Florencia Peña: “no van a lograr que me calle la boca”
Después de las declaraciones que realizó a favor a la sancionada Ley de Matrimonio Homosexual y del proyecto para legalizar el aborto, la actriz denunció haber recibido amenazas de muerte contra ella y a su familia.
Así lo relató en su columna del diario “Tiempo Argentino”, que transcribimos a continuación.
Pensé mucho acerca de esta crónica, y preferí hoy utilizar este espacio para reflexionar sobre algunas cosas preocupantes que comenzaron a suceder desde que elegí hacerme cargo de lo que pienso y exponerlo.
Durante muchos años, mi vida artística se desarrolló delante de los ojos del espectador. Empecé de muy chica y, como suele suceder en esos casos, todo queda a la vista. El crecimiento se hace evidente, las transformaciones y las elecciones quedan expuestas, tanto los aciertos como los errores. Muchos años, muchas maneras, muchos trabajos, y siempre la convicción absoluta de seguir mi camino, de que todo lo que me ha sucedido hasta hoy es consecuencia de mis decisiones. Incluso cuando las cosas no funcionaron como esperaba, entendí que la vida me estaba ofreciendo la oportunidad de pasar por los duros o hermosos aprendizajes que me llevaron hasta donde estoy hoy.
Hubo muchos puntos de inflexión en este tránsito. Varias crisis que me llevaron a replantearme tantas cosas. Muchos momentos de sentir y pensar a fondo en las necesidades artísticas y las personales. Les aseguro que no es fácil sobrellevar la exposición. Sin embargo, todos estos años de trabajo y un profundo amor por lo que hago me dejan la enorme satisfacción de haber sido fiel a mis deseos más profundos, y de haber ido por ellos. Pero aun así, algo me empezaba a hacer ruido en todo esto.
En la madurez, y habiendo logrado muchas de las metas que me había propuesto, un perfecto quiebre se había producido en mi vida, y le había dado paso a dos Florencias: la "comediante", como suelen llamarme en los medios, y yo. Una fisura que se hacía evidente cuando me encontraba frente a los temas que exponía públicamente, y me quedaba, divertida, en un lugar más neutral, menos jugado.
Supongo que después de años de terapia y de replanteos, pude entender que perseguir el afecto unánime y no desencantar a nadie, lejos de conectarme con la felicidad, me provocaba un enorme malestar, por no poder unir a esta que hoy escribe con aquella imagen de niña graciosa que encaraba la vida trivialmente.
Ahora, sin miedo al que dirán, sin tratar de agradar o de hacer demagogia. Simplemente llevando adelante la preciosa y contundente convicción de ser honesta conmigo y con los demás. Y en este camino sí se pierden cosas, no lo voy a negar, pero se gana tanto más.
Hoy puedo experimentar nuevas maneras de relacionarme. Abandonar mi " perfecta y comoda" vida para dejar de mirarme el ombligo és un desafío. Mirar al otro, ser capaz de conectar con las necesidades o el dolor de los demás, poder apoyar causas aunque no me toquen de cerca, todo eso junto y mezclado, me devolvió la verdadera alegría. La alegría que siento cuando me levanto a la mañana y pienso en mis hijos, y en el futuro. Es por ellos y por Mariano, mi hermoso compañero de ruta, que me siento fuerte para bancar lo que haya que bancar. Porque cuando veo a mis hijos, pienso que nada mejor podría pasarles que poder sostener sus ideas, defenderlas, y llevarlas a cabo, cueste lo que cueste y pase lo que pase. Muchos hombres y mujeres, en este y otros países, dieron la vida por sus ideales, por no quedarse cómodos, por no estarse callados frente a las injusticias, ni resignarse a que las necesidades de su comunidad permanezcan siempre insatisfechas.
Afortunadamente, la democracia nos protege de muchas formas de opresión, nos ofrece diversos caminos para pelear por nuestros derechos. La libertad de expresar nuestras opiniones, de manifestarnos por lo que consideramos justo, de reclamar por las injusticias que se siguen cometiendo. Desde que comencé este camino, me comprometí con muchas causas. Y recibí grandes facturas. La ley de medios fue una de ellas: fui una de las tantas personas a las que les cerraron puertas por reclamar la democratización de los medios en que trabajamos. Otro tanto sucedió con mi apoyo a la política de Derechos Humanos que lleva adelante este gobierno: parece que para muchos, exigir que genocidas y torturadores vayan a prisión es incompatible con actuar en comedias o series. También generó rechazo mi adhesión a la 125, y no estar de acuerdo con la Mesa de Enlace: como si además del congreso, el ejecutivo y los "representantes del campo" nadie más tuviera derecho a pedir una mayor distribución de la riqueza. Increíblemente, recibí críticas hasta por repudiar la pena de muerte... En fin, por todas estas causas recibí apoyos sinceros, y sentidas críticas, muchas de ellas muy irrespetuosas, así como también el constante ataque de los medios de derecha y la invisibilización de mis ideas o la tergiversación de las mismas. Aunque sabía bien a qué me enfrentaba y me la banqué. Pero en estos días algo cambió.
