ese nombre una antología sobre el colaboracionismo periodístico durante la dictadura). Capaz que pensando que estaba en Paka Paka y no en Canal 7, dijo que Hebe se había disfrazado de "brujita" (convengamos que Maléfica no es precisamente una "brujita", sino el personaje más pérfido de Disney, y no era la hechicera de Blancanieves como informó erróneamente, luego de fustigar a Libre por sus imprecisiones, sino la de La bella durmiente ).

El programa 6, 7,8 reprodujo lo anterior y anteayer, en el diario Tiempo Argentino, Claudia Acuña -activa participante del juicio sui géneris que Hebe de Bonafini hizo en Plaza de Mayo contra la prensa- explicó que esas imágenes (que incluían a Schoklender disfrazado de cardenal) fueron tomadas cuando la líder de los derechos humanos celebró sus 80 años, que ambos habían elegido "el disfraz de fantasma que los acosaba" y que se hizo en la casa de las Madres porque querían que "sus hijos -los mismos que se ven en las fotos- fueran testigos" de la alegría que les producía la nulidad de las leyes de impunidad "y la nueva etapa -agrega Tiempo- que decidía encarar la asociación a partir de su proyecto de construcción de viviendas".

Aquí se aplicaría otro dicho: "No aclaren, que oscurece".