DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Fútbol federal, sin democracia ni debate

* Por Claudio Tamburrini. La cúspide de la AFA fusionaría en 2012 el campeonato de Primera A y el de la B Nacional en un torneo con 38 equipos, previo ascenso de los primeros dieciséis de la segunda división.

El anuncio ha generado una tormenta de opiniones contrarias.

Aun si los lectores de Clarín no son totalmente representativos del espectro de opiniones a nivel nacional, la compacta resistencia a la reforma (90%, según las encuestas del diario) no puede ser ignorada.

Futbolísticamente se puede argumentar que la fusión sería positiva.

Los clubes de segunda división arrastran déficits económicos que amenazan su sobrevivencia.

Al acceder al fútbol grande, muchos de ellos – de larga tradición en el fútbol nacional – podrían obtener un respiro y salir adelante.

La fusión podría también fomentar la competitivad en los campeonatos.

La "equiparación hacia abajo" del fútbol nacional ha reducido las diferencias entre los otrora llamados equipos grandes y los equipos chicos.

La ampliación a 38 equipos podría hacer aún más imprevisible y emocionante el desenlace del torneo, coronando a Deportivo Merlo o a Almirante Brown como campeón del año . Los torneos serían aún más inmunes a la rigidez de algunos campeonatos europeos, en donde los ganadores están dados de antemano.

La reforma podría también contribuir a reforzar al equipo nacional. Curiosamente, en ninguna de las selecciones de primera línea del fútbol mundial participan jugadores de la segunda división.

Los seleccionadores parecen sufrir de una especie de miopía elitista: sólo consideran a los jugadores de la máxima categoría . Con 38 equipos se amplía la base de reclutamiento del equipo nacional. Quién sabe, tal vez haya un nuevo Messi jugando en algún equipo de la B Nacional, a la espera de ser descubierto y lanzado a las categorías superiores.

La ampliación del torneo máximo podría entonces tener el mismo efecto democratizador que tuviera en su momento la incorporación de los equipos del interior, iniciada parcialmente en 1967 y culminada 1985/86 con la creación del torneo de la B Nacional.

Con tantas ventajas deportivas, ¿cómo explicar entonces el fuerte rechazo aparentemente generado por el cambio anunciado por la AFA? Una cosa es un proyecto de reforma y otra cosa muy distinta es un cambio impuesto como hecho consumado. Además de los entretelones políticos de la fusión, sugeridos por el vocero oficial de la AFA al referirse a la necesidad económica (¿también política?) del Gobierno de mantener el valor de mercado del producto a vender a la televisión (léase: con Ríver en el escenario), la gente parece oponerse a un proyecto impuesto a los propios dirigentes de la AFA que no forman parte de su nomenclatura más cerrada.

Paradójicamente, una reforma en esencia democratizadora del fútbol nacional (más participación y exposición para los equipos económicamente más débiles) sería rechazada por el carácter antidemocrático de su gestación. Tales son los costos de la falta de democracia consensuada y de debate.

La gente no se opone a una estructura de fútbol federalizada, sino que expresa su repudio a una línea de conducción históricamente antidemocrática.