Un ataque, con tufo a operación mediática, me dejó tristemente asombrada. Mi apoyo al casamiento igualitario y mi planteo de debatir el proyecto de ley de aborto, subieron el tono de las ya conocidas críticas, para convertirse en amenazas. Contra mi vida y las de mis hijos. Me apenó mucho y me dio rabia tal bajeza. Pero entonces comencé a pensar que no es sólo un cobarde ataque contra mí, sino que estas acciones son para impedir que las ideas e inquietudes que muchos compartimos, dejen de tener un lugar de visibilidad, por miedo al contagio. Por miedo a que más y más personas se vean reflejadas, o comiencen a cuestionar sus propias opiniones, a considerar otros puntos de vista. Se iniciaron varias campañas en Internet para atacarme.
Los activistas de varios de estos grupos se identifican con el color naranja y dicen defender la familia Argentina, la vida y la patria. Seguramente, entre ellos habrá muchas personas de buena fe que no saben bien lo que están apoyando al adherir a estas campañas. Porque si uno sigue los enlaces que hay en las webs y blogs de sus miembros, llega fácilmente a sitios donde se revindica la dictadura, se afirma que los 30.000 desaparecidos eran guerrilleros, tratan a represores y torturadores como víctimas del terrorismo, y otras series de barbaridades que demuestran que nuestra joven democracia todavía deberá enfrentar muchas amenazas. Algunos de los comentarios y mensajes que envían estas personas son indignos de personas que afirman vivir en el amor de Dios. Copio algunos: "Vos y tus hijos se van a quemar en el Infierno." "¿Por qué no habrá abortado tu mamá?" "Ojalá que vuelva la triple A." Entonces, ¿de qué defensa de la vida y amor me hablan? Lo que dejan en claro es que sus presiones son puramente ideológicas, de que con gusto eliminarían a todo aquel que no concuerde con sus dogmas. De que en nombre de Dios, la patria y los niños apoyarían alegremente un nuevo golpe de estado. Es por esto que quiero dejarlo bien en claro: este tipo de intimidaciones no va a lograr que me calle la boca. Por el contrario, siento que estoy parada en el lugar correcto, y que quienes me atacan son los mismos defensores de las atrocidades que por nada del mundo deberían volver a suceder en nuestro país.
Esto es lo que pienso, esto es lo que siento, esto es lo que soy. Estemos o no de acuerdo en nuestros pensamientos, la posibilidad debatir respetando al otro sigue siendo el único camino. Por eso, a todas las personas que amamos la libertad les pido: no aflojemos, no nos callemos la boca, no dejemos que nos acallen las sombras del pasado más oscuro.La única lucha que se pierde es la que se abandona.
Pensé mucho acerca de esta crónica, y preferí hoy utilizar este espacio para reflexionar sobre algunas cosas preocupantes que comenzaron a suceder desde que elegí hacerme cargo de lo que pienso y exponerlo.
Durante muchos años, mi vida artística se desarrolló delante de los ojos del espectador. Empecé de muy chica y, como suele suceder en esos casos, todo queda a la vista. El crecimiento se hace evidente, las transformaciones y las elecciones quedan expuestas, tanto los aciertos como los errores. Muchos años, muchas maneras, muchos trabajos, y siempre la convicción absoluta de seguir mi camino, de que todo lo que me ha sucedido hasta hoy es consecuencia de mis decisiones. Incluso cuando las cosas no funcionaron como esperaba, entendí que la vida me estaba ofreciendo la oportunidad de pasar por los duros o hermosos aprendizajes que me llevaron hasta donde estoy hoy.
Hubo muchos puntos de inflexión en este tránsito. Varias crisis que me llevaron a replantearme tantas cosas. Muchos momentos de sentir y pensar a fondo en las necesidades artísticas y las personales. Les aseguro que no es fácil sobrellevar la exposición. Sin embargo, todos estos años de trabajo y un profundo amor por lo que hago me dejan la enorme satisfacción de haber sido fiel a mis deseos más profundos, y de haber ido por ellos. Pero aun así, algo me empezaba a hacer ruido en todo esto.
En la madurez, y habiendo logrado muchas de las metas que me había propuesto, un perfecto quiebre se había producido en mi vida, y le había dado paso a dos Florencias: la "comediante", como suelen llamarme en los medios, y yo. Una fisura que se hacía evidente cuando me encontraba frente a los temas que exponía públicamente, y me quedaba, divertida, en un lugar más neutral, menos jugado.
Supongo que después de años de terapia y de replanteos, pude entender que perseguir el afecto unánime y no desencantar a nadie, lejos de conectarme con la felicidad, me provocaba un enorme malestar, por no poder unir a esta que hoy escribe con aquella imagen de niña graciosa que encaraba la vida trivialmente.
Ahora, sin miedo al que dirán, sin tratar de agradar o de hacer demagogia. Simplemente llevando adelante la preciosa y contundente convicción de ser honesta conmigo y con los demás. Y en este camino sí se pierden cosas, no lo voy a negar, pero se gana tanto más.
Hoy puedo experimentar nuevas maneras de relacionarme. Abandonar mi " perfecta y comoda" vida para dejar de mirarme el ombligo és un desafío. Mirar al otro, ser capaz de conectar con las necesidades o el dolor de los demás, poder apoyar causas aunque no me toquen de cerca, todo eso junto y mezclado, me devolvió la verdadera alegría. La alegría que siento cuando me levanto a la mañana y pienso en mis hijos, y en el futuro. Es por ellos y por Mariano, mi hermoso compañero de ruta, que me siento fuerte para bancar lo que haya que bancar. Porque cuando veo a mis hijos, pienso que nada mejor podría pasarles que poder sostener sus ideas, defenderlas, y llevarlas a cabo, cueste lo que cueste y pase lo que pase. Muchos hombres y mujeres, en este y otros países, dieron la vida por sus ideales, por no quedarse cómodos, por no estarse callados frente a las injusticias, ni resignarse a que las necesidades de su comunidad permanezcan siempre insatisfechas.
Afortunadamente, la democracia nos protege de muchas formas de opresión, nos ofrece diversos caminos para pelear por nuestros derechos. La libertad de expresar nuestras opiniones, de manifestarnos por lo que consideramos justo, de reclamar por las injusticias que se siguen cometiendo. Desde que comencé este camino, me comprometí con muchas causas. Y recibí grandes facturas. La ley de medios fue una de ellas: fui una de las tantas personas a las que les cerraron puertas por reclamar la democratización de los medios en que trabajamos. Otro tanto sucedió con mi apoyo a la política de Derechos Humanos que lleva adelante este gobierno: parece que para muchos, exigir que genocidas y torturadores vayan a prisión es incompatible con actuar en comedias o series. También generó rechazo mi adhesión a la 125, y no estar de acuerdo con la Mesa de Enlace: como si además del congreso, el ejecutivo y los "representantes del campo" nadie más tuviera derecho a pedir una mayor distribución de la riqueza. Increíblemente, recibí críticas hasta por repudiar la pena de muerte... En fin, por todas estas causas recibí apoyos sinceros, y sentidas críticas, muchas de ellas muy irrespetuosas, así como también el constante ataque de los medios de derecha y la invisibilización de mis ideas o la tergiversación de las mismas. Aunque sabía bien a qué me enfrentaba y me la banqué. Pero en estos días algo cambió.
Un ataque, con tufo a operación mediática, me dejó tristemente asombrada. Mi apoyo al casamiento igualitario y mi planteo de debatir el proyecto de ley de aborto, subieron el tono de las ya conocidas críticas, para convertirse en amenazas. Contra mi vida y las de mis hijos. Me apenó mucho y me dio rabia tal bajeza. Pero entonces comencé a pensar que no es sólo un cobarde ataque contra mí, sino que estas acciones son para impedir que las ideas e inquietudes que muchos compartimos, dejen de tener un lugar de visibilidad, por miedo al contagio. Por miedo a que más y más personas se vean reflejadas, o comiencen a cuestionar sus propias opiniones, a considerar otros puntos de vista. Se iniciaron varias campañas en Internet para atacarme.
Los activistas de varios de estos grupos se identifican con el color naranja y dicen defender la familia Argentina, la vida y la patria. Seguramente, entre ellos habrá muchas personas de buena fe que no saben bien lo que están apoyando al adherir a estas campañas. Porque si uno sigue los enlaces que hay en las webs y blogs de sus miembros, llega fácilmente a sitios donde se revindica la dictadura, se afirma que los 30.000 desaparecidos eran guerrilleros, tratan a represores y torturadores como víctimas del terrorismo, y otras series de barbaridades que demuestran que nuestra joven democracia todavía deberá enfrentar muchas amenazas. Algunos de los comentarios y mensajes que envían estas personas son indignos de personas que afirman vivir en el amor de Dios. Copio algunos: "Vos y tus hijos se van a quemar en el Infierno." "¿Por qué no habrá abortado tu mamá?" "Ojalá que vuelva la triple A." Entonces, ¿de qué defensa de la vida y amor me hablan? Lo que dejan en claro es que sus presiones son puramente ideológicas, de que con gusto eliminarían a todo aquel que no concuerde con sus dogmas. De que en nombre de Dios, la patria y los niños apoyarían alegremente un nuevo golpe de estado. Es por esto que quiero dejarlo bien en claro: este tipo de intimidaciones no va a lograr que me calle la boca. Por el contrario, siento que estoy parada en el lugar correcto, y que quienes me atacan son los mismos defensores de las atrocidades que por nada del mundo deberían volver a suceder en nuestro país.
Esto es lo que pienso, esto es lo que siento, esto es lo que soy. Estemos o no de acuerdo en nuestros pensamientos, la posibilidad debatir respetando al otro sigue siendo el único camino. Por eso, a todas las personas que amamos la libertad les pido: no aflojemos, no nos callemos la boca, no dejemos que nos acallen las sombras del pasado más oscuro.La única lucha que se pierde es la que se abandona.