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¡Feliz cumpleaños Flora Alkorta!

Te dedico estas líneas para explicarte por qué no llegué a tu festejo, convocado a las 00.30 del sábado.

Por Cristina Wargon

@CWargon

La invitación me sorprendió en Córdoba, donde estaba convulsamente feliz. Demasiado tiempo sin ver a la tribu y apenas unas horas de visita. Me embarqué para Buenos Aires a la hora señalada con la esperanza de llegar a medianoche, y mi taxista de confianza ya citado en el aeropuerto. Eso me daba una hora de sueño en el aire para poder arrancar para tu fiesta. Pero ya se sabe: si quieres ver reír a Dios, cuéntale tus planes. Así que el viaje fue un infierno y el taxista falló. Sin que se entere mi analista, te confieso que no le temo a los viajes embravecidos, la única idea que me surge cuando el avión está por caer es un inmenso alivio por todas las cosas que no voy a tener que hacer al día siguiente. Fugazmente pienso que habrá otros que se tendrán que hacer cargo pero, más fugazmente aun pienso, "que se jodan, después de todo la muerta soy yo". La proximidad del más allá me vuelve una persona horrible.

Como el avión saltaba salvajemente, no pude dormir y me puse a pensar. Lejos de mí un acto de constricción, estoy segura que cuando ocurra me iré al cielo en cuerpo y alma. Seré una blanca ballena surcando el cielo y desconcertando ornitólogo. En verdad pensaba que estoy casada y mi marido pertenece a la época en que se recibía a la diez de la noche con manteles blancos (la verdad que yo también pero soy re moderna, ¿viste?) Además, me gustan esas ordalías que armás en tus cumpleaños que siempre parecen van a terminar en una orgía romana. Jamás me entero del desenlace, porque me voy muy temprano. Siempre con ganas de quedarme.

Estando en Buenos Aires, alcanzo a convencer a mi enano de que: "voy y vengo, es una amiga joven, cualquier cosa me llamás", etcétera. Pero esta vez volvía de dos días de Córdoba y mi salida era más difícil de justificar. Había decidido entonces partir directamente del aeropuerto a tu cumple, alegando después que el avión llegó retrasado y si la cosa se ponía mal juraría que se había caído en el mar y yo había salvado la vida nadando entre cocodrilos. Cuando empiezo a mentir es difícil pararme. El detalle de que desde Córdoba hasta acá hay apenas arroyitos secos, me parecía menor. Si era capaz de reparar en eso era señal de que no me ama, con lo cual no se merecía ni el esfuerzo de tan bella mentira. Pero esa maldita hora de la tormenta me puso a pensar... y aunque no lo puedas creer, ni yo tampoco, me agarró la culpa.

Teóricamente sé que un poco de mentira es indispensable para estar casada y hasta para vivir, creo. No tengo ningún aprecio por la verdad como virtud. Pero durante esa fatídica hora fui anotando los motivos para sentirme mal: si llegaba con aliento a "mojito" sería difícil convencerlo que unos tragos son la última moda en un vuelo de cabotaje. ¿Y si después alguien subía fotos al Face, cómo explicarle que no era un acto de desamor a él sino que vos cumplís una sola vez por año y nosotros estamos juntos todos lo días?

En síntesis, me tomé un taxi desconocido y avieso, y con la frente marchita me dirigí a casa. ¿Me perdonás? Yo no me lo perdono demasiado porque te debo una sonrisa cada día, porque me hubiese gustado celebrar con vos tu alegre desparpajo, brindar por el modo tan libre que estás plantada sobre el mundo y... ¡regalarte el vodka por supuesto! Que mi abrazo te llegue.