Europa: de los sueños de la integración a este páramo
*Por Marcelo Cantelmi. Europa se está suicidando. Y lo hace sobre los mismos altares en los cuales ha venido sacrificando los valores que hicieron posible su integración.
Ese proceso de dilusión y desilusión comenzó antes aún de la actual crisis que ha tomado la forma de una bola de nieve cuyo tamaño y velocidad desborda y bloquea la imaginación de los líderes europeos para detenerla. El continente parece estar detenido en el instante terrible que media entre la bomba y el estallido, como si no hubiera alternativas al desastre y posiblemente no las haya, no de este modo.
El caso griego es el más estridente pero no el único de los carteles de peligro desparramados en ese desfiladero . El drama contemporáneo heleno es en todo caso un emergente feroz de un problema estructural que supera a ese país y tiene muchos rostros, pocos de ellos amables. Ya desde inicios de la década del 2000 cuando en EE.UU. se producía la mayor quiebra de la historia del capitalismo por el fraude de la empresa Enron, cuyos directivos estaban íntimamente vinculados con el gobierno neoconservador de George Bush, se alzaron especialmente en Alemania fuertes voces reclamando algún tipo de regulación.
Llamaban a evitar que se fracturara el sistema, rehén de mercados voraces cada vez más hábiles para desdibujar la línea entre delito y especulación.
No era casual que esas demandas no vinieran sólo desde las previsibles veredas progresistas o socialdemócratas, sino también desde las estructuras conservadoras. Visualizaban en Frankfurt, Milán o Londres que no era eso que sacudía al capitalismo una forma de la destrucción creativa que justificaba Schumpeter, sino que, más cerca del pronóstico de Marx, era sólo destrucción y depredación . Eran las épocas que la banca seducía a los jubilados de Francia o Alemania para que invirtieran sus ahorros en acciones de las telefónicas que nunca remuneraron lo prometido y, en una alquimia inversa, acabaron convirtiendo en plomo el oro empobreciendo a esa gente desprovista como después les ocurrió a los pensionados norteamericanos atrapados por el tsunami del 2008.
Hoy Europa está pagando la debilidad de no haber alzado esos límites . Pero por encima de ello haber perdido la brújula de una integración que tenía como mérito y propósito virtuoso, tras la caída del muro de Berlín, la construcción de una coalición realmente cosmopolita y solidaria en el sentido de una integración real.
Los idealistas alemanes (Beck, Habermas) han venido batallando con la noción central de que en el comienzo del tercer milenio se debe superar la máxima de la realpolitk nacional, "según la cual los intereses nacionales tienen que perseguirse nacionalmente". La debería sustituir "una visión cosmopolita que, cuanto más amplia y más ancha, más exitosa sería".
Ver sólo desde la pequeña baldosa donde se alzan los mercados lo que está sucediendo en Europa apaga las luces sobre esas cuestiones esenciales. Las dos décadas que han transcurrido desde la caída del muro de Berlín desmontaron de modo inverso aquella ecuación idealista.
No sólo se ha vuelto cada vez más nacional el escenario, con derivas ultras en muchos casos, sino que también se ha ido vaciando el concepto de solidaridad y de sacrificio de soberanía , sea cedida o compartida. inmanente en cualquier construcción postnacional.
Lo que está siendo empujado al abismo es el legado de posguerra que ha sido el sistema de equilibrios internos estructurado a partir de un sólido Estado benefactor que operaba como buffer entre las tensiones en el sistema de acumulación. Al desaparecer esa valla, se entiende que la codicia , el término que el arranque de la crisis global puso de moda en EE.UU., tuviera una instancia arrasadora en la Casa Europea. Su cita aquí no tiene empeños moralizadores, sino ayudar a mostrar lo que había y lo que hay y sí, además, por lo que el término revela de bancarrota . Se está pasando del concepto de una mejora de la sociedad mediante una "ingeniería social" al estilo del remoto socialismo británico de la Sociedad Fabiana de fines del siglo XIX, a un descampado donde se premia y, sólo a veces, la sobrevivencia .
El hipernacionalismo que va creciendo como consecuencia en Europa se refleja en el surgimiento de propuestas que rondan o se asumen plenamente como xenófobas. Estas horas, mientras en Holanda se absolvía al islamofóbico y arabofóbico activista Geert Wilders que llegó a pedir el cierre de las fronteras a los musulmanes y calificó a Mahoma de extremista, se votaba en Bruselas – si bien como último recurso para que el golpe parezca menos-, la restitución de los controles nacionales internos para el tránsito de la gente de país en país . Eso es porque la rebelión árabe lanza víctimas hacia los bordes europeos y porque, además, la crisis económica que azota al continente y cuyo costo se distribuye de arriba hacia abajo, genera masas de desposeídos que van desde las periferias a las grandes ciudades buscando una última oportunidad .
La ruina de Grecia es la vidriera más imponente de estas deformaciones. Es un caso perfecto: no tiene salida, pero el país ha sido sometido a una cura que arrasa con el crecimiento, el empleo y el lugar del Estado. Esa tremenda distorsión, que escandalizaría a los fundadores de la integración, apenas ha comenzado.
Lo que viene es la corrección del sistema.
Tan sólo la polémica sobre si el país heleno debe incumplir con su deuda, como propone el economista Paul Krugman, alcanza para sospechar el páramo que se está desbrozando. Si Grecia entra en default de este modo, sin un acuerdo que reduzca voluntariamente el peso de esa artificial inflación de créditos, las consecuencias serán pavorosas pero para la gente de a pie . La hiperinflación resultante desintegrará el empleo y los ahorros, y el país retrocederá décadas. Se coronará así una brutal transferencia de ingresos de las mayorías a una minoría que seguirá sobrevolando espléndida lo que quede en ese cementerio donde se enterrará mucho más que el porvenir griego.