Esperando al Tea Party
*Por Miquel Molina. Aunque la última novela de Jonathan Franzen, Freedom, de próxima publicación (Salamandra/Columna), ha sido definida en EEUU como un fresco sobre la era Bush, sus lectores se enfrentan de hecho a un relato de más largo recorrido.
Por supuesto, ninguna trama literaria se circunscribe sólo a la época en la que se desarrolla. Esta tampoco. Las peripecias de los personajes arrancan en los convulsos ochenta y acaban en el umbral de la era Obama. En la monumental novela se apuntan también algunas ideas y hechos que tienen ahora rabiosa actualidad. Por ejemplo, la protagonista, Patty Berglund, es violada en una fiesta, pero no denuncia al culpable porque su madre, que milita en el mismo partido que los padres del violador, la convence de que no vale la pena causar un escándalo.
Se diría que Franzen se inspiró en la periodista francesa que desistió de denunciar una agresión sexual supuestamente cometida por Dominique Strauss-Kahn porque aceptó el consejo de su madre, que era, igual que la de la ficción, correligionaria del agresor... si no fuera porque la novela se escribió antes de que se conocieran estos hechos.
Freedom conservará la etiqueta de fresco de la era Bush, pero la deriva actual de la política americana puede acabar diluyendo las fronteras entre los presidentes demócratas y republicanos más recientes (no más eras diferenciadas) y subrayando lo que tenían en común (entre otras cosas, todos intuian que había vida inteligente más allá de sus fronteras).
Por así decirlo: si la economía no da un inesperado giro que insufle aire a Obama, y si los republicanos no sufren un aún más improbable ataque de sensatez y se dotan de un líder moderado, la historia política americana puede acabar distinguiendo no entre Carter-Reagan o Clinton-Bush, sino entre el antes y el después del Tea Party.
Es cierto que todo radical tiende a moderarse cuando llega al cargo, y hasta pudiera ser que estos nostálgicos del Wild West acabaran seducidos por Washington. Pero la posibilidad de que antisistemas como Michele Bachmann se conviertan en el 2012 en una calamidad planetaria obliga a revisar nuestras convicciones. Bachmann, una favorita para la nominación republicana, emana la fe de los fanáticos, como pudo comprobar en julio quien esto escribe al escuchar, hipnotizado, su discurso de presentación en la tele de un hotel. Da igual lo que diga, da igual que su sueño americano sea la imagen de un hombre blanco que observa el horizonte desde el porche acompañado de su mujer, la Biblia y un AK-47; Bachmann seduce con un discurso sin matices porque se siente una enviada de Dios, y sólo ante él responde. Y si su desvarío coherente cala en un partido que no tiene norte y en un país deprimido y el Tea Party llega a la Casa Blanca, acabaremos considerando centristas —y echando de menos— a líderes tan tóxicos para la economía o la geopolítica como lo fueron Reagan o Bush jr. Obras como la de Franzen serán el retrato del mundo antes del Tea Party.
(*) La Vanguardia