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Falta de liderazgo, clave en la crisis de EE UU

*Por Roberto Samuelson. Washinton, quizás nosotros, los norteamericanos, podamos aprender de Latvia. Para los que no son duchos en geografía, Latvia es un pequeño país (población: 2,2 millones de personas) cuyas fronteras son el Mar Báltico y otros dos diminutos vecinos, Estonia y Lituania.

Más importante para nuestros propósitos, Latvia acaba de salir de una horrible crisis económica mucho peor que la que sufrieron los norteamericanos. El desempleo alcanzó el 20,5 por ciento a comienzos de 2010; el producto bruto interno de Latvia -su producción- bajó un 25 por ciento desde su pico máximo. (En contraste, la caída de Estados Unidos fue de un 4,1 por ciento).

Lo que distingue la experiencia de Latvia de la nuestra es que, una vez que la gente reconoció la gravedad de la crisis, se unió a fin de apoyar las severas políticas necesarias para detener la libre caída y restaurar la estabilidad. La economía está volviendo a crecer, y aunque el desempleo sigue siendo horrible (16,6 por ciento), está decayendo gradualmente. Hay una esperanza renovada. El gobierno en el poder durante las duras medidas que trajeron la recuperación fue reelecto en octubre, con una mayoría aún más amplia.

El contraste con Estados Unidos es notable. Aquí, no hay acuerdo sobre qué hacer y no hay un sentido generalizado de objetivos nacionales. Todos los días nuestros líderes políticos se pelean y maniobran para obtener pequeñas ventajas partidarias, su estatura -ya sean republicanos o demócratas- se reduce constantemente. El rencor generado por el debate del techo de la deuda es el último ejemplo.

JUEGO DE LAS DIFERENCIAS

¿Qué explica este contraste?

Sin duda, los líderes de Estados Unidos tienen desacuerdos legítimos sobre las políticas a seguir. ¿En qué medida debería reducirse el déficit presupuestario? ¿Cuándo? ¿Mediante incrementos fiscales o reducciones en los gastos? Pero Latvia también tuvo desacuerdos. El mayor de ellos se refirió a la moneda, el lat. ¿Debía devaluarse para limitar el desempleo a corto plazo o defenderse para disipar la crisis financiera? El gobierno rechazó la devaluación, y aunque esa medida aumentó, temporariamente, el desempleo, ahora parece haber sido la decisión correcta.

Pero el mayor motivo del contraste, pienso yo, yace en otra parte. Hasta 1991, Latvia formaba parte, involuntariamente, de la Unión Soviética; sus ciudadanos carecían de libertad. Cuando la severidad de la crisis fue evidente, lo que estaba en juego trascendió la economía. "El sentido público de la crisis (se volvió) profundo y abarcador. La cuestión esencial fue la supervivencia nacional de Latvia", escriben Valdis Dombrovskis, primer ministro de Latvia desde marzo de 2009, y el economista Anders Aslund, del Peterson Institute, en un nuevo libro titulado "Cómo superó Latvia la crisis financiera".

Eso creó un sentido de seriedad y de amenaza, que impulsó a la acción política. A los letones les inquietaba la posibilidad de perder su libertad y su identidad nacional junto con sus puestos de trabajo. Tal como lo exponen claramente Dombrovskis y Aslund, la política letona antes de la crisis estaba lejos de ser inmaculada. Los escándalos, la miopía y la mezquindad eran comunes. Pero la crisis modificó el clima, permitiendo políticas que, de lo contrario, hubieran sido imposibles. (El gobierno de Dombrovskis también suavizó las consecuencias sociales, extendiendo el seguro de desempleo y creando un programa de puestos de trabajo temporarios).

CULPAS DE LOS OTROS

Precisamente ese sentido de seriedad y de amenaza es el que falta en Estados Unidos. Nuestros políticos, aunque habitualmente realizan declaraciones sombrías, no actúan como si estuvieran genuinamente preocupados o asustados, como lo hicieron (por ejemplo) a fines de 2008 y comienzos de 2009, cuando la economía caía en picada. Están en su modalidad habitual de "echar culpas", indicando que sólo un empeoramiento -otra calamidad económica- haría que se comportaran de diferente manera.

El resultado es que parecemos incapaces de realizar cambios mucho más pequeños que los logrados por los letones. Su problema básico fue el de un auge y una caída. Una inundación de dinero extranjero después de 2004 causó el auge, incluyendo una burbuja de la vivienda, y cuando el flujo del exterior se detuvo repentinamente en 2008, la economía se derrumbó. El gobierno se había expandido mucho más allá de lo que podía mantener. Mediante incrementos fiscales, despidos, recortes salariales y otras reducciones de gastos, Latvia recortó su presupuesto en un 16 por ciento de su PBI. Alrededor del 29 por ciento de los empleados del gobierno fue despedido; los salarios del resto se redujeron en un 26 por ciento.

En cambio, lo que los norteamericanos necesitan lograr es mucho más pequeño, aunque en términos históricos sea grande. En 2011, el déficit presupuestario federal se calcula en un 9 por ciento del PBI. Pero una parte del déficit refleja la economía débil y otra parte refleja las medidas de "estímulo" que, supuestamente, acabarán. Suponiendo que la economía se recupere, la brecha subyacente entre gastos e impuestos será, probablemente entre un 3% y 6% del PBI, dependiendo de cómo se haga el cálculo.

No podemos llegar a un acuerdo sobre la manera de cerrar esa brecha, incluso si los cambios se realizaran en fases, en el curso de, digamos, una década.

Latvia utilizó la crisis económica -quizás no tenía opción- para realizar cambios que, aunque inicialmente fueron dolorosos, en última instancia fortalecerán su posición. Nosotros no hemos hecho eso. Ha habido (debe ser obvio) un fracaso de liderazgo político. Una vez que la crisis inmediata pasó, nuestros líderes volvieron a sus actitudes partidarias. Las acciones decisivas en Latvia ayudaron a restaurar la confianza. El gobierno pudo gobernar. En Estados Unidos, el gobierno ha ido a la deriva. Sus incoherencias e indecisiones han corroído la confianza y han comprometido la recuperación.