Exclusivo DiarioVeloz - Inteligencia criminal: así se investigan los delitos complejos
El crimen de Ángeles Rawson desató las teorías conspirativas de gran parte de la sociedad. Pero, ¿cómo trabajan los verdaderos sabuesos de la investigación?
Por Jorge D. Boimvaser
@boimvaser
Cuando dijimos, desde este mismo espacio, que al portero Jorge Mangieri difícilmente lo hubieran sometido a apremios ilegales, lo hacíamos con conocimiento de causa. Una investigación delicada, como el homicidio de la piba Ángeles, no se resuelve a los golpes (aunque la violencia no está siempre desterrada del accionar policial), no se utiliza el músculo que golpea sino el cerebro que piensa. Los expertos en homicidio saben que frente a la brutalidad contra un sospechoso, la respuesta puede ser mentirosa al extremo.
Tan sólo para evitar que lo sigan golpeando una persona puede declarar cualquier cosa, y tarde o temprano la causa se pudre y el verdadero asesino sale impune.
El juez de la causa decide una batería de procedimientos y todos nos preguntamos adónde apunta, no le vemos la lógica. Pero nuestra lógica no es la misma que la de un juez, un investigador ni la de un asesino.
A veces los sabuesos actúan como el "Burrito" Ortega, amagan para un lado para desorientar, y después encaran para el otro. Lo que buscan es dejar "pagando" al asesino o sus cómplices, o esperar que pisen el palito y caigan en la trampa o entren en pánico y cometan el error que los delate.
Un ejemplo de ese accionar lo podemos contar ahora pues la causa está ya cerrada, y vale para ejemplificar eso del "amague" futbolístico.
En octubre de 1988, fue secuestrado en San Miguel, provincia de Buenos Aires, el entonces presidente de la empresa Alpargatas. Rodolfo Clutterbuck fue subido a la fuerza a un auto un domingo a la mañana y, como si lo hubiera tragado la tierra, jamás se supo de él.
No era un secuestro extorsivo más de las bandas que aún operaban en aquellos nefastos días (la de Puccio, de Guglielminetti, la banda de los comisarios y otras), una venganza comercial había sido el verdadero motivo del secuestro y desaparición del poderoso empresario.
Pistas hubo muchas, datos en concreto, ninguno.
Catorce años después, en octubre del 2002, hubo grandes despliegues en el sur de la provincia de Buenos Aires con excavadoras y otras maquinarias pesadas, y también en el cementerio de Villa Paranacito, en el delta de Entre Ríos, en donde se abrieron tres tumbas.
Los investigadores dijeron buscar los restos del infortunado empresario en esos sitios, pero no hallaron nada. ¿La realidad? Ellos sabían que Clutterbuck no estaba enterrado allí (siempre se dijo que estaba en una quinta de la zona oeste, y sobre sus restos se construyó una parrilla), pero el motivo de esa búsqueda fue otro.
Pocos días antes de esas mega búsquedas, había salido en libertad un peligroso delincuente a quien se consideraba partícipe del grupo delictivo que secuestró, asesinó e hizo desaparecer el cuerpo del presidente de esa empresa.
Fue una presunción, pero pruebas para imputarlo, ninguna.
Ahí fue cuando la justicia hizo la "gran Orteguita". Amagó para un lado y salió para el inverso.
La trama que se montó fue interceptarle legalmente el teléfono celular al ex presidiario, y monitorear sus comentarios cuando se hiciera la búsqueda con todos los medios periodísticos presentes del cadáver de Clutterbuck.
La noticia salía por radios y noticieros. Imposible que el sospechoso no se enterara las zonas geográficas donde se estaba rastrillando.
Y el tipo piso el palito. Hizo una llamada a otro delincuente y dijo algo así: "Mirá a esos boludos donde están buscando al alemán" (así le decían a la víctima). Una carcajada sarcástica y eso fue la evidencia para los investigadores que ese personaje estaba vinculado con el secuestro y desaparición.
Lo detuvieron, pero la causa se cayó en la apelación de la defensa y el tribunal de segunda instancia le concedió la libertad por no consentir el método de investigación que llevó al sospechoso a ser imputado por ese delito.
Aunque no se hizo justicia, al menos los investigadores habían dado en la tecla justa al identificar al menos a dos de sus autores.
Así –con inteligencia y no a los golpes- se resuelve un crimen complejo.
¿Cuánto de esas técnicas se están utilizando para resolver la trama completa del asesinato de Ángeles Rawson? No lo sabemos, y si lo supiéramos tampoco andaríamos contándolas para no entorpecer la pesquisa.
Este ejemplo del caso Clutterbuck al menos sirve para que el lector entienda cómo se trabaja con cerebro y no con golpes una investigación difícil en la que nadie vio, nadie oyó, nadie fue testigo de nada. Al menos, hasta hoy.