Gran Bretaña: altos costos de la frustración social
*Por Marcelo Cantelmi. El primer ministro David Cameron utilizó todos los ahorros del país para evitar la bancarrota del sistema financiero. Ahora enfrenta el estallido de descontento con más ajustes.
La cuestión no es ya si sucederá, sino el tamaño de la herida. Pero también sobre eso se amontonan pronósticos preocupantes. Barack Obama, acorralado por récords de desocupación, déficit y deuda, ha descripto este presente como "la peor recesión de nuestras vidas".
Es posible. Pero lo cierto es que el proceso no es sólo norteamericano y menos un enigma sobre cómo ha sido posible.
Este nuevo tobogán al abismo llega casi sobre el tercer aniversario, el 15 de setiembre, del otro fenómeno mayor que hizo posible este ciclo de derrumbes: el estallido de la crisis económica y financiera con la bancarrota de Lehman Brothers que convirtió en global la pesadilla norteamericana iniciada un año antes.
Por cierto, no se trata de recortar la mirada y suponer que todo comenzó de pronto con aquella crisis. Lo que debe tenerse en cuenta para entender este presente y adivinar algunas líneas del futuro, es lo que hay atrás como las razones que fueron haciendo posible este proceso depredador. Parte de ese esquema distorsionado se alimentó en las formas que se eligieron después del cataclismo para frenar el colapso bancario posterior.
Tanto en EE.UU. como en Europa se utilizaron los recursos del erario público para preservar la liquidez y solidez de las entidades. Fue el propio Obama quien aclaró poco después de llegar al gobierno, que la prioridad era sostener al sistema bancario y atender luego los costos sociales que se expresaban en la destrucción de casi 7 millones de empleos en unos pocos años con un salto de 5% en 2007 a 9,1% de desocupación hoy.
En el Reino Unido, el gobierno conservador-liberal del premier David Cameron utilizó todos los ahorros del país para evitar la bancarrota del sistema embretado en los mismos vicios especulativos que sus primos norteamericanos. Como ese costo debía ser pagado de cualquier modo, transfirió la factura a la población con un programa de ajuste, según sus palabras, sin precedentes por su contundencia en la historia británica .
El esquema armado por Cameron incluyó planes para recortar los servicios de salud, eliminación de los subsidios a los estudiantes o al transporte o el aumento de la matrícula universitaria que se triplicó en doce meses hasta 10.000 euros después de años de haber sido gratuita.
El ataque a los restos del Estado Benefactor ha sido en toda la línea.
Los tremendos incidentes que partieron en dos al país, se iniciaron no casualmente en barriadas londinenses pobladas de desocupados como Tottenham. En Gran Bretaña, un millón de jóvenes de entre 16 y 24 años no tienen trabajo, es el mayor índice de fractura social desde la recesión de los ‘80.
Nada es menor ni justificable. Así como no se advierte el hilo que une a todos estos episodios, no hay tampoco claridad en los límites ni en la caracterización de lo que en verdad se trata. Las calificadoras, entre ellas Standard & Poors que acaba de degradar por primera vez la deuda norteamericana, son un ejemplo ilustrativo de la deriva depredadora.
Estas empresas que custodian las reglas sobre cómo el sistema debería funcionar para garantizar extraordinarias tasas de ganancia, calificaron con sus máximos todos los papeles tóxicos que formaron la bomba que estalló en 2007/2008.
Lo que hicieron fue blanquear todo lo que entraba por las claraboyas de la desregulación.
Hace poco, el Nobel Paul Krugman recordaba que incluso la propia S&P le había mantenido la máxima nota al banco Lehman Brothers apenas poco antes de su bancarrota en setiembre de 2008. No fue un error, claro. Krugman, entre otros, sí se equivoca cuando atribuye un excluyente perfil político a la crisis de la deuda norteamericana que forma parte del fenómeno recesivo que estrangula a ese país .
Es verdad que hay una secta fundamentalista dentro del partido republicano que ata, como nunca antes las manos del gobierno demócrata impidiéndole financiarse. Pero no debe perderse de vista que esos fanáticos son emergentes de aquella crisis aún vigente. Son consecuencias de la frustración social como ha venido sucediendo con otras ultraderechas en Europa.
La crisis va formando monstruos que, como en los años ‘30, merodean el fascismo. Ven a los políticos y al Estado como herramientas peligrosas que deben ser enjauladas y sus alas y dientes amputados para evitar que suban impuestos o gastos.
Es una locura, lo es. El padre de George Bush, al revés que su hijo en cuyos dos mandatos se cocinó este crack, llegó al gobierno a fines de los 90 y rompió su promesa de no subir los impuestos, el célebre "lean mis labios" de su campaña en una decisión que arrasó su posibilidad de reelegirse. No hay que olvidar que este es el mismo partido de Dick Cheney, el vicepresidente del Bush pequeño, quien proclamaba que "Reagan demostró que los déficits no importan" para justificar una reducción de impuestos a los multimillonarios que privó al Estado de 1,6 billones de dólares.
Ese costo fue transferido a la clase media y baja, cuyos epitomes de la furia nacionalista se llaman hoy Tea Party.
Hay una consecuencia notoria de esta película. Parte de la reducción presupuestaria que aún tiene que adoptar EE.UU. implicará un recorte de casi la mitad del presupuesto de Defensa. En Oriente Medio, donde se encuentra este cronista, eso se traduce en una pérdida concluyente del poder coercitivo del "amigo americano".
La influencia de la Casa Blanca en la región está pegada a su autonomía financiera. Hace poco, cuenta en el diario Haaretz Amir Oren, el ministro de Defensa israelí Ehud Barak descubrió en Washington que sus contrapartes norteamericanos estaban mucho más preocupados por lo que ocurría en casa con la economía que en Oriente Medio con la amenaza iraní o el voto inminente e histórico en la ONU reconociendo un Estado Palestino.
Israel está también perdiendo iniciativa en ese conflicto en el que dilapida 14% de su presupuesto de vivienda para extender las colonias ilegales en el territorio donde debería fundarse aquel país mientras tiene a todas las plazas Israelíes llenas de carpas, con multitudinarias marchas de indignados porque no hay viviendas ni suficientes ni baratas y la vida es cada vez más cara y difícil. Como en Londres, como en EE.UU., como en España o Grecia.