Hartazgo, unidad PJ y el plus Cristina volcaron la elección
*Por Pablo Ibáñez. El peronismo recuperó, tras una temporada radical de 20 años, el dominio de Catamarca. Sepultó el último bastión anti-K que quedaba, aislado, en el norte argentino. Y le regaló a Cristina de Kirchner una victoria que marca una tendencia triunfalista para la Casa Rosada.
El zarpazo anímico multiplica el bajo caudal de votos, menos del 1%, que la provincia aporta al universo nacional. Sobre todo por un dato: la elección cambió de color con la visita, el 23 de febrero, de la Presidente. Esa aparición revivió a los candidatos K.
Aquella tarde, la bendición de Cristina a Lucía Corpacci y Dalmacio Mera, desde ayer gobernador y vice electos, sacudió el escenario: el PJ perdía por 15 puntos y empezó a acortar la brecha que lo separaba del radical Eduardo Brizuela del Moral.
Se combinó, de todos modos, un mix de factores: el agotamiento de dos décadas de Gobierno, un menú de candidatos del PJ ajenos a los demonizados Ramón Saadi y Luis Barrionuevo y, el plus, para muchos determinante, de la onda expansiva cristinista.
Ese ensamble desbalanceó una elección que asomaba ajustada, en la que un triunfo peronista era una variable posible pero donde la sorpresa la aportó la diferencia que logró el peronismo y el contagio territorial: ganó en once de los 16 departamentos, entre ellos la Capital, donde Raúl Jalil fue electo intendente.
No es un dato menor: las zonas urbanas han sido las más reacias al peronismo y, por extensión, al kirchnerismo. En Catamarca, el dueto Corpacci-Mera gambeteó ese karma. ¿Un indicador para otras ciudades?
En los días previos, el radicalismo les temía a dos componentes: la unificación, casi absoluta, del peronismo y el hartazgo acumulado por los 20 años de Gobierno «cívico» condimentado y agudizado por la pretensión de Brizuela de un tercer mandato consecutivo.
El resultado de Catamarca derrama intriga a otros continentes. El kirchnerismo empezó, anoche, a fantasear con que el festival que anoche se estrenó en esa provincia se mude a Chubut donde, el próximo domingo, desafían a Mario Das Neves por la gobernación.
Invocan un argumento razonable: un mes atrás, ningún diagnóstico consideraba probable una victoria K en Catamarca. Tampoco en Chubut. Apuestan, embalados, a relatos similares luego de la presencia, el último sábado, de la Presidente en esa provincia.
El coreo K habla de efecto cascada y, claro está, dibuja un escenario previsible para el planteo, genérico en el kirchnerismo, para que Cristina de Kirchner avance hacia su reelección en octubre. El operativo clamor recibió ayer en Catamarca un monumental impulso.
Hay otro eco: el plebiscito, el 8 de mayo, donde José Luis Gioja pondrá a consideración una reforma constitucional para poder presentarse para un tercer mandato. Allí podrá palparse si la bonanza K opaca, incluso, la resistencia al multirreeleccionismo.
El duelo entre lo local y lo nacional, entre la autonomía catamarqueña que promovía Brizuela y la sintonía con la Casa Rosada que impulsaba el peronismo, se saldó sin matices. Revirtió un fenómeno histórico: jamás, desde el 83, un gobernador perdió.
Otro dato clave: el despliegue de «aparato», donde el radicalismo se posicionaba con ventajas por controlar el Gobierno y espantar con el temor a un cambio -agitó, por caso, que Corpacci echaría empleados públicos-, no le alcanzó a Brizuela.
Es un indicio con pretensiones de constante: le ocurrió al PJ en Buenos Aires en 2009; ayer fue insuficiente para impedir el derrumbe del Frente Cívico que, asumían puertas adentro, en este turno se volvió monocolor: de clan frentista mutó a cofradía puramente radical.
El peronismo catamarqueño, con pasados tortuosos, ayer se filtró en el decálogo de gestas míticas que fascinan a los K.