¿Hay vida antes de la muerte?
*Por Marcelo Polakoff. Nuestra eternidad ya no sólo depende de las acciones que hemos realizado por cuenta propia durante nuestra existencia, sino que también depende de lo que se ofrezca en nombre de nuestra memoria
Bennett Cerf relata una pequeña historia acerca de un ómnibus que iba dando saltos por una perdida ruta provincial. En un asiento, un anciano delgado sostenía un ramo de flores frescas. Al otro lado del pasillo, había una jovencita cuya mirada se fijaba una y otra vez en las flores que llevaba el hombre.
Llegó el momento en que el anciano tenía que bajarse. Impulsivamente, dejó las flores sobre la falda de la joven.
–Veo que le gustan mucho las flores –explicó– y creo que a mi mujer le gustaría que las tuviera usted. Le diré que se las di.
La chica aceptó gustosa el presente y luego observó por la ventanilla que el anciano bajaba del ómnibus y atravesaba el portón de un pequeño cementerio.
Ligar el alma a la vida. En varias lápidas judías se hallan inscriptas cinco letras hebreas que son las iniciales de una frase que se pronuncia siempre al estar frente a la tumba de alguien que recordamos con afecto: Tehí nishmató tzrurá bitzror hajaim , que significa "Que su alma se una a quienes están con vida".
¿Y cómo ligar el alma de nuestros muertos a quienes estamos con vida?
No hay otra manera que preocupándonos justamente por aquellos que aquí seguimos. De nuestras actitudes respecto de nuestros prójimos también va a depender el lazo que podamos construir con quienes recordamos.
La plegaria que acostumbramos recitar en recuerdo de nuestros seres queridos es el Malé Rajamim, una antiquísima elegía que le pide a aquel que está lleno de misericordia que conserve cerca suyo el alma de nuestros muertos.
No es nada casual, entonces, que dentro de su texto encontremos la siguiente oración: "En vistas de la tzedaká (los actos de justicia) que haremos en su memoria, que tengan reposo en el Paraíso".
De ello resulta algo increíblemente fantástico: nuestra eternidad ya no sólo depende de las acciones que hemos realizado por cuenta propia durante nuestra existencia, sino que también depende de lo que se ofrezca en nombre de nuestra memoria.
Así se reafirma la idea judía de que la vida no termina con la muerte, sino que nuestras vidas nos trascienden o, al menos, pueden trascendernos cuando hacemos que los que vienen detrás asciendan.
No es posible preguntarse si hay vida después de la muerte si no se contesta previamente si hay vida antes de esa muerte.
Porque, reconozcámoslo, hay muchas personas que mueren sin prácticamente haber nacido. Son los que no tuvieron la bendición de darse a luz a través del contacto con el prójimo y duraron sus días tan sólo ocupados en sus propios egos. O, peor aún, dañando maliciosamente los egos ajenos.
Sin embargo, los que pudieron abrirse a la existencia desde el amor y la preocupa-ción genuina por el otro son aquellos que, habiendo claramente nacido y vivido en plenitud antes de su muerte, es como si hubieran adquirido en cómodas cuotas la vida después de la vida.
Así es que quienes pretendemos seguir viviendo más allá de nuestras propias exis-tencias deberíamos concentrarnos mucho más en qué acontece por estas terrenales latitudes antes de que la muerte toque a nuestra puerta.
Si ése es el caso, probablemente notemos que esa puerta es giratoria. Vale la pena el intento.