"Este oficio es un juego, si tiene algo de artístico, cultural, social, viene después"
*Por Orlando Verna. José Sacristán pasó por Rosario rodando "Un muerto y ser feliz", su próximo filme.
El actor español habló de su trabajo en la película y del futuro de España y Europa. "Para jugar bien hay que tener un buen compañero de juego que son las historias, los personajes", dijo a Escenario.
La mayoría del equipo de filmación disfruta del catering servido en medio del camino al cementerio.
Es allí donde el director Javier Rebollo eligió una locación para que Santos se sumerja en una cuneta, aplaque su adicción a la heroína y siga viaje. "Huye de la muerte corriendo hacia ella", explica el actor español José Sacristán, siempre dispuesto y punzante en sus respuestas. Dentro del carromato que sirve de camarín y vestuario recibe a Escenario. Y es allí donde confiesa: "Para mí este oficio es fundamentalmente un juego. Si tiene algo de artístico, de cultural, de social, eso viene después". Y remata: "Para mí sigue siendo el juego de hacer creer a los demás que soy el que no soy y que algo les pase, para que se inquieten o para que se diviertan".
El Pepe Sacristán estuvo tres días en Rosario, Roldán y Granadero Baigorria donde participó como protagonista del rodaje de "El muerto y ser feliz", una coproducción hispano-argentina que lo llevará, en una historia contada como una road movie, hasta La Quiaca.
—¿Conocía Rosario?
—No conocía Rosario. Siempre he venido a la Argentina para hacer teatro y con ese trabajo tienes un día de descanso. Y aquí las distancias son tan largas que tienes que echar mano del avión. Cuando rodamos "Un lugar en el mundo" conocí la provincia de San Luis, por los demás siempre en Buenos Aires.
—¿Qué le pareció la ciudad?
—Estuvimos rodando 11 o 12 horas por día y vamos del hotel al restaurante, y de allí a descansar. No hemos tenido ocasión de pasear, pues, que voy a decir, que esto es una mierda, que si es así que no venga nadie (risas).
—¿Qué le aporta Pepe al personaje?
—Aunque suene como una vanidad, está escrito para mí. Los guionistas escribieron la historia pensando en mí. Así que entonces hay cosas que no es necesario que yo las aporte porque se hizo pensando en que yo interpretara el personaje.
—¿Cómo es Santos (el personaje protagónico)?
—Es un tipo que se dedica a una actividad no muy noble. Es un guardaespaldas, un asesino, un tipo raro, y ahora es un pobre diablo que, como dice el autor, huye de la muerte corriendo hacia ella.
—¿Que lo convenció del proyecto?
—Con el director (Javier Rebollo) y la guionista (Lola Mayo junto a Salvador Roselli) somos cinéfilos por enfermedad y por eso nos hemos caído muy bien de entrada. Nos gusta el cine no sólo como medio de vida, sino por afición, por amor a esto.
—¿Dónde se enteró del ofrecimiento?
—Todo fue en España, allí después nos pusimos a trabajar modificando, mejorando la historia.
—¿Qué pensó cuando le dijeron que debía viajar por Argentina?
—Me pareció formidable que la historia comenzara en Buenos Aires y terminase en La Quiaca. En el año 63 hice ese viaje pero a la inversa, desde Oruro en Bolivia hasta Buenos Aires en un tren. Fueron cinco días y seis noches.
—¿Qué lugar ocupa el personaje en este período de su vida como actor?
—Como digo siempre la bombona de butano está apagada, nadie va golpear la puerta de mi casa para que le pague lo que le debo. Entonces me puedo permitir el lujo de elegir. Para mí este oficio es fundamentalmente un juego, si tiene algo de artístico, de cultural, de social, eso viene después. Para mí sigue siendo el juego de hacer creer a los demás que soy el que no soy y que algo les pase, para que se inquieten, para que se diviertan, para lo que sea.
—¿Qué criterios usa para elegir sus trabajos?
—Para jugar bien hay que tener un buen compañero de juego que son las historias, los personajes. Ultimamente la oferta cinematográfica no era muy interesante, no me divertía. Esto ha sido un lujo, porque me gusta muchísimo la historia y el personaje, y la mirada de Javier (Rebollo) sobre esta cuestión. Esta historia no sólo se cuenta con palabras y actores, sino con atmósferas, con objetos, con colores, con texturas, con silencios, con guiños muy particulares. Es por eso que estoy muy contento de estar en este proyecto porque trabajar con gente joven me parece muy saludable.
—¿Estar en Argentina le remueve algunos recuerdos?
—Sí, por supuesto, pero es a título personal no a título profesional. Cada vez que vengo aquí vengo como a mi casa. Muchos de mis mejores amigos son argentinos y la gente por aquí, pero no la gente de la profesión, la gente de la calle me saluda (hace el ademán) ¡Hola Pepe!. Me vengo como a casa.
—¿Cómo vio al país?
—Mira, bastante tengo ya con ocuparme del mío y de toda Europa (risas). No jodamos. Lo que está ocurriendo está dejando con el culo al aire a más de uno. Y no solamente al pobre (premier español José Luis Rodríguez) Zapatero que no tiene más remedio que obedecer. En Italia, Francia, Inglaterra, esta crisis está poniendo en evidencia algo más que una cuestión económica o política o financiera. Es moral. Y no hay una izquierda ni corrientes contrarias a esta estafa siniestra del capital rabioso y rampante. No hay quien le plante cara.
—¿Qué opinión tiene de la nueva izquierda latinoamericana?
—Ehhh (hace un silencio). Me gustaría confiar más. Indudablemente no deja de ser un buen síntoma, pero honradamente hay una cuestión de forma más que de fondo, no lo sé. Por ejemplo, el señor (Hugo) Chávez (presidente de Venezuela) me cae muy gordo. Tiene una forma de interpretar que es tan previsible. Pero está el señor (evo) Morales (de Bolivia), está el señor (Rafael) Correa (de Ecuador). Pero en fin, creo que no corren buenos tiempos para la izqyuierda, Y en Europa desde luego. Un no rotundo.
—¿Cuándo termine la filmación cuáles son sus planes?
—Me quedaré un tiempo por aquí para estar con los amigos y hacer alguna cosa, si tercia algo en teatro. Y luego volveré a España, en junio, para comenzar la temporada. Aquí quiero ver a los amigos y seguir comiendo radicheta, que me encanta.
—Con asado, ¿come carne?
—Sí, me pongo ciego, y la radicheta todos los días, me encanta.
—Una pregunta de rigor, ¿entre el Pepe de aquel "Solos en la madrugada" y éste que diferencias encuentra?
—Es un Pepe que ha ido creciendo. He podido seguir viviendo de lo que más me gusta que es este oficio y sigo contando con, me atrevo a decirlo, el cariño y el respeto de una serie de gente que sigue mi trabajo. Y en lo personal creo que es un problema de lucidez: entender que has nacido en un país que tiene posibilidades en este oficio, y no ser un idiota y, en la ley de oferta y la demanda en la que nos movemos, saber cuáles son las cosas por las que hay que esperar y cuáles son las que se pueden ir consiguiendo.
—Su perspectiva de la vida ha cambiado, ¿verdad?
—Dada la edad que tengo (73 años), viví la posguerra española, viví los 40 años de franquismo y vivimos toda la ilusión de la transición. Y ahora este mal sabor de boca de saber que quienes tienen el sartén por el mango, quienes manejan el cotarro económico, son los que deciden, no hay posibilidad de atajarlo. Y el precio de todo este desaguisado lo van a pagar los de siempre, como siempre. Hay un libro de Vicente Verdú, "El capitalismo funeral", donde dice que ésta es una Tercera Guerra Mundial encubierta, no hay muertos físicos, hay muertos sociales, laborales, morales, cadáveres de gente que no tiene trabajo ni volverá a tenerlo en su vida. Pero no quiero ser catastrofista porque de eso ya se encarga en mi país esa derecha impresentable que no tiene vergüenza ni la ha conocido.