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Estados Unidos, política y economía

Lo que viene sucediendo desde hace varias semanas en los EEUU, resulta apasionante para el análisis de la relación entre la política, la economía y el funcionamiento de las instituciones constitucionales.

Comencemos por el pedido de autorización del Presidente de EEUU al Congreso para incrementar la deuda pública, el denominado "techo de la deuda", que fija el Parlamento. Acá resulta esclarecedor mirar los números.

Según Orlando Ferreres, el gasto público federal pasó en medio siglo del 17,2% del PBI al 25,5% el último año (a este gasto hay agregar el de los estados y municipios que es considerable).

El déficit creció hasta el año 1990 y en esa década se revirtió para tener superávit en el año 2000; el menor gasto público en varias décadas. Pero en la última década aumentaron aceleradamente el gasto y déficit, que el año pasado fue el más alto en medio siglo. EEUU gasta poco más de US$ 1,50 por cada US$ 1 que recauda.

Como sabemos, la contracara del déficit es la deuda pública, que en 10 años pasó de 5,6 billones a pocos más de 14 billones, un incremento cercano al 150%. Para aumentar este monto es que se pedía autorización, a riesgo de que si ello no ocurría EEUU entrara en cesación de pagos, el temido "default".

El monto de la deuda pública se aproxima al equivalente de un año de PBI, similar a la existente al finalizar la Segunda Guerra Mundial y el triple de la existente en 1980.

Sin perjuicio de la interminable discusión sobre las causas de este comportamiento fiscal, el mismo es posible porque el mundo entero está dispuesto a prestarle, a comprar todos los bonos del Tesoro que el país emita, a pesar de que el rendimiento sea muy bajo. La razón es muy simple: prestarle a EEUU sigue siendo una inversión muy segura y su moneda también.

La negociación y discusión política en el Congreso ha sido de una intensidad llamativa, máximo viéndola desde un país como el nuestro donde dicha institución apenas se ocupa de estos temas. Los líderes de ambos partidos han trabajado mucho, con la participación y presión constantes del presidente Obama, para alcanzar un acuerdo en las últimas horas del plazo del 2 de agosto.
 
El Partido Republicano tiene mayoría en la Cámara de Representantes (Diputados) y el Demócrata en el Senado. La división entre ambos partidos, y al interior de ellos (especialmente el Republicano), se agudizó en los últimos años.
 
En el Partido Republicano crece el ala más conservadora, el movimiento denominado Tea Party, que presiona al sector mas moderado. Un fenómeno parecido ocurre con los Demócratas; en definitiva, en ambas fuerzas, los extremos presionan a los que buscan ubicarse en centro moderado, donde se supone está la mayoría de los votantes.

En ese contexto la discusión política estaba planteada entre los republicanos que exigen que disminuya el déficit reduciendo gasto público, y los demócratas que reclaman primero un incremento de impuestos (rechazado de plano por los republicanos) y luego leve baja del gasto. Ambos coincidían en aumentar el techo del endeudamiento, lo que ha ocurrido.

Se ha impuesto la postura republicana: reducción de gasto y nada de suba de impuestos. Frente a ello desde la izquierda del país acusan a Obama de una inaceptable claudicación y rendición incondicional frente a sus adversarios.

Por otra vía transcurre el encendido debate económico entre ortodoxos y keynesianos, sobre la disminución del gasto y los efectos sobre una economía cuya recuperación de la crisis es muy débil. Economistas como Paul Krugman predicen el Apocalipsis de una prolongada recesión, al tipo de la década del 30 del siglo XX.

Los ortodoxos sostienen que ello no ocurrirá. Mientras tanto, todos miran hacia el año próximo en que hay elección presidencial. Seguramente las consecuencias económicas de lo resuelto serán determinantes para la reelección, o no, del presidente Obama.