Estado empresario; trabajo y educación
Por Martín Ayerbe. En lo que atañe a desarrollo industrial, los argentinos no tenemos límite.
En lo que atañe a desarrollo industrial, los argentinos no tenemos límite. La Industria Militar Aeronáutica (misiles Condor) y Naval (destructor T42 Santísima Trinidad, corbetas MEKO 140) y en la dedicada a la Energía Atómica (centrales de Embalse Río Tercero, Atucha I y II, Centro Atómico Constituyentes, Planta de Agua Pesada de Arroyito, Fábrica de Elementos Combustibles de Ezeiza) Argentina cumplió las normas de calidad más exigentes del orbe, que son tres: las de la NASA, las de la NATO y las de la OIEA (Organización Internacional de la Energía Atómica).
Y se acabó. No hay más. Son esas tres. El resto del mundo está en un nivel inferior, menos exigente.
El INVAP (Instituto de Investigaciones Aplicadas), la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica), el Área Material Córdoba, el Astillero Río Santiago, el Instituto Balseiro, el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), la UBA (Universidad de Buenos Aires), la UNLP (Universidad Nacional de La Plata), son centros de investigación, industrias, ámbitos académicos y científicos, instituciones del más alto prestigio internacional.
Están reconocidos en el mundo entero. Y son tan argentinos como la yerba mate o el dulce de leche. Sin embargo, pasan los años y Argentina no despega. A pesar de sus grandes éxitos puntuales, no logra que los mismos sean masivos ni permanentes. La época favorable pasa y Argentina retrocede. Solo perduran sus élites cipayas. Por unos pocos años de brillo, Pueblo, instituciones e industrias suman muchos otros de oscuridad.
¿Entonces… qué nos falta?
El déficit de los países como el nuestro es la cantidad y calidad de sus cuadros intermedios. Los líderes son siempre excepcionales. Sean de derecha, de izquierda o centro, todos, siempre, han tenido fuertes liderazgos individuales. Pero lo que determina el éxito o el fracaso de un movimiento es el sujeto colectivo. Y en él, los mandos medios y su relación con las bases a conducir, son tanto o más importantes que el líder principal.
Tomados de a uno, individualmente, los argentinos le ganamos al que sea. Somos campeones del mundo de cualquier cosa. Pero como equipo-país estamos desorganizados… Pudo más un traidor que mil valientes. Los golpes de estado, la violencia institucionalizada, siempre destruyó lo propio, para favorecer lo ajeno. Es un problema político, de poder, no de prestigio o de habilidad. Nos faltó fuerza, no inteligencia. El arte no está en concebir, el arte está en realizar.
Las Empresas del Estado son el hardware, el aparato, la organización social de los pobres, la dignidad perdida de los desocupados, el ariete que necesitamos para triunfar de manera permanente. Pueblo organizado y pleno empleo son una combinación muy fuerte, aún para el capitalismo reinante. El argentino con trabajo en blanco, vivienda, salud, educación, cultura… se vuelve peligroso. Piensa, decide, camina, hacia la persona que quiere ser y hacia la Patria que quiere construir.
La ausencia de pensamiento político con centralidad en el trabajo, confunde y distrae. Así pretenden convencernos de que primero es la educación y luego el trabajo. Pues no. Primero es el trabajo y recién después viene la educación que nos permite realizarlo. Porque primero está la necesidad (el trabajo) y luego la solución o adaptación a la misma (la educación).
Basta como ejemplo la 2da guerra mundial, donde Alemania se híper especializó en fabricar armamentos y fue delegando en territorios invadidos tareas no-bélicas que antes ejercía por sí misma total o parcialmente. Perdida la guerra, tuvo que reconvertirse otra vez y en sentido contrario. Este giro de 180 grados en la ocupación, exigió lo mismo en la educación. Y de manera más cruel aún que la propia guerra, pues nadie se apiadaba de ellos… al revés, todos querían castigarlos. De esa trabajosa posguerra alemana surgieron tanto bienes materiales, como intangibles.
De los bienes materiales, los más reconocibles en Argentina fueron los ratones alemanes, mini autos que nacieron de las cabinas sobrantes de los aviones y que podían ser construidos en serie por las mismas líneas de producción industrial. Las marcas eran elocuentes: Messerchsmitt (ex cazas), Heinkel (ex bombarderos), BMW (ex motores). En el caso de BMW, bajo el nombre De Carlo 600 y 700, se construyeron en el país, con motores derivados de las moto-sidecars de la infantería alemana.
Pero mucho mayor fue la incidencia de los bienes intangibles asimilados de la reconversión industrial de posguerra. Y no solo en Argentina: también en la URSS y también en EEUU, donde las tropas desmovilizadas, responsables del baby boom que se dio en paralelo al milagro alemán, requerían una rápida reeducación para pasar de los tiros al trabajo, de la trinchera a la línea de producción. Esos bienes intangibles fueron los cursos FPA (Formación Profesional Acelerada), mediante los cuales cualquier desocupado, con solo saber leer, sumar, restar, multiplicar y dividir, se podía convertir, en solo 3 ½ meses de curso (100 días), en ayudante de un oficio, cualquiera que este sea.
En la versión argentina de aquellos cursos por inducción, ½ día (pago) se pasaba en el taller, con trabajos productivos de dificultad creciente, y otro½ día en la escuelita, aprendiendo interpretación de planos, lectura de instrucciones y métodos de trabajo, seguimiento de hojas de ruta. Cientos de miles de argentinos se capacitaron así. Analfabetos industriales que se volvían electricistas, montadores, albañiles, pintores, mecánicos, soldadores, caldereros, en apenas 3 ½ meses y cobrando un (½) salario que les permita aguantar. Esta educación FPA, obrera, industrial, práctica, es el software que nuestros 3 millones de desocupados precisan.
La Patria Argentina necesita del Estado Empresario, nuestro hardware, nuestra fuente de trabajo. La empresa terminal, la conducción estratégica de la industria nacional, el centro orbital de la PyME proveedora de bienes y servicios. El Pueblo Trabajador reclama nuestro software, la formación industrial rápida, popular, accesible, para ser útil al toque, desde el vamos.
Ya lo hicimos en el pasado y con un éxito rotundo. Hay que volver a las fuentes.
Los modernosos globalizados son indolentes, impotentes, ajenos al sufrimiento de nuestro Pueblo. Se hacen los entendidos, pero son brutos, no comprenden a su Patria, ni a su Pueblo.
Todos no podemos laburar desde una compu. Alguien tiene que meter mano, tocar el fierro, la masa, la mezcla, ensuciarse las manos. Piden por eso 4 millones de desocupados. Y la cultura industrial, la FPA, es nuestro software conveniente.
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