Francisco a los fieles en Copacabana: "Están dando un testimonio de fe al mundo"
Su Santidad encabeza la ceremonia de recibimiento a miles de jóvenes por la Jornada Mundial de la Juventud.
El papa Francisco llegó a las 17.15 al Fuerte de Copacabana, a bordo de un helicóptero, para la ceremonia de recibimiento que miles de jóvenes le harán a lo largo de la playa más famosa de Brasil.
A bordo del "papamóvil", Francisco recorrió unas 30 cuadras a lo largo de la avenida Atlántica, que ya se encontraba colmada de jóvenes de todo el mundo, hasta el escenario donde se realizó la ceremonia, que incluirá un mensaje de Francisco a los peregrinos que participan de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
En su discurso, el Papa saludó al más de 1 millón de personas que llenaron la playa de Copacabana: "Quiero agradecerles por el testimonio de fe que le están dando al mundo".
"Siempre oí decir que a los cariocas no les gustan ni la lluvia del frío, pero ustedes demuestran que su fe es más fuerte que eso. Ustedes son verdaderos misioneros, veo en ustedes la belleza del rostro joven de Cristo, y mi corazón se llena de alegría", dijo el Pontífice.
Además, Francisco homenajeó a uno de sus predecesores: "Recuerdo la primera Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en 1987 en Argentina, en mi ciudad de Buenos Aires. Guardo vivas en mi memoria del bienaventurado Juan Pablo II a los jóvenes: 'Tengo muchas esperanzas en ustedes. Espero que ustedes renueven la fidelidad con Jesucristo y su redentora'".
"Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés", dijo el Sumo Pontífice. Y añadió: "A ustedes y todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague".
Horas antes, el papa argentino recorrió un lugar muy diferente: la favela de Varginha, gris y chata, donde caminó entre miles de personas exultantes, saludó y conversó con muchas de ellas, se puso un collar de flores que le regalaron, bendijo el nuevo altar de la humilde parroquia aún en construcción, y entró en una casa de la favela a saludar a una familia.
Desde el techo de una precaria vivienda frente al enlodado campo de fútbol donde se apiñaban los vecinos, afirmó que la "pacificación" de las favelas de Rio, emprendida hace cinco años por el Estado para arrebatar su control a narcotraficantes y milicias parapoliciales, no durará si la sociedad brasileña margina a sus pobres.