Evo o la versión de una historia extraordinaria
* Por Alejandro Mareco. La UNC le confirió el título de doctor Honoris Causa, en un conmovedor acto en el que Evo Morales relató el acoso de la pobreza. Nunca un presidente latinoamericano surgió tan de abajo. Alejandro Mareco.
Fue un día de enero de 2006, en las alturas de Tiwanacu. Cerca del Sol, a casi cuatro mil metros de altura, Evo Morales asumía la responsabilidad de gobernar frente a los pueblos indígenas de su país. La ceremonia quizá quedó definitivamente prendida al ánimo del viejo viento de los Andes, cuyas solemnes montañas, acaso por un instante, hayan sido conmovidas por la profundidad del alma de los hombres y los extraños caminos de la historia.
El sol le derretía a uno la cara, pero el aire frío de la altura le estremecía el cuerpo. En la conmoción ante la solemnidad de los milenios, no sólo grabada en la dureza de las piedras sino en los rostros de hombres y mujeres curtidos por la naturaleza y la cultura, se tenía la certeza de estar asistiendo a uno de los grandes momentos del derrotero americano y aun antes de que este continente fuera América: un hijo de la tierra, de la existencia profunda de la vida entre la adversidad del paisaje, se erigía otra vez, después de 500 años, en conductor de su gente.
"Hoy día empieza el nuevo año para los pueblos originarios del mundo. Buscamos igualdad, justicia, una nueva era, un nuevo milenio para todos los pueblos del mundo", reclamó Evo desde la llamada Puerta del Sol.
Era el momento, el maravilloso final de un cuento casi de fantasía en el que quien fuera un niño pastor de llamas, luego líder cocalero, llegaba a la presidencia de su país. Pero no sólo ésa era la hazaña, sino que con él llegaba un pueblo postergado por siglos. Evo Morales era presidente de todos los bolivianos: la cara, el nombre de una nueva era en el país más profundamente pobre, humillado, saqueado e ignorado de toda una América morena pobre, humillada, saqueada e ignorada durante centurias.
Unos 1.200 periodistas de todo el mundo habían ido a capturar ese momento tan especial (pronto, cuando las medidas reivindicatorias les ponían límites a los saqueos de la riqueza mineral, Evo sería rápidamente maltratado, en especial por diarios españoles, vaya coincidencia). Pero lo extraordinario que sucedía nada tenía que ver con los ojos ajenos, sino con los ojos propios, que se animaban por fin a verse a sí mismos, a elegir a "uno de los nuestros" para andar un nuevo rumbo.
¿Qué significa ser "uno de los nuestros"? Nada menos que saber lo que se siente en el abismo de la postergación. Evo Morales, por ejemplo, es uno de los tres hijos, de los siete que tuvieron Dionisio y María, que sobrevivieron; los otros cuatro murieron de niños, uno de ellos por falta de atención médica.
El jueves pasado, la Universidad Nacional de Córdoba le confirió el título de doctor Honoris Causa, en un conmovedor acto en el que Evo relató el acoso de la pobreza que sufrió en la infancia. Nunca un presidente latinoamericano surgió tan de abajo. La distinción también honra a la UNC y revela salud en su percepción de las cosas.
Quizá ésta sea la segunda patria de los bolivianos (el gesto del Club Belgrano de nombrarlo socio honorario fue todo un acto contra el racismo y la xenofobia). Alguna vez estuvimos juntos frente a la historia y hoy volvemos a estarlo porque miramos juntos al porvenir.
De todas las cosas buenas y singulares que ha vivido Latinoamérica en el comienzo de este nuevo siglo, la aparición de Evo Morales en la historia es quizá la más extraordinaria.