Frente al abismo
Tendrá el radicalismo catamarqueño que agradecerle a la Corriente Progresista Radical, agrupación que orienta el diputado José Antonio "Chichí" Sosa, el haber puesto en evidencia con un documento público la acefalía de facto que el partido padece desde el trágico 13 de marzo del derrumbe.
Tendrá el radicalismo catamarqueño que agradecerle a la Corriente Progresista Radical, agrupación que orienta el diputado José Antonio "Chichí" Sosa, el haber puesto en evidencia con un documento público la acefalía de facto que el partido padece desde el trágico 13 de marzo del derrumbe.
No es que no se supiera, pero fue preciso que alguien lo señalara para que las especulaciones se hicieran inocultables e injustificables a los radicales que consideran que puede haber vida después de la derrota; vida, incluso, después de la catástrofe de las primarias, donde la UCR todavía en ejercicio del Gobierno protagonizó el desastre electoral de mayor envergadura que registra la historia política catamarqueña, al perder por más de 63 mil votos y casi 40 puntos porcentuales a manos del peronista Frente para la Victoria.
En lo esencial, el pronunciamiento sectorial destacaba unas ausencias. En la peor hora del radicalismo, subrayaba, sus máximos líderes no estaban. No estaban, fundamentalmente, el gobernador Eduardo Brizuela del Moral, que vio frustradas sus pretensiones de un tercer mandato, ni el senador nacional y ex gobernador Oscar Aníbal Castillo. Adicionalmente, tampoco estaba el intendente capitalino Ricardo Guzmán.
Con alguna insidia, la CPR consignaba el fenómeno de que estos hombres inhallables en la retirada fueran protagonistas omnipresentes en los tiempos de la gloria triunfadora. Deslizaba diplomáticas recriminaciones por lo que evaluaba como una deserción, a la cual atribuía en gran medida la estrepitosa caída en el favor de la sociedad que hasta el marzo fatídico los había tratado con tanta consideración en las urnas.
Vacío
La agrupación de Sosa hacía blanco en la deficiencia más notoria del oficialismo en desgracia: la reacción de sus jefes frente a la derrota había sido la renuncia al liderazgo, lo que generaba
un vacío de poder que ninguno de los otros referentes radicales -CPR incluida- podía cubrir.
Mucho menos podían cubrirlo delegados como la presidente del partido Marta Grimaux de
Blanco, vicaria de Brizuela del Moral. En el páramo radical, siguen siendo Brizuela del Moral y
Castillo las únicas referencias con peso suficiente para unificar una estrategia. Y tal rol es indelegable.
Seguramente no fue sólo el documento de la CPR lo que motivó a los jerarcas radicales a cambiar de actitud. Sin embargo, después de él resultó ya imposible seguir haciéndose el sonzo.
No podía negarse que la deserción de los jefes favorecía la dispersión radical, aceleraba la balcanización.
La deserción resaltada habilitaba además un razonamiento: los caciques especulaban con resurgir de los escombros y perseguían el mezquino objetivo de posicionarse después de que la debacle terminara de concretarse.
La concreción de esta debacle consistía en la exterminación de cualquier alternativa al castillismo o al brizuelismo, vía que incluía profundizar el retroceso electoral hasta que el peronismo se quedara con las dos bancas legislativas que se jugarán el 23 de octubre. Una estrategia de tierra arrasada.
La nada
Lo cierto es que, después de las expresiones de la CPR, Castillo y Brizuela del Moral se reunieron y acordaron una tregua. Como, a pesar de sus diferencias y sus rencillas intestinas, estuvieron hermanados en el éxito, están ahora hermanados en la derrota. Y tienen ante sí un desafío no menor: remontar los aplastantes resultados del 14 de agosto no ya para ganar -lo que sería una verdadera proeza- sino para evitar que el peronismo se lleve las dos bancas de diputado nacional en octubre. Lograr eso será, en el contexto actual, un triunfo. Que el objetivo sea tan modesto marca el nivel del desplome.
Acaso hayan advertido que si persistían en la ladina prescindencia no quedaría nada por lo que pelearse luego; que de los escombros de la UCR demolida por un internismo exacerbado no surgiría nada que los incluyera. Este temor es lo que los une. No les es posible abdicar
impunemente del liderazgo, aunque este liderazgo esté menguado.
Pueden trazarse paralelos históricos.
La perpetua disputa entre celestes y renovadores radicales tuvo una recordada tregua en 2003, cuando Oscar Castillo declinó sus aspiraciones para la reelección como gobernador a favor de Brizuela del Moral, debido a los riesgos de perder el Gobierno a manos del gastronómico Luis
Barrionuevo, que encabezaba un peronismo unificado.
Hay similitudes entre aquella situación política y ésta.
Perdido ya el poder, la UCR está frente al abismo de la disolución, cuando ya el FCS que lideraba está de hecho disuelto.
Votos y proyecciones
Si se analizan los resultados del 14, se advertirá que el porcentaje de votos sumado por los tres precandidatos a diputados nacionales del oficialismo -Gustavo Jalile, Renato Gigantino y
Mario Marcolli- es similar al que el radicalismo tenía, con fluctuaciones circunstanciales, en la década del ‘80. Con la diferencia de que en aquella época la Presidencia estaba en manos del radical Raúl Alfonsín, mientras que ahora el radicalismo nacional está en la lona con la candidatura presidencial del hijo Ricardo y sin perspectivas de recuperación en el corto plazo.
La rotunda superioridad política del peronismo a nivel nacional surge del vacío opositor. Y ese vacío nacional amenaza con tragarse todo, también los deteriorados cacicazgos provinciales.
La pregunta que se hacen los jerarcas de la UCR catamarqueña desde el 13 de marzo es: ¿quién será el interlocutor del poder kirchnerista en Catamarca?
Hasta las primarias era factible jugar con la bendición de la UCR nacional para ocupar este puesto. Pero el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner ha sido tan contundente que no habrá en lo inmediato líder radical nacional en condiciones de bendecir a nadie.
Están huérfanos por partida doble: el electorado les da la espalda y la UCR nacional no puede salir de la espiral de su crisis. En definitiva: la condición de interlocutor del peronismo catamarqueño, de adversario principal del poder provinciano, deberá ganarse en Catamarca, en la cancha electoral. Y después ver.
En esta lineal lectura puede introducirse un factor adicional: la victoria peronista es hija de una alianza entre tres sectores que se identifican con la gobernadora Lucía Corpacci, el vicegobernador Dalmacio Mera y el intendente Raúl Jalil. El equilibrio de la cooperativa podría decantar -podría, vale resaltar el potencial- en enfrentamiento en un plazo mediato. ¿Dónde quedaría la UCR catamarqueña si tal cosa ocurre? No hay potencia radical nacional para afirmar expectativas. ¿Con qué estructura cuenta el radicalsimo local para incidir en el juego de poder futuro? ¿Podrían los tradicionales jefes de la UCR sobrevivir en un panperonismo, soportar el empuje de las nuevas generaciones?
Las primarias forzaron la tregua. Esperar más sería suicida para Castillo y Brizuela del Moral.
De ahí la eficacia del reclamo del "sosismo". Como en 2003, los enconados adversarios internos se abrazan en defensa propia con un impensado objetivo común: llevar al intendente Gustavo Roque Jalile, el aguerrido "Gallo", al Congreso de la Nación.
La reacción de Brizuela y Castillo frente a la derrota fue la renuncia al liderazgo, lo que generó un vacío de poder que ninguno de los otros referentes radicales puede cubrir.
La rotunda superioridad política del peronismo a nivel nacional surge del vacío opositor. Y ese vacío amenaza con tragarse todo, incluso los deteriorados cacicazgos provinciales.