¿Existe un eclipse de Dios o de los dogmas?
*Por Darío Sztajnszajber. Hay algo en la metáfora del eclipse de Dios que hace ruido. Como si se tratase de otro tiempo, como si se hablase en otro idioma. Una metáfora que busca un alerta para un peligro de otra naturaleza.
Hablar de un eclipse de Dios supone aceptar que Dios siga siendo el mismo, que las religiones sigan siendo idénticas, que la espiritualidad no haya cambiado. ¿Pero es así? Sobre todo supone comprender el desarrollo de la cultura moderna con todas sus problemáticas, aciertos y perplejidades, solamente a partir de la retirada y ausencia de Dios, o en todo caso de la falta de representatividad de sus instituciones terrenales.
La secularización de la vida moderna se habría ido conformando de la totalidad de manifestaciones emergentes por oposición al discurso religioso, y por eso parecería que ausente Dios, para Benedicto XVI, todo es lo mismo: el pragmatismo, el totalitarismo, el utilitarismo, el cientificismo o el consumismo. Una metáfora funciona o no funciona en la medida en que nos abre la percepción y nos permite pensarnos mejor a nosotros mismos.
¿Nos resulta interesante, productiva, pedagógica, iluminadora la metáfora del eclipse de Dios para pensar mejor la condición del hombre contemporáneo? Para Benedicto XVI, los males de principios de siglo parecen explicarse unilateralmente por el "verdadero rechazo al cristianismo" de nuestra juventud y por la "amnesia" de la gente que olvida a Dios y a sus normas. Y sin embargo los mismos argumentos pueden leerse a la inversa: ¿es este eclipse de Dios provocado por el hombre o provocado por el mismo Dios? O dicho de otra manera, ¿cuánto hicieron las religiones institucionales para que la gente dejara de creer? Tal vez desde una línea más nietzscheana, podríamos decir que con el eclipse de Dios, en realidad el hombre volvió a creer.
Se ha eclipsado más bien la aceptación obsecuente de ciertas dogmáticas comunes a la mayoría de las instituciones religiosas , mientras que hoy se buscan formatos de religiosidad más libres, más sensibles, más abiertos, más inciertos. Instituciones religiosas que se asientan en metáforas excluyentes, amparadas en una metafísica natural que insiste en relacionar lo religioso con lo verdadero.
La verdad no es una cuestión religiosa, sino que justamente lo religioso se inicia más allá de la verdad , una vez que la ciencia acepta sus propias limitaciones. No lo sabemos ni lo sabremos todo y sin embargo nos seguimos preguntando. ¿Aceptar que el hombre es en definitiva alguien que hace del sentido de su existencia una búsqueda, es propio del creyente o del ateo? Tal vez la metáfora hace ruido porque hoy ya no está tan clara la línea que divide taxativamente al creyente tradicional del ateo clásico.
Lo opuesto a las religiones institucionales no es el pragmatismo y el consumismo desenfrenado.
No es cierto que el eclipse de Dios genera una suerte de vacío existencial que conduce necesariamente al shopping o a la manipulación genética . El problema siempre ha sido el mismo: la violencia de los dogmas.
Tal vez no se trate de amnesia sino de recordar una vez más lo que las normas rígidas y el literalismo metafísico muchas veces olvidan: lo humano es antes que nada una pregunta abierta.