España: un espejo en el que conviene observarse
Por Marcelo Cantelmi* Las izquierdas que hacen de derecha en Europa tienen su correlato en derechas nacionalistas que hacen de izquierda en otras partes, para contener a sus propios indignados.
En España, la lectura obvia inmediata que dejaron las elecciones regionales y municipales es que no las ganó el Partido Popular, sino que las perdió el Partido Socialista. Esa conclusión necesaria no quita el mérito al PP que sumó 600.000 votos más a su caudal respecto a la cita anterior de 2007. Sólo remarca el punto, mucho más elocuente en términos políticos, de que el PSOE resignó 1.5 millones de sufragios en la peor elección de toda su historia, un caldero que incineró 28% de su respaldo electoral . Fue un voto castigo mucho más importante que la elección misma y que claramente benefició a su principal competencia, pero menos por méritos de esa fuerza conservadora que por la furia del electorado. De modo que los populares bien harían en no traducir linealmente el resultado como respaldo ideológico y, en cambio, observar qué parte de lo que ha sucedido también los embarca.
No es lo que están haciendo.
Esta es una dimensión de la realidad. Otra, mucho más ambiciosa, se relaciona con el sentido de las cosas y excede el panorama español. Ese país y su problemática actual es un espejo en el que conviene observarse para intuir pistas del futuro desde un presente y pasado con tonalidades parecidas, no importa la frontera desde la que se estire la mirada.
Esa enorme economía viene de experimentar un largo periodo de plata dulce y expansión del consumo coronada, debido al endeudamiento constante de sus bancos y clientes, en una burbuja inmobiliaria que edificó viviendas para 200 millones en un país de casi 50 millones . El estallido previsible de ese invento implicó la demolición de la ilusión de un modelo que se imaginaba exitoso para siempre y puso a España como la nave insignia de una armada de países calamitosos afectados de la misma dolencia con el derrumbe de Grecia en el cartel principal.
Para neutralizar los efectos de ese terremoto, el gobierno socialista de José Rodríguez Zapatero ajustó la economía a niveles sin precedentes, incluyendo el recorte de los sueldos de los empleados del Estado hasta un 15%, el aumento de la edad jubilatoria y el esmerilamiento de los planes sociales. Es decir, traspasó el quebranto al conjunto de la población . Y trató de asegurar el programa incluyendo en su gobierno a figuras prestigiosas de su partido, entre ellos Alfredo Pérez Rubalcaba.
El plan que se asoció de modo perverso con cifras de desocupación históricas, no alcanzó, sin embargo, a serenar a los mercados porque, entre otros motivos, la otra gran economía del país, la de las autonomías, apretó menos el cinturón y hay sospechas de déficits ocultos en esos pliegues.
A los argentinos no debería resultarles difícil imaginar el impacto social de ese tsunami en la memoria aun reciente de la crisis de 2001. Aunque no es esa la única comparación posible entre ambos muy lejanos escenarios.
¿Qué otro sino este resultado electoral podía esperar el socialismo con una población sometida a esas dosis del peor de los jarabes? El fenómeno de los indignados que derramaron su furia ciudadana en toda España no fue la causa del voto en contra. Pero sí f ue un emergente del malestar que ahoga a un amplio sector de la población que, aunque se reconoce apolitizado, tiene una clara perspectiva política por eso el carácter social de la protesta. Es lo que el sociólogo Rafael Díaz-Salazar llama "la insurrección del precariado" , identificando en el término a las nuevas legiones sin acceso a la vivienda, jubilados con pésimos ingresos, inmigrantes convertidos en esclavos o universitarios desempleados.
Casi en la misma clave de la anarquía entre bendecidos y maldecidos de Robert Kaplan, este catedrático de la Complutense afirma que "la sociedad se ha ido dividiendo en dos grandes bloques: los satisfechos e integrados, a quienes la crisis lo único que les ha provocado ha sido una disminución de su consumo, y los precarizados y expulsados de la sociedad del bienestar y de los trabajos dignos".
El PP se equivocaría gravemente si entiende que el aumento de sus votos es un aval para profundizar la línea que ha iniciado el socialismo.
Pero así es. Hace sólo horas, Esperanza Aguirre, la líder popular de la Comunidad de Madrid, ha pedido el desalojo compulsivo de los activistas de la Puerta del Sol, aupada en un raro mensaje de más de lo mismo que cree haber entendido de las urnas.
Conviene detenerse en esto. Las objeciones de la fuerza de Mariano Rajoy al PSOE, al que demanda un costo social aún mayor del que ha emprendido, se parecen por momentos a las críticas que sus primos de la derechista Nueva Democracia griega le hacen sin pudor a la acorralada administración centroizquierdista de Atenas.
Le exigen que el país remate de una vez todos los activos del Estado lo que produciría una recaudación escalofriante de 270 mil millones de euros. Lo notable es que la recomendación la hace el partido que desde el poder cocinó la crisis en la que hierve hoy Grecia y que en ese modelo incluyó, en otro punto de nítida familiaridad con nuestro país, la falsificación de los datos estadísticos para fingir un rojo fiscal cinco veces más chico del que era.
Ese fraude y el endeudamiento tóxico de la nación helena, llevó a la población a relevar a esa derecha destructiva y elegir el salvavidas de una socialdemocracia. Pero, como en el caso del PSOE, el socialismo griego acabó ocupándose de los deberes ortodoxos asumiendo como propia la destrucción del Estado.
Cierta teoría de la política correcta educa que ya es hora de abandonar las etiquetas de izquierda o derecha. Puede ser. Pero por el momento es una idea que conviene especialmente al cinismo de estos travestismos . Las izquierdas que hacen de derecha en Europa tienen su correlato en derechas nacionalistas que hacen de izquierda en otras partes del mundo para contener con pura retórica salvadora a sus propios indignados. No solo no resuelven el problema, sino que acaban por agigantar el océano de insatisfechos como si existiera sólo un camino y una única salida.