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Francia y un cambio civilizado

Hollande y Sarkozy han dejado atrás la lucha electoral y buscan ahora consensos para edificar la unión en tiempos difíciles.

Nicolás Sarkozy es la última víctima política de la dura crisis económica que tiene nuevamente a Europa sumida en la recesión. Y el primer presidente en ejercicio que pierde una elección en segunda vuelta desde 1981. De la mano de François Hollande, el socialismo ha regresado al poder en Francia, por primera vez desde la presidencia de François Mitterrand.

Frente a una sociedad cansada de la frenética impetuosidad y de la arrogancia que caracterizaron la gestión de Sarkozy, Hollande simplemente prometió normalidad en la acción, sencillez y eficacia. Y pese a que nunca ha ejercido un cargo público, las urnas lo consagraron vencedor, por un margen escaso, pero con toda claridad. Su calma, su moderación y hasta una cierta cuota de placidez recibieron en las urnas el premio de la sociedad que significa el triunfo electoral.

Por todo esto no sorprende que, luego de la victoria, Hollande, tras agradecer caballerescamente las felicitaciones que naturalmente recibió de su rival político, dijera simplemente: "Demasiadas divisiones, demasiadas heridas, demasiadas rupturas, demasiados cortes han separado a nuestros ciudadanos, unos de otros; todo esto ha terminado".

En la situación actual de nuestro país, cuya sociedad ha sido sistemáticamente desgarrada desde el poder, esa frase debe leerse como una clara expresión de concordia, de vocación de búsqueda de consensos y reconciliación para, sobre esa base, edificar la unión en los momentos difíciles.

También, la frase de Hollande evidencia la fatiga de una sociedad tensa, frágil, ansiosa, pero, por sobre todas las cosas, cansada de los enfrentamientos intestinos y lastimada por las divisiones y por la siembra de odios y resentimientos, en la que han crecido peligrosamente los extremismos de derecha e izquierda. Sabe bien que frente a la circunstancial adversidad es necesario trabajar lo más juntos que sea posible, sin divisiones irreconciliables que separen a los franceses complicando los esfuerzos que deberán hacerse.

En la misma línea de grandeza, Nicolas Sarkozy contestó: "François Hollande es el presidente de la República, debe ser respetado", para agregar después: "Quiero desearle buena suerte en medio de las dificultades". Finalmente, señaló, sobre sí mismo, en un ejemplo de educación y respeto: "He vuelto a ser un ciudadano entre todos ustedes". Uno más, como debe ser, sin endiosamientos ni idolatrías, aceptando con esas sencillas palabras el hecho de que la sociedad francesa simplemente dejó de tenerle fe.

He aquí dos lecciones, por lo menos. La primera nos sugiere que, tras la lucha ardorosa propia de las gestas electorales, las sociedades maduras regresan instantáneamente al respeto recíproco, que es nada menos que la expresión natural de la tolerancia que debe imperar en las confrontaciones, cuando ellas son genuinamente democráticas. La segunda, quizá más relevante aún para el momento político argentino, nos muestra que, al cabo de un tiempo, las sociedades rechazan a quienes sistemáticamente las torturan, dividen y fracturan con su prédica y acción. Y a quienes, presuntamente dueños de la verdad, con una gestión ineficaz terminan inevitablemente por perder la confianza de los ciudadanos, particularmente en escenarios