Europa frente al abismo
*Por James Neilson. Tragedia griega. La cuna de la civilización occidental, en su peor momento económico.
A la larga, ¿es viable la democracia tal y como la conocemos? A primera vista, la pregunta parece absurda. Las democracias modernas son, por un margen muy amplio, las sociedades más exitosas de toda la historia del género humano. Son mucho más ricas, más poderosas, más igualitarias y más libres que cualquier otra. También son las más creativas, las que más han hecho para poner la ciencia al servicio del hombre y de tal modo mejorar radicalmente el nivel de vida material de miles de millones de individuos tanto en el Occidente como en el resto del mundo. Siguen atrayendo a habitantes de países tercermundistas que están dispuestos a correr riesgos terribles con la esperanza de compartir los beneficios que ofrecen países como los Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea.
Así y todo, a pesar de los logros fenomenales de las grandes democracias, no cabe duda de que, con la eventual excepción de las que combinan una población pequeña con recursos naturales abundantes –Noruega, Australia, Canadá–, están deslizándose hacia un abismo económico, social y, desde luego, político, del cual no les será nada fácil salir. Si por fin consiguen hacerlo, podrían parecerse poco a las sociedades opulentas y pacíficas actuales. Puede entenderse, pues, que el malestar, en algunos casos rayano en el pánico, se haya apoderado de tantos en los Estados Unidos, el Japón y, sobre todo, Europa.
Hasta mediados del 2008, confiaban en que el futuro de virtualmente todos sería mejor que el pasado, que a pesar de las dificultades conservarían sus "conquistas" sociales, pero desde el derrumbe de Lehman Brothers y la implosión de la burbuja inmobiliaria estadounidense y sus equivalentes en Europa, se sienten atrapados en una pesadilla incomprensible. En la prensa europea y norteamericana abundan los vaticinios apocalípticos, de cataclismos por venir.
Con ironía truculenta, el país que se ve más amenazado por el agudización de las contradicciones que son propias tanto del capitalismo como de la democracia contemporánea es Grecia, donde hace dos milenios y medio nació el ideal democrático para inquietud de pensadores destacados de aquel entonces como el Sócrates retratado por Platón y Jenofonte. Entendían que los esfuerzos de los dirigentes políticos, "los demagogos", por satisfacer los reclamos mayoritarios solían tener consecuencias ingratas, motivo por el que preferían arreglos más autoritarios. Por cierto, no les hubiera sorprendido que, andando el tiempo, las democracias terminaran ahogándose en un océano de deudas impagables o que llegara el momento en que gobiernos surgidos, si bien indirectamente, de la voluntad popular se verían forzados a conculcar una multitud de derechos adquiridos supuestamente intocables.
Otro aporte de los griegos antiguos, en especial de Sócrates, fue el espíritu científico que, al posibilitar muchos años después una serie de revoluciones tecnológicas por lo general beneficiosas, terminaría impulsando la marginación laboral de una cantidad cada vez mayor de personas. Aunque la productividad de las economías desarrolladas ha aumentado de manera fenomenal desde mediados del siglo pasado, el poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores y de la clase media inferior ha subido muy poco. Quienes carecen de las aptitudes o las calificaciones educativas necesarias para cumplir funciones económicamente valiosas han tenido que conformarse con las sobras dejadas por los demás.
Para tranquilizarlos, los dirigentes políticos han intentado convencerlos de que la situación en que se encuentran es pasajera, que en cuanto la economía se recupere del bajón atribuido a financistas codiciosos, a la especulación descontrolada y a la irracionalidad perversa de "los mercados" habrá empleos bien remunerados para todos. Es a lo sumo una expresión de deseos; en una economía más globalizada y, gracias a la proliferación de novedades tecnológicas, más exigente, se ampliará la brecha que ya separa a quienes están en condiciones de aprovechar las oportunidades para prosperar y los que en última instancia dependerán siempre de la ayuda ajena. Huelga decir que estos incluirán a centenares de miles de empleados públicos europeos y norteamericanos que perderán su trabajo a causa de los ajustes que están poniéndose en marcha.