Fracasos indisimulables
Se han cumplido 50 años de un gran error de la diplomacia estadounidense: el embargo comercial contra Cuba, que sirvió a Fidel Castro para atribuirle el fracaso de la economía de la isla.
Este mes se cumplió el 50º aniversario de uno de los mayores fracasos de la política exterior de los Estados Unidos: el 7 de febrero de 1962, el entonces presidente John Fitzgerald Kennedy impuso el embargo comercial a Cuba, en un intento por ahogar económicamente a la naciente revolución castrista. Ni el embargo ni la revolución fueron efectivos.
El embargo no fue efectivo porque el bloque socialista ocupaba más de la mitad del planeta y estaba en condiciones de desafiar la absurda y más nefasta que arbitraria decisión de la superpotencia occidental, aunque a un costo insostenible para los países que lo integraban; en particular para la Unión Soviética, que pagaba fuertes subsidios por sus compras de azúcar, concedía fuertes subsidios por sus ventas de combustibles y escoraba hasta embestir los escollos de la realidad y naufragar.
El llamado socialismo realmente existente fracasó porque nunca tuvo el coraje de afrontar la inviable realidad de un sistema esencialmente ruinoso: la producción sin economía de costos.
Y el bloqueo se fue extinguiendo porque los países occidentales no se resignaron a la imposición de la hegemonía estadounidense. Gradualmente, por transacciones directas y triangulares, lo burlaron. El primer país europeo que vulneró el cerco fue la dictadura fascista española de Francisco Franco.
En verdad, el bloqueo terminó por volverse en contra de los designios de los Estados Unidos, porque proporcionó a Cuba la mejor excusa para enmascarar su quiebra, inevitable por el costoso error de la economía centralmente planificada. Otros países con el mismo modelo de planificación también se hundieron en el atraso, la miseria y la corrupción.
La Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Hungría, Checoslovaquia, países con gran tradición industrial e intercambio comercial a escala mundial, que no padecieron bloqueo, se hundieron en un caos de despilfarro, ineficiencia y parálisis que arrastró consigo sus utopías revolucionarias.
Su proclamada lucha contra el capitalismo prohijó un hijo subnormal: el capitalismo de Estado y su peor efecto, una burocracia corrupta. Mijail Gorbachov, que intentó contener la decadencia y caída del sistema, describió a la perfección esa lacra y ese lastre: "La Unión Soviética –dijo– está ocupada por una potencia de 11 millones de soldados: los burócratas". No aludía sólo a privilegiados de la "Nomenklatura " del Partido, sino a todos los escalones de los poderes político y administrativo del régimen totalitario.
A escala isleña, los cubanos padecieron los mismos problemas, sufrieron los mismos sacrificios estériles, con una sola ventaja sobre los otros países del campo del socialismo real: tener a los Estados Unidos como excusa perfecta de su inexorable colapso.