Evitar el sensacionalismo
La cobertura periodística de los casos García Belsunce y Solange ha incurrido en parcialidades inexcusables
La crónica policial periodística suele privilegiar ciertos casos que, ya sea por aspectos peculiares del lugar del hecho, la víctima, los sospechosos o las circunstancias, parecen revestir matices misteriosos, polémicos y espectaculares.
Hace ya varias semanas que dos de estos casos ocupan buena parte de las coberturas policiales de los medios, pues en ambos se están desarrollando sendos juicios orales. Nos referimos al del asesinato de María Marta García Belsunce, en el que actualmente se juzga a varios imputados de encubrir el crimen, y al de Solange Grabenheimer, en el que se encuentra acusada su amiga Lucila Frend.
Por desgracia, en los dos casos tanto las coberturas televisivas como de la prensa escrita, muestran con frecuencia verdaderas tomas de posición en favor o en contra de los imputados, incurriendo en la consiguiente pérdida de objetividad y desnaturalizando lo que debe ser la función del periodismo de información.
Al presentarse como simples crónicas informativas -que por definición han de tender a la mayor objetividad posible- estas coberturas sesgadas ocasionan severos e irreparables daños a quienes hoy están imputados y mañana pueden ser sobreseídos, como ha ocurrido en más de una oportunidad. El daño se produce cuando se presenta como información equilibrada y completa lo que en realidad es una abierta toma de posición en la que se suelen destacar los argumentos o testimonios que perjudican a alguien, al tiempo que se excluyen o minimizan los que lo favorecen.
El periodismo no puede hacer justicia, no puede acusar ni puede condenar. Su tarea es informar. Puede brindar, al margen de la información, análisis y puntos de vista subjetivos en una nota de opinión, pero no en una crónica cuya finalidad es ofrecerle imparcialmente al lector los datos de lo que ocurre. Cuando el periodismo quiere erigirse en juez desnaturaliza su función, corrompe sus herramientas y engaña al público. En una palabra, deja de ser periodismo.
Sin embargo, y sin que se lo considere un atenuante para el mal ejercicio del periodismo, es preciso destacar que en los dos casos que nos sirven de ejemplo, igual que tantos otros, buena parte de la razón por la que la prensa -y a través suyo la opinión pública- se concentra en ellos obedece a la pésima labor de funcionarios judiciales, peritos forenses y policías en lo que se denomina el lugar del hecho, y que da pie a los posteriores enfrentamientos y polémicas.
Los horrores cometidos por esos funcionarios en los casos García Belsunce y Solange han puesto en peligro las investigaciones o quizá las han condenado al error o al fracaso porque, como reza una máxima cada vez de mayor actualidad en la Justicia, el tiempo que pasa es la verdad que huye.
Esas barbaridades, imperdonables cuando se trata de personal calificado, son las que echan a perder las causas y las sumergen en las polémicas en las que luego toma partido el periodismo mal ejercido.
Por ejemplo, es inadmisible que a esta altura, y por los aparentes errores periciales cometidos en el lugar del crimen, existan serias dudas sobre la hora de la muerte de Solange, dato decisivos para determinar si su amiga Lucila se encontraba allí o no. Se ha denunciado que uno de los métodos para precisarlo, el del humor vítreo extraído de los ojos de la víctima, habría resultado contaminado porque se realizó mal la punción, y que tampoco se habría tomado la temperatura del cadáver con un termómetro. Hipótesis alternativas, como la eventual participación en el hecho de un albañil, no habrían sido debidamente investigadas y el perito médico de la acusada denunció que el fiscal no le permitió aportar pruebas.
En el caso García Belsunce, en el que se encuentra condenado como coautor del homicidio Carlos Carrascosa, viudo de María Marta, habrían sido también mayores los errores cometidos. Basta recordar que al principio se lo consideró un accidente. Se perdieron huellas, manchas de sangre y no se realizaron todas las pruebas de ADN que tendrían que haberse realizado.
Al tomar partido en las polémicas y los enfrentamientos, el periodismo mal ejercido vapulea a familiares y a víctimas al exponer con impudicia datos personales muchas veces ajenos al tema.
El periodismo no puede olvidar que el principio de inocencia está en la base del ordenamiento legal argentino y que todos los imputados son inocentes durante el transcurso del proceso judicial y hasta que se pruebe lo contrario.
Los crímenes no son espectáculos, son dramas poblados de víctimas y el periodismo no debe convertirse en otro victimario.