"Fui a jugar a la pelota y casi termino como indigente"
Por Ezequiel Zabalza. La inseguridad golpea a todos y a mí me toco vivirla por primera vez. Fui víctima de pungas, quienes disfrazados de jugadores se robaron mi mochila ante un descuido de mi parte. En ella tenía todas mis pertenencias (llaves, billetera, etc).
Por Ezequiel Zabalza
@Capichorra
ezabalza@diarioveloz.com
Varias personas sufren a diario robos, hurtos y hasta secuestros; y esta vez me tocó a mí vivir en carne propia un triste episodio, que me ocurrió el sábado pasado. Ese día preparé mi mochila para ir a jugar a la pelota, a una cancha que está ubicada en Constitución, Buenos Aires, donde a través de carteles se alerta a los clientes sobre la necesidad de "cuidar sus pertenencias", ya que ante cualquier pérdida el establecimiento no se hará responsable.
Me cambié en el vestuario, y junto con mis compañeros, nos dirigimos a la cancha. Allí, todos amontonamos las mochilas a un costado de la cancha, que estaba lindera a otra y que se dividía a través de una red. El partido duró una hora y ganamos. Todos contentos fuimos en búsqueda de nuestras pertenencias, sin embargo faltaba la mía. La busqué por todos lados, me dirigí en busca de los dueños para saber si alguien se había confundido y tomó mi mochila por error, pero no fue así. Los dueños me notificaron que la escena que padecí se repite día a día. Los pungas me habían dado un cachetazo.
A partir de ese momento, me sentí pobre, sin los suficientes medios para subsistir, más el agregado que no soy porteño de nacimiento, sino que me radiqué sólo por trabajo y no tengo familiares, sí algunos amigos. Encima en la mochila tenía: celular, billetera que contenía $150, todas la tarjetas (SUBE, DNI, de crédito y de obra social), campera y un pantalón. Reconozco que fui un tonto en llevar esas tarjetas, pero se me hacía tarde y no lo percaté, ni pensé que iba ser víctima de la inseguridad.
Tras el hecho, pedí prestado un celular y llamé (era de larga distancia) a mi mamá porque no me acordaba el número de mi amigo, a quien le había dado un juego de llaves por si alguna vez me sucedía algo. Tras una hora, (por suerte) mi madre lo consiguió y me pude contactar con mi amigo, que también es de mis pagos y que ese día se encontraba en Capital. Sino no sabía cómo iba a pasar ese día.
Mis compañeros se portaron muy bien conmigo, me pagaron el turno de la cancha y hasta me dieron monedas para tomar el colectivo. Después di de baja todo, fue el día que más plata perdí y gasté.
La pérdida: la SUBE tenía $20, el celular me costó mil, la campera $800, el pantalón era Adidas, unos 200 pagué por él, y le debo a mis compañeros $30.
El gasto: volví a sacar la SUBE, que cuesta $15, tuve que avisar al portero que me habían robado y éste dio aviso a la administración para que se cambie la cerradura. Este gasto, como todos lo que habitan en el edificio, lo deberemos pagar en las expensas. Por último, hice la combinación de la cerradura, que me salió alrededor de $90. Sólo me falta hacer copias de mis llaves y comprar un nuevo celular.
Todo este procedimiento me generó impotencia y una lección: andar con lo menos posible por la ciudad porque los "pungas" tienen una habilidad impresionante. Es una lucha sin tregua.
@Capichorra
ezabalza@diarioveloz.com
Varias personas sufren a diario robos, hurtos y hasta secuestros; y esta vez me tocó a mí vivir en carne propia un triste episodio, que me ocurrió el sábado pasado. Ese día preparé mi mochila para ir a jugar a la pelota, a una cancha que está ubicada en Constitución, Buenos Aires, donde a través de carteles se alerta a los clientes sobre la necesidad de "cuidar sus pertenencias", ya que ante cualquier pérdida el establecimiento no se hará responsable.
Me cambié en el vestuario, y junto con mis compañeros, nos dirigimos a la cancha. Allí, todos amontonamos las mochilas a un costado de la cancha, que estaba lindera a otra y que se dividía a través de una red. El partido duró una hora y ganamos. Todos contentos fuimos en búsqueda de nuestras pertenencias, sin embargo faltaba la mía. La busqué por todos lados, me dirigí en busca de los dueños para saber si alguien se había confundido y tomó mi mochila por error, pero no fue así. Los dueños me notificaron que la escena que padecí se repite día a día. Los pungas me habían dado un cachetazo.
A partir de ese momento, me sentí pobre, sin los suficientes medios para subsistir, más el agregado que no soy porteño de nacimiento, sino que me radiqué sólo por trabajo y no tengo familiares, sí algunos amigos. Encima en la mochila tenía: celular, billetera que contenía $150, todas la tarjetas (SUBE, DNI, de crédito y de obra social), campera y un pantalón. Reconozco que fui un tonto en llevar esas tarjetas, pero se me hacía tarde y no lo percaté, ni pensé que iba ser víctima de la inseguridad.
Tras el hecho, pedí prestado un celular y llamé (era de larga distancia) a mi mamá porque no me acordaba el número de mi amigo, a quien le había dado un juego de llaves por si alguna vez me sucedía algo. Tras una hora, (por suerte) mi madre lo consiguió y me pude contactar con mi amigo, que también es de mis pagos y que ese día se encontraba en Capital. Sino no sabía cómo iba a pasar ese día.
Mis compañeros se portaron muy bien conmigo, me pagaron el turno de la cancha y hasta me dieron monedas para tomar el colectivo. Después di de baja todo, fue el día que más plata perdí y gasté.
La pérdida: la SUBE tenía $20, el celular me costó mil, la campera $800, el pantalón era Adidas, unos 200 pagué por él, y le debo a mis compañeros $30.
El gasto: volví a sacar la SUBE, que cuesta $15, tuve que avisar al portero que me habían robado y éste dio aviso a la administración para que se cambie la cerradura. Este gasto, como todos lo que habitan en el edificio, lo deberemos pagar en las expensas. Por último, hice la combinación de la cerradura, que me salió alrededor de $90. Sólo me falta hacer copias de mis llaves y comprar un nuevo celular.
Todo este procedimiento me generó impotencia y una lección: andar con lo menos posible por la ciudad porque los "pungas" tienen una habilidad impresionante. Es una lucha sin tregua.