Hablar de “cambio climático” para que nada cambie
El mundo entero habla de los problemas ambientales, en general desde el sentido común: afirmaciones como “que loco está el tiempo” o “si seguimos así nos va a tapar el agua” son cotidianas.
La sensación de un planeta “agredido” y una “naturaleza a la defensiva” circula en muchas de las afirmaciones frecuentes. Este sentido común no es “natural”: por el contrario, se construyó en torno a la innegable existencia de problemas ambientales que, por sus distintos niveles de gravedad y expansión, ocupan la agenda pública y atraen la atención de distintas áreas de la investigación científica y académica. Dentro de estos problemas, sin ningún lugar a dudas el que captura mayor atención en los medios de comunicación y en los esfuerzos gubernamentales destinados a la investigación es el de una serie de sucesos, situaciones y datos a los que se los denomina en términos genéricos “cambio climático”.
Todo lo referido al “cambio climático” está fuertemente visibilizado y ocupa horas de pantalla y litros de tinta tanto en los ámbitos científicos como en los medios de comunicación. Sin embargo, vemos con preocupación que muchas veces esa visibilización se manifiesta de un modo acrítico, poco reflexivo, con múltiples referencias a lo más profundo del sentido común, plagadas de afirmaciones simplistas, reduccionistas, relativistas, e incluso muchas veces tan catastrofistas que resultan absurdas, grotescas y lo más peligroso, inmovilizantes. En este marco y desde esta lógica, muchas veces aparece el “cambio climático” como el gran responsable de una enorme variedad de problemáticas ambientales, como un gran paraguas argumental y explicativo.
Sin embargo, existe una perspectiva crítica que permite repensar las explicaciones de los problemas ambientales, y en sentido más amplio de los problemas sociales, permitiendo identificar causas más complejas, visibilizando los actores sociales (y sus intereses y responsabilidades) que intervienen en las problemáticas ambientales y en los modos de construcción de los territorios.
Consideramos que esta construcción del campo científico y comunicacional del “cambio climático” como único responsable, como el creador de todos los males, no hace otra cosa que invisibilizar a los verdaderos responsables de un sinnúmero de problemas ambientales locales y regionales que tienen un impacto en la sociedad, en especial en los sectores sociales más vulnerables, mucho mayor del que puede tener el tan mencionado “cambio climático”.
Es en este marco que nos proponemos demostrar cómo en los medios de comunicación aparecen noticias que, aunque seguramente bien intencionadas, reproducen estas lógicas que no se pueden demostrar ni verificar, y que contribuyen a generar en los lectores un sentido común que nosotros consideramos que se debiera deconstruir para poder establecer una agenda crítica que confronte con los verdaderos responsables de la crisis ambiental.
Muchas veces leemos afirmaciones del tipo “estamos viviendo los años más cálidos de la historia”. Aquí nos parece importante discutir el concepto de “historia”, no desde un punto de vista filosófico o historiográfico, sino estadístico. El clima cambia -puede consultarse la obra de Andrew Goudie denominada “El impacto humano en el ambiente natural”, en la que insiste mucho en este punto-; el cambio es intrínseco a la dinámica climática, y por eso resulta imprescindible separar la idea de cambio climático del de catástrofe. Una de las frases más repetidas relativas a la temperatura del planeta es aquella que alerta que “nunca hizo tanto calor como ahora...” que puede leerse o escucharse en ámbitos científicos como conversando con un pariente en una cena familiar. Cabe preguntarse, entonces: ¿la historia desde cuándo? “Llueve más que antes...”
¿Más que antes cuándo? Si tomamos como parámetro registros de temperatura y precipitaciones sistemáticos, en la Argentina el Servicio Meteorológico Nacional fue creado en 1872. Esto significa que tenemos, en nuestro país, registros meteorológicos más o menos sistematizados hace nada más que 148 años. Cuando se analizan estudios paleoclimáticos que pueden reconstruir cómo era el clima del planeta hasta unos cuantos cientos de miles de años hacia atrás, los datos muestran que el planeta estuvo muchas veces más frío y muchas veces más caliente que en la actualidad. No hay que ir demasiado para atrás en la historia para encontrar períodos muy extensos de tiempo en el que el planeta (la atmósfera específicamente) tuvo aumentos significativos de su temperatura promedio: el Holoceno Máximo y el Período Cálido Medieval sucedieron hace apenas un puñado de centenares o miles de años, y se cree que también sucedieron eventos físicos y ecológicos que hoy son presentados como catastróficos, como el derretimiento de hielos polares, el ascenso del nivel del mar, la extinción de especies, etc.
El doctor en Geología, Jorge Codignotto, en varios de sus artículos y ponencias, sostiene que puede encontrarse evidencia de ingresiones marinas en la zona de frente del Delta del Paraná que datan de hace unos 10.000 años atrás. Esto significa que en esa época, la temperatura del planeta fue lo suficientemente elevada como para que el mar ocupara extensas zonas continentales. Luego, con el comienzo de un período de enfriamiento posterior (Glaciación) al calentamiento del Holoceno, el mar se retiró de la superficie continental, los hielos y glaciares se volvieron a formar, y las condiciones ambientales impusieron nuevos cambios ecológicos derivados de un enfriamiento progresivo de la atmósfera y de la superficie del planeta. Entonces, cuando tantas veces se afirma que “los océanos se están calentando a un ritmo vertiginoso”, correspondería preguntar qué datos históricos se manejan para arrojar semejante afirmación, y preguntar (se) si tal vez la escala temporal es de alguna manera manipulada para querer generar pánico ante un evento que se presenta como inédito cuando los datos demuestran que no lo es.
Muchas otras veces se presentan datos que buscan instalar fenómenos que se prejuzgan como catastróficos: allí aparecen “los récords de temperatura en la Antártida”, los “deshielos del Ártico” y nuevamente, el siempre temido “ascenso del nivel del mar”. El nivel del mar, en el último siglo, aumentó en promedio entre 10 y 20 centímetros: diez a veinte centímetros en cien años. Más allá de que, como ya fue explicado anteriormente, estos fenómenos son recurrentes en la dinámica climática del planeta, el aumento del nivel del mar es presentado siempre desde un punto de vista catastrófico que no se condice con los valores reales de la “velocidad” del aumento ni con las problemáticas que, como consecuencia de este aumento, pudieran provocarse.
Otra de las afirmaciones que circula y que más nos sorprende y alarma, es aquella que sostiene que, como consecuencia del cambio climático, se producen más tormentas y más inundaciones, y que estos fenómenos “extremos” se cobran su precio mortal en vidas humanas. ¿No debieran tenerse en cuenta otros factores para analizar las causas y consecuencias de las inundaciones?
¿Simplificarlo en lo climático no reduce el análisis y deja de lado cuestiones sociales, ecológicas, topográficas, económicas, productivas y políticas necesarias para entender una problemática tan compleja como son las inundaciones? Afirmaciones de este tipo encubren un determinismo más propio del siglo XIX que de los tiempos que corren, y las notas periodísticas recurren a este tipo de argumentos más de una vez. Como cuando se afirma que la variabilidad del clima es uno de los factores que más inciden en el aumento del hambre en el mundo, poniendo a la cuestión climática por encima de factores coyunturales relacionados con las injusticias sociales, la distribución de la riqueza, la ausencia del estado o el acceso a la tierra.
Otras veces leemos que los efectos del “cambio climático” en la salud incluyen enfermedades y muertes relacionadas con el calor: a las ya mencionadas inundaciones se le suele agregar la incidencia de enfermedades “tropicales” como el dengue o la malaria. Nosotros creemos que vale la pena preguntarse cómo se mide esto efectivamente: ¿mueren por el cambio climático o por desigualdad?, ¿O por los modos de habitar y las lógicas territoriales impuestas por el capitalismo que maximizan las ganancias de sectores concentrados mucho más que por fenómenos climáticos extraordinarios? También muchas veces se responsabiliza al “cambio climático” por las migraciones forzadas que sufren millones de personas al año, y que deben desplazarse y refugiarse por haber sido afectados por tormentas extendidas, tornados, huracanes e inundaciones. Nos preguntamos con preocupación: ¿realmente alguien puede creer que es el clima el que desplaza a estas personas? Nosotros creemos que definitivamente no.
Seguramente si llegaron hasta acá con la lectura pueden estar pensando que nos incluímos en el grupo de “negadores del cambio climático” o incluso “negadores de los problemas ambientales”. Nada más lejano: si estamos escribiendo esto es porque consideramos que es necesario dar un vuelco en las conceptualizaciones e investigaciones y en la comunicación masiva sobre los problemas ambientales, su modo de desarrollo y ante todo, el tratamiento de las responsabilidades. Es necesario un llamado de atención que nos reposicione, y dejemos de señalar para todo mal al cambio climático, asumiendo que existe y que es difícil magnificar cuanto de él es producto de la acción humana y cuanto de la dinámica natural del planeta. No puede ser utilizado para explicar los problemas sociales del mundo: el hambre es consecuencia de la desigualdad incrementada y no se soluciona reduciendo las emisiones de carbono en el marco del acuerdo de París, se soluciona distribuyendo la riqueza de otro modo. Los efectos catastróficos de las inundaciones se solucionan construyendo políticas públicas que en lugar de maximizar las ganancias promuevan el acceso a la vivienda digna y segura, así como a redes de agua segura y no costosa. Muchos eventos meteorológicos se han tornado catastróficos debido a regulaciones de la construcción que permiten edificar en zonas de riesgo, en pos de garantizar la expansión de la renta urbana y maximizar ganancias a través del negocio inmobiliario, y no tanto por el aumento de las precipitaciones que se pudieran haber registrado en los últimos años.
No será la reducción de las emisiones de carbono lo que limpie las aguas de los ríos ni evite la desertificación de los suelos o las enfermedades derivadas del uso de agrotóxicos, o los perjuicios vinculados a la minería a cielo abierto, ni limpie los desechos industriales de las papeleras del río Uruguay. Para dar un verdadero debate ambiental, serio y constructivo, deberemos identificar claramente a los responsables de estos problemas, que tienen nombre, apellido y rostros, y que mediante acciones concretas generan los impactos ambientales que hoy le están costando la vida a miles y miles de personas. Y recién ahí podremos empezar a discutir cómo transformar esta realidad ambiental alarmante.
Dejá tu comentario