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Hacia un callejón sin salida

Para garantizar coaliciones sólidas en principios y poderío bélico, se necesita, además de un comando unificado, coherencia histórica en las declamaciones sobre libertad y derechos humanos.

Siguen un curso previsible las acciones militares en Libia. Los bombardeos aeronavales de la coalición internacional sirvieron para contener las atrocidades contra la población civil insurgente, pero resultan insuficientes para desalojar del poder al dictador Muamar Kadhafi. El líder libio es un verdadero psicópata que a lo largo de cuatro décadas exhibió una fervorosa adicción por las matanzas, financió a prácticamente todas las organizaciones terroristas del mundo, bombardeó con gases venenosos en dos oportunidades al Chad y envió sicarios para asesinar a compatriotas exiliados.

Pero Kadhafi sigue mandando porque no hubo consenso en la comunidad internacional para desencadenar una ofensiva en todos los frentes. Las reticencias y ambigüedades y las oposiciones afloraron por doquier: el testimonio más concluyente fue la contradictoria actitud asumida por Angela Merkel, canciller de Alemania, que en un primer momento apoyó la intervención y luego ordenó el repliegue de sus fuerzas, para dar prioridad a sus intereses políticos. Por caso, los comicios en el Estado de Baden-Wurttemberg, donde su coalición democristiana-liberal terminó derrotada tras 58 años de hegemonía.

La intervención internacional actúa con el apoyo de una sola resolución de las Naciones Unidas; en cambio, la Guerra del Golfo de 1991 fue decidida tras 17 resoluciones, que permitieron una coordinada acción contra Saddam Hussein.

La urgencia para detener las masacres en Libia condujo a improvisaciones y contradicciones. Rusia y China, miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se abstuvieron. Y Estados Unidos, extraviado en los laberintos de Irak y Afganistán, ya tiene demasiado en materia de aventuras militares desastrosas y no desea involucrarse directamente en ésta, por más humanitaria que sea la acción militar.

Por eso, aun sin fuerza aérea ni blindados, Kadhafi –antes protegido por las naciones que hoy lo atacan para generar "estabilidad" en la región (léase, asegurar la provisión de petróleo a Europa)– sigue controlando gran parte del país y aborta los bombardeos mediante el emplazamiento de escudos humanos. Sin la acción terrestre, improbable por la oposición de la ciudadanía de los países miembros de la alianza militar, esta lucha podría arrastrarse en forma indefinida.

Mientras la guerra sigue y Kadhafi se refuerza con armas y mercenarios que ingresan desde Chad, es comprensible e incontrovertible la declaración del jefe militar de los rebeldes, Abdelfatah Yunes, quien afirmó que la coalición externa los decepcionó y que está dejando morir cada día a los combatientes por la libertad. Para garantizar coaliciones sólidas en sus principios y poderío bélico, se necesita, además de un comando unificado y coordinado, coherencia histórica en las declamaciones sobre libertad y derechos humanos.