Hay que imitar a San Cayetano
Los miles de católicos que desafían cada año el frío y la incomodidad esperando que se abran las puertas del santuario de Liniers, en la Capital Federal, es probable que terminen constituyendo el más indiscutible indicador de los niveles de desocupación y hambre, más confiable.
Los miles de católicos que desde varias noches antes del 7 de agosto desafían cada año el frío y la incomodidad esperando que se abran las puertas del santuario de Liniers, en la Capital Federal, que es el más grande centro de culto a San Cayetano en la Argentina, es probable que terminen constituyendo el más indiscutible indicador de los niveles de desocupación y hambre, más confiable, incluso, que el organismo nacional de estadísticas y censos (INDEC) y que las mediciones de las consultoras privadas.
Y esto no porque la Iglesia suministre porcentajes, sino porque la presencia de las muchedumbres notifica con modos más expresivos que la seca aritmética, acerca del grado de malestar social derivado de la insuficiencia de los puestos de trabajo y de la calidad de las condiciones en que se trabaja en el país. Al mismo tiempo, por cierto, el dato de la pobreza aparece también con insuperable transparencia.
En verdad, la asistencia de San Cayetano en materia de trabajo y alimento no es arbitraria "especialización" que le hayan asignado sus devotos, sino el resultado del conocimiento de la vida del santo, cuando, en el siglo XVI, sirvió a los más pobres de la sociedad veneciana, en su condición de abogado y sacerdote. La desocupación, la pobreza, el hambre, el desamparo en materia de salud fueron las áreas en que este católico ejemplar en unos tiempos de excepcional injusticia y corrupción -también eclesiástica- deslumbró a sus contemporáneos y también a cuantos hoy toman conocimiento de la vida y obra de quien aquí se reconoce como "el santo del trabajo y del pan".
En verdad, en la imagen popular, San Cayetano se presenta como un poderoso y sensible protector al que gustara responder a sus fieles con puntual eficacia.
Tal certeza parece incrementarse con el paso de los años, y habrá tiempo para ello, pues el desempleo y su sombra, que es la pobreza, no tienen miras de desaparecer en el país, donde la propaganda es siempre abismalmente mayor que la realidad de los progresos.
Podría desearse que el homenaje a tan singular campeón de la justicia social no se redujese a la heroica presencia en los templos en que todos los 7 de agosto se congregan las multitudes necesitadas de socorro. Debiera complementarse con la imitación de la pasión de Cayetano de Thiene -el nombre mundano del santo- por la ayuda a los necesitados, actividad que es posible también para los que no poseen fortunas, como por suerte, ocurre, claro que con frecuencia todavía insuficiente.
Un ejemplo de lo que se ha dicho fue el "operativo" puesto en marcha en la
Escuela Secundaria Nº 50 del barrio Apolo, donde una profesora y un grupo de 20 alumnos trabajó, como actividad de la cátedra de Sociología, en una investigación directa de la realidad social de los barrios Apolo, San Jorge y Libertador I, donde viven los estudiantes. Una vez conocida la situación, eligieron las familias a las que dedicarían sus esfuerzos solidarios y se dieron a la tarea de acumular lo que sus beneficiarios requerían. Así se distribuyeron zapatos, ropa, alimento y los propios alumnos ejecutaron trabajos de albañilería, electricidad y plomería. Y, adelantándose al Día del Niño, recogieron juguetes y los entregaron para que las familias los pusieran, en su momento, en manos de sus hijos pequeños.
Más allá del acierto pedagógico de la experiencia, debe destacarse su valor como superación de la común solidaridad sólo sentimental frente a las carencias del prójimo. No hay duda de que estos chicos multiplicaron los San Cayetano y seguramente se deslumbraron ante la posibilidad de transformarse en sus colaboradores.
Como todos los años, ayer se puso de manifiesto la devoción popular a San Cayetano, "el santo del trabajo y del pan".