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Grecia y el choque generacional

Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times. Me doy cuenta de que debería estar en Washington observando el drama de la deuda allá, pero, en cambio, opté por estar en Grecia para observar la versión experimental.

Hay muchas cosas sobre la tragedia de la deuda mundial que se pueden ver mejor desde aquí, en miniatura, empezando con la trama básica, que nadie ha descrito mejor que el académico de la Fundación Carnegie, David Rothkopf: "Cuando terminó la Guerra Fría, pensamos que habría un choque de generaciones".

En efecto, si hay un sentimiento que unifica a las crisis en Europa y Estados Unidos, es un poderoso sentido de que "la generación de la posguerra se portaba mal"; un poderoso sentido de que la generación que llegó a la mayoría de edad a finales de los años 50, mi generación, será recordada más por las increíbles recompensas y la libertad que recibió de sus padres y la increíble carga de la deuda y las limitaciones que dejó a sus hijos.

No es de sorprender que los jóvenes griegos reaccionaran tan duramente cuando su viceprimer ministro Theodoros Pangalos, al referirse a todos los préstamos y subsidios de la Unión Europea que impulsaron la juerga crediticia griega después de 1981, dijo: "Nos lo comimos juntos", queriendo decir, la gente y los políticos.

Eso fue cierto para la generación griega de la posguerra, ahora de cincuentaitantos y sesentaitantos años, y los políticos de la posguerra. Sin embargo, quienes apenas tienen la mayoría de edad hoy nunca tendrán una probadita. Sólo recibirán la cuenta. Y lo saben.

Se puede ver eso cuando se camina por Sintagma, la plaza central de Atenas, donde los jóvenes se reúnen ahora cada noche para debatir la crisis y registrar sus protestas por el futuro que les están imponiendo.

Han pintarrajeado las fachadas de los bancos que rodean a la plaza, y ondean con el viento dos grandes mantas. Una dice: "Empleado del año del FMI" y tiene una fotografía del primer ministro George Papandreou, y la otra: "Empleado del año de Goldman Sachs", con una de George Papaconstantinou, el ex ministro de Finanzas (y ellos son los buenos, los que tratan de arreglar los problemas.)

Cerca, hay una fotografía de un bebé que dice: "¿Padre, de qué lado estabas cuando vendían al país?". Y las más directas: "Ceder a la furia", "Lucha de clases, no lucha nacional" y, finalmente, "Vida, no sólo sobrevivencia"; un mensaje que parecía lleno de una sensación de desastre sobre lo que será la próxima década para los jóvenes griegos.

Me impresionó una enorme similitud entre lo que escuché en la plaza Tahrir en El Cairo en febrero y lo que se oye en la de Sintagma hoy. Es la palabra "justicia". Se escucha más que "libertad". Ello se debe a que hay un profundo sentido de robo en ambos países, un sentido de que la manera en la que evolucionó el capitalismo en Egipto y Grecia en la última década fue en su forma más amiguista, una deformación amañada y corrupta, que permite que algunas personas se enriquezcan fantásticamente sólo por su proximidad con el poder. Así que hay un ansia no sólo de libertad, sino de justicia. O, como lo expresa Rothkopf, "no sólo de contabilidad, sino de rendición de cuentas".

"No hay chistes sobre esta crisis", me dijo el novelista griego Christos Chomenidis. "Todos están de mal humor. Se siente como si todos estuvieran contra todos. Si la situación económica empeora y empeora, temo por lo que pueda suceder".

El otro día, los taxistas griegos en huelga se abrieron paso a la fuerza hasta la oficina del ministro de Infraestructura, sólo para descubrir que ya estaba llena por la huelga de los propios empleados del ministerio. Favor de esperar su turno.

Esto trae a colación otra similitud entre Grecia y Estados Unidos: que lo necesario puede ser imposible, que es factible que los políticos de la posguerra en la época del Twitter no estén a la altura para resolver problemas de esta magnitud. El agujero es demasiado profundo y el poder está demasiado fragmentado. La única salida es la acción colectiva, en la que se unan los partidos gobernantes y los de oposición, se comparta el dolor y se den los pasos necesarios.

 Sin embargo, eso no pasa ni aquí ni en Washington. Hay un Eric Cantor en todas partes: imprudentes políticos de la posguerra, para quienes ninguna crisis es demasiado grave como para hacer a un lado la ambición política y la ideología.

Sin embargo, hay un adulto al acecho. China ha estado comprando bonos españoles, portugueses y griegos para ayudar a estabilizar a estos mercados de sus exportaciones. "Son tiempos delicados, y asumimos un papel positivo", dijo Yi Gang, el vicegobernador del Banco del Pueblo Chino, al diario británico The Guardian en enero.

Se trata de un papel que Estados Unidos solía tener, pero que ya no puede costear. Quien quiera que piense que esta crisis económica, si se prolonga, no apresurará también un cambio en el poder mundial nunca ha oído hablar de la regla de oro: quien tiene el oro, establece las reglas. "Estamos tan acostumbrados a que los estadounidenses proporcionen las soluciones para Europa y dirijan", comentó Vassilis T. Karatzas, un gerente griego de dinero. "Pero, ¿qué pasa cuando ambos estamos en el mismo barco?".

Lo que sucede es que tanto los sueños estadounidenses como los europeos cuelgan del balance. O ambos ponemos a nuestros países en un camino de crecimiento más sustentable -que requiere recortes, impuestos e inversión para el futuro- o estaremos viendo a un mundo en el que las democracias se volverán contra sí mismas y pelearán por pasteles en reducción, mientras China tendrá mayor voz en cuanto a qué tan grandes serán las rebanadas.