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Febrero de 2012

*Por Marcelo Zlotogwiazda. La idea es que se aplicará una política para bajar la inflación y evitar que el tipo de cambio real se siga atrasando tanto como ahora.

Año 2012. A primera hora de la tarde del viernes 17 de febrero los movileros de radio y televisión que hace buen rato están de guardia frente al Palacio Pizzurno encienden rápido cámaras y micrófonos cuando Roberto Baradel aparece por la puerta del Ministerio de Educación. El secretario general de Suteba, principal gremio de los docentes bonaerenses, sale hablando por celular y va al encuentro del remolino de periodistas. Todos a la espera del resultado de una paritaria nacional que estuvo precedida por declaraciones cruzadas de funcionarios y sindicalistas que presagiaban un muy difícil acuerdo.

–Estamos en un breve cuarto intermedio, pero les anticipo que la discusión está trabada porque lo que nos ofrecen es inaceptable –declaró el barbado Baradel.

Los cronistas acribillaron con preguntas, pero él se limitó a agregar: "Pretenden que el piso salarial suba sólo un 15 por ciento. Si seguimos así las clases no comienzan".

El relato anterior está inspirado en lo que respondió uno de los consultores de mayor prestigio en la City y fuera de ella (es alguien que no se lleva mal con el Gobierno pero bajó el perfil), cuando pregunté cómo imaginaba la economía del año que viene en caso de que la Presidenta continúe en el cargo. La escena está representando la firmeza con la que, según él, el Gobierno va a encarar esa primera negociación salarial con el objetivo de fijar un parámetro mucho más bajo que el de este año.

Con la excepción de Santa Cruz, que todavía sigue en conflicto, y de Entre Ríos y Chaco durante un breve lapso, este año las clases comenzaron el día establecido en todo el país, claro que luego de haber pactado en cada provincia incrementos salariales muy por encima del 20 por ciento para el año. La paritaria nacional había elevado el piso un 27 por ciento en forma escalonada.

La idea que subyace en el relato del consultor es que una vez ganada la elección presidencial Cristina Fernández se va a ver obligada a aplicar una política para bajar la inflación y evitar que el tipo de cambio real se siga atrasando tanto como ahora. Y considera que un elemento clave de esa estrategia deberá ser la contención de los ajustes salariales. Es más, su relato de la paritaria docente tiene un final muy conflictivo y un inicio de clases sumamente alterado, porque se basa en que el Gobierno no tiene otro camino que torcerles el brazo a los gremios para que acepten un aumento que esté algo por debajo del 20 por ciento. Él apunta al 18.

Exhibiendo ese primer logro como un trofeo ejemplificador, el economista asegura que si además se desacelera el aumento del gasto público ("digo des-a-ce-le-ra, no digo ba-ja", remarca) y de la expansión monetaria a niveles apropiados, es bien factible retraer varios puntos la inflación, lo que calmaría las expectativas y sería un primer paso de un programa gradual de desinflación.

Cumplido ese requisito, una devaluación anual del 10-12 por ciento alcanzaría, dice, para mantener la competitividad de la economía y un considerable excedente en la balanza comercial.

El escenario imaginado por el consultor es verosímil. Encaja dentro de lo que se puede esperar de un gobierno pragmático.

Y no difiere de lo que, por ejemplo, presagia Daniel Volberg, el analista del banco de inversión Morgan Stanley que suele anticipar con bastante acierto sobre la Argentina. En el informe de la semana pasada sostiene que "el desafío número uno del próximo gobierno es la alta inflación... que está erosionando el pilar central del modelo: el tipo de cambio real alto que protege la producción doméstica de la competencia externa al encarecer relativamente las importaciones".

Según él: "No es demasiado tarde para controlar la inflación y colocar a la economía argentina en una trayectoria de crecimiento sostenible. Reconocemos que los hacedores de política económica no tienen posibilidad de hacer ajustes antes de la elección. No obstante, la próxima administración puede controlar la inflación. Eso va a requerir ajustar las políticas monetarias y fiscal, moverse hacia un régimen de objetivos de inflación declinantes (para anclar expectativas y contrarrestar la presión inflacionaria del alza de costos laborales) y recrear las condiciones para impulsar la inversión". Para Volberg la inflación local es por sobre todo consecuencia de insuficiente inversión.

Suponiendo que el consultor y el analista estén en lo cierto, esa estrategia desinflacionaria va a toparse con dificultades y escollos. Retomando el relato del inicio, ¿tendrá el Gobierno la habilidad, la paciencia y la fortaleza política para lograr que ese primer conflicto docente concluya con saldo a favor? O, más difícil aún: ¿aceptará el conjunto del movimiento obrero colaborar en ese sentido acordando en paritarias aumentos sensiblemente inferiores a los de este año? No sería extraño que vuelva a plantearse la necesidad de que el pacto social corporativo, que hasta ahora no pasó de las palabras, finalmente se concrete. En cuanto a la predisposición de la CGT a sumar esfuerzo para frenar los precios, un dato a tener en cuenta es que los asalariados formales representados por esos sindicatos han salido más que airosos de los cuatro últimos años de alta inflación.

Otra pregunta relevante vinculada con el abordaje imaginado refiere a la relación entre los subsidios y la desaceleración del aumento del gasto público que se propicia, considerando que la compensación para mantener congeladas las tarifas de electricidad, gas y transporte ha venido creciendo como una bola de nieve. ¿Tendrá esta vez el Gobierno la ductilidad política y la destreza técnica para corregir la situación, castigando sólo a los bolsillos que corresponden en su medida y armoniosamente, y sin que los aumentos tarifarios conspiren contra el objetivo desinflacionario?

El combo 18 por ciento de inflación y 12 de devaluación para 2012 luce como un objetivo alcanzable y efectivo para el contexto internacional actual. La duda es si el año que viene la economía mundial va a seguir siendo tan favorable para la Argentina como lo es hoy, o si las crisis en Europa y Estados Unidos resienten mucho la demanda global o Brasil depara alguna desagradable sorpresa.