Estrellas en el cielo urbano
*Por Alejandro Mareco. Ya la mitad de la humanidad vive en ciudades. La urbanidad es la pretensión de la construcción absoluta del mundo de los seres humanos, la abolición de la naturaleza.
Hay quien dice que cuando el Quijote peleó contra los molinos de viento, estaba peleando contra la modernidad que avanzaba. En esta época, parece que nadie se resiste y que la ola de otra etapa de la modernidad (post, súper, como se diga) nos lleva tan rápido como en un tobogán y necesitamos descifrar los códigos de la tecnología para no caer en el abismo de la ignorancia, que no es otra cosa que no saber entenderse con las claves del momento.
Nadie quiere quedarse atascado en el ayer, pero no por eso hay que dejar de hacer el intento de entender. Como, por ejemplo, el hecho de vivir en ciudades, allí donde parece concentrarse el sol de la modernidad, pero también los nubarrones de la condición de vivir en este tiempo.
Ya la mitad de humanidad vive en ciudades, es decir, en situación urbana. Se sabe, la urbanidad es la pretensión de la construcción absoluta del mundo de los seres humanos, la abolición de la naturaleza, puesto que es el reino de los hombres hecho para los hombres, como que es el intento de borrar los vestigios de las asechanzas naturales, tanto que la tierra que nos contiene queda sepultada bajo el asfalto y sólo sobreviven plazas y parques como los acorralados bríos verdes que alguna vez dominaron el paisaje.
No hace falta ahogarse en la aplastante turbiedad urbana de ciudades como San Pablo, México o Buenos Aires para presentir cuánto nos distanciamos de la naturaleza o, mejor dicho, cuánto dejamos de hundir nuestras manos en las pequeñas cosas que hacen a la construcción diaria de la vida.
Claro que participamos de otro modo de la construcción de otras cosas, pero mientras accedemos a más códigos de supervivencia urbana, perdemos algunos saberes elementales, carencias que nos vuelven más dependientes.
Pasa, por ejemplo, con cosas tan simples como la comida. Así, la impresionante proliferación de negocios de venta de comida rápida y sencilla indica que cada vez la gente pone menos las manos en la masa y resuelve sus necesidades más elementales a través de un recurso tecnológico como el teléfono.
Es sólo un síntoma de la manera de vivir en los nuevos tiempos.
Podríamos decir que este tipo de recursos al alcance de la resolución de cuestiones cotidianas hace posible la liberación de tiempo para otras exigencias.
Antes, por ejemplo, la división del trabajo entre el hombre y la mujer tenía un sentido práctico, más allá de otras consideraciones, puesto que la consecución del alimento cotidiano demandaba una elaboración a partir de la materia prima.
Es decir, en la cocina les tocaba a las mujeres lidiar con los elementos esenciales, lo que insumía mucho más tiempo. Y, luego, los cambios (desde la harina al paquete de fideos secos, entre tantas otras cosas que siguieron luego) plantearon una disponibilidad de tiempo que, al fin, la mujer echó al mercado del trabajo.
Y si antes la mujer era una compañera en la construcción de un destino familiar, lo sigue siendo, pero también puede construir un destino en sí misma, lo que ha sido una de las mayores y fecundas revoluciones.
Por lo demás, hoy la mayoría de la clase media sabe muy bien que sin la reunión de los esfuerzos de hombre y mujer es muy difícil sostener esa condición.
O sea, una de las estrellas que brilla en el cielo de la urbanidad es la estrella de la mujer.