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Hasta el morbo tiene límites

El cierre del periódico sensacionalista británico "News of the World" demuestra que una comunidad que se respeta a sí misma está mejor capacitada para preservar sus valores fundamentales.

Hasta el morbo tiene límites
Naturalmente, decidir el cierre de "News of the World", un semanario de 168 años de antigüedad y en la plenitud de una tirada que lo transformó en el medio dominical de mayor circulación en el Reino Unido, es algo que sólo puede hacerse en situaciones extremas. Robert Murdoch, propietario del mayor trust periodístico del mundo (entre sus medios de comunicación, se cuentan "The Times", de Londres, y "The Wall Street Journal", de Nueva York, así como la cadena internacional Fox TV), ordenó un cese que aparece ante la opinión pública internacional como el punto de llegada de una carrera empresarial tan exitosa como controvertida.

Protagonista de azarosas operaciones de expansión, no siempre distinguió las fronteras entre la legalidad y el delito. La decisión de sacrificar el periódico y entregar a varios de los principales colaboradores de su imperio trata de atenuar la execración de la opinión pública mundial por la falta de escrúpulos en sus métodos de investigación periodística, puestos al servicio del escándalo.

De hecho, Rebekah Brooks , responsable de su grupo en el Reino Unido, se encuentra ahora en libertad bajo fianza, mientras la Justicia estadounidense investiga al holding por similares razones. Brooks cruzó en dirección equivocada los límites entre ley y delito cuando autorizó, entre otras, escuchas clandestinas durante la conmovedora desventura de Milly Dowler , de 13 años de edad, secuestrada y asesinada.

El lodo de las intercepciones ilegales ejecutadas por "News of the World" salpica a ministros del gabinete del conservador David Cameron y a funcionarios de Scotland Yard, mientras crecen las presunciones de que existen otros dirigentes políticos e investigadores policiales partícipes en la estructura montada al servicio del morbo.

El caso Murdoch sugiere varias lecturas. La primera de ellas es que nada ni nadie puede obstruir a la Justicia cuando actúa con libertad e independencia; ninguna acumulación de poder mediático puede adocenar al público hasta hacerle perder las nociones fundamentales de la ética y la honra. Hasta el morbo tiene límites: los trazan los valores intransables de toda sociedad que se respete a sí misma.

Todo editor tiene el deber ineludible de conocer en profundidad esos valores, respetarlos y defenderlos. No son necesarios ni extorsiones con pautas publicitarias, ni matonajes ni difamaciones, prácticas habituales del autoritarismo.

Tampoco son necesarias la censura ni la autocensura. Basta con poseer un afinado criterio sobre el sentido y estilo de sus medios, que le garanticen el ejercicio de su libertad de expresión y, por sobre todo, el respeto incondicional por su público.

Si se aparta de ellos, comienza el juego perverso de degradación de la condición humana y un ominoso retorno hacia la inmemorial barbarie.