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Espíritu crítico

* Por Llátzer Moix / La Vanguardia (Barcelona). Jorge Semprún falleció el martes en París. Tenía 87 años y una experiencia vital sobrecogedora. "El horror --dijo-- ha sido una patria para mí".

Su vida fue una sucesión de persecuciones, desarraigos, exilios y expulsiones. En distintas circunstancias, pero casi siempre por una misma causa: defender la libertad. Tuvo que huir de su país siendo poco más que un niño, se enroló luego en la resistencia francesa, sobrevivió al campo de concentración de Buchenwald, fue alto dirigente del Partido Comunista de España en la clandestinidad y dedicó después el grueso de sus esfuerzos a la literatura y el cine (a excepción de sus tres años como ministro de Cultura en un gobierno de Felipe González). Los aspectos más sombríos de su peripecia vital le persiguieron todos los días de su vida adulta.

"Puedo vivir asumiendo toda esa muerte mediante la escritura, pero la escritura me impide literalmente vivir", indicó. Sólo la muerte le habrá supuesto, pues, un alivio. Aunque más aliviado se hubiera sentido si su mensaje en pro de una ciudadanía con más sentido crítico hubiera calado.

Hace un par de años, Semprún se prestó a una entrevista en directo en el auditorio del Guggenheim de Bilbao. Durante más de una hora revisó su trayectoria y sus convicciones, encandilando al público con su buen criterio y su fuerza. Hilvanó las palabras con irreprochable lógica, ilustró con vivencias personales los abismos de la historia reciente, citó a poetas y filósofos y rebatió sin titubeos a quienes discutieron sus ideas. Su vitalidad pareció acrecentarse después, a la hora de cenar: octogenario, comió con avidez de un niño hambriento. El hombre que tuvo que desafiar la muerte reiteradamente para cumplir su ideal de vida digna devoraba la existencia.

En la persona de Semprún han convivido el intelectual y el hombre de acción. En el mundo abundan los ideólogos que marcan directrices sin exponerse a los riesgos que entraña su aplicación.

También los soldados impulsivos, incapaces de distinguir entre el valor y el arrojo fatal. Y luego hay unos pocos seres capaces de combinar el saber del mejor pensador con la valentía del partisano más generoso. Semprún fue uno de ellos.

El autor desaparecido deja un importante legado literario --que no desmerece los de Levi o Kertész, otros relatores infatigables del Holocausto-- y un legado cinematográfico centrado en los combates de la izquierda. Y, además, deja también un legado intangible: el del espíritu crítico. De ese espíritu que apuesta por la evolución histórica; que abomina del ordeno y mando; que nos mantiene alerta ante los integrismos; que nos induce a crear contrapoderes; y que en lugar de conmemorar viejas victorias nos anima a evitar futuras derrotas... "Quienes carecen de espíritu crítico no dudan --resumió Semprún en Bilbao--; no saben que la duda es el motor de la verdad, ni que su ausencia nos aboca al sectarismo".