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Escuelita de Bella Vista

*Por Vicente Riveras Garcés. La delgada calle cubierta de jarillas a la derecha y casitas humildes a la izquierda es dura como si tuviera pavimento, pero la humedad del canal que hace bramar sus aguas hacia abajo es el causante de las jarillas, tachonadas de cañaverales y el típico pájaro bobo que suelta sus hilos al aire cuando la brisa de la tarde mece sus ramas.

Voy caminando desde ruta 40 hacia el Oeste y la mirada se me pierde en el azul del cielo y las moradas montañas de la precordillera que le dan fin a la callecita larga de Bella Vista, en Jáchal.

Cuando el Sol rojizo casi oculto, me revela la silueta de un ave en la rama horizontal del añoso y enorme visco, siento de repente un grito de dolor y lamento que corta el silencio del atardecer. A nadie le llama la atención porque desde la acacia gigante el pavo real abre su penacho multicolor y muestra orgulloso su pecho azul mientras otro graznido se prolonga en la tarde rural.

Quedé perplejo de tanta belleza que acababa de descubrir. Las amarillas flores del visco hacían un contraste multicolor con el celeste cielo y amplio patio blanqueado de la escuela que fue pintado para celebrar la quermes lugareña.

Había llegado al punto de mi destino: la Escuela Nacional 58, luego de recorrer los 800 metros de la húmeda callecita. Un mástil de madera sostenía y hacía flamear la bandera de lanilla de nuestra patria. Estaba en el centro del patio.

Al fondo, la casona de murallas de barro crudo de albo color y de un extremo al otro, una galería que cubre el Sol del medio día que tanto en verano como invierno penetra desde el Norte a las tres piezas de la humilde escuelita.

Bajo este alero se vistió una mesa con mantel de puntillas y sobre la misma, el santo infaltable del lugar: San Blas, imagen que presidiría en silencio venerable el acto escolar, acompañada por la devoción de toda la comunidad.

Desde la punta del mástil como manecillas de un reloj se despliegan gallardetes multicolores que se desdoblan rugientes con la brisa de la tarde. Todo conjuga simpleza, belleza y esfuerzo.

La sonrisa amplia y cariñosa de la docente que me recibe, luciendo un blanco y almidonado delantal, me explica en qué consiste la fiesta por celebrar. La señora Angélica Cáceres de Remy, era la única maestra y como su nombre lo expresaba, era un ángel, ¡toda bondad! El director, con mirada atenta mientras sorbía un mate, no dejaba de dar indicaciones para iluminar bien los espacios. Su alta estatura ampliaba su tamaño el impecable guardapolvo, era Mario Riveras Lépez.

Llegó el encargado de la música con los parlantes y la mesa con el plato que hacía girar los discos de pasta de 78 revoluciones. Cuando lo conectó a las baterías, empezó a sonar cual una victrola y al aire las típicas canciones tradicionalistas cantadas por los hermanos Abrodos.

Ahí se acercaron los primeros parroquianos que son los más colaboradores de estos festivales y prepararon las mesitas expositoras para la venta de: empanadas, pollo trozado, lechón, pan recién horneado, salsas, confituras tales como: bollitos, tortitas jachalleras y tabletas.

La noche se adueña de la oscuridad y comenzaron a brillar los faroles y los pocos focos que un acumulador podía mantener. Así llegó el momento en que el colegio presentaba su número artístico. Una zamba, un gato y el esperado pericón nacional.

Entre un baile y otro se mojaba la tierra para que no se levantara tanto polvo. Se habilitaba luego, el baile para todos los parroquianos. En tanto se consumía todo lo que estaba en exposición.

Tomando un poco de distancia de la escena, la polvareda parecía levantarse como si un viento Zonda arreciara el lugar. Pero la gente estaba contenida, festejaba a su Santo y a la escuela. Era gracioso ver como hombres y mujeres embarraban sus alpargatas al son de los pasodobles, rancheras, etc. y cada tanto, debían sacárselas para sacudirlas.

En este grato y pintoresco recuerdo, dejo para el final algo estrictamente social. Estas quermeses exaltaban un fenómeno único en Jáchal. Los lugareños de Bella Vista eran personas de humilde condición económica. En su gran mayoría peones rurales o propietarios de pocas hectáreas.

Además, al otro lado del canal que corría paralelo a la calle, vivían los "gringos''. Era una colonia de italianos que les costaba entender nuestro idioma e igualmente entenderlos a ellos.

Como un puente de plata soñado, la "'escuelita'' sirvió de nexo. Sintetizaba el respeto por la persona distinta. No había tuteo y cada cual se dirigía al otro con estima y recato. Nadie insultaba y las sonrisas eran observadas como sugerentes gestos de afecto.

Fuiste tú, escuelita 58, la mensajera de paz, cultura, trabajo, y amor incondicional a los colores celestes y blanco de nuestra bandera, la que forjó sueños de abuelos hijos y nietos de esta preciosa comunidad de Bella Vista. Corría octubre de 1956...

jFeliz centenario!, Se nota que los años te hicieron crecer escuelita nacional y hasta ¡te han bautizado! "'Escuela Pbro. Patricio López del Campo''